Mis niños, mi inspiración, mis ahora veintiséis, brindantes de las energías necesarias para emprender la lucha contra los demonios, por derrotar uno a uno hasta acceder a su cetro principal y nutrirme de los espíritus de sus caídos.
Años de lucha incesable y persistente que se extendió por poco más de diecisiete años de mi nacimiento. Alessandra... ¡Tan ingenua tú!
Eres el bocadillo que disfruto antes de reposar en mi grisácea aura en la cúspide del día: mi amada noche.
Es cierto, brujilla castaña, no puedo presenciar su lúgubre y a la vez tan viva esencia. No puedo jugar en torno a su oscuridad que tanto secretos esconde, no puedo bailar bajo ella y dejarme cubrir por su manto apacible ni por su actitud cordial que me incitaba a escurrirme por aquella brecha estrecha en medio de la nada verde y mostaza que se ceñía a nuestras espaldas. ¡Tan cierto!
No calles, ¿por qué esos labios quemados y encogidos no emiten tus típicas burlas?
La luna nos comteplaba a todos, siempre muda, resignada, tragándose infinidad de acciones, pensamientos, delirios... Confabulaciones, secretos sombríos que la naturaleza desafiante estuvo dispuesta a proteger y hacerlos suyos, dándole la espalda con desdén a los de tu raza parásita.
Les pertenezco, soy toda suya, soy de luna, soy de la noche desde que la rebelde luna iluminó el sendero con una luz del más intenso escarlata hacia la entrada del infierno. Eligió a una diosa, entregó su poder a mis marchitas venas pasándome su esencia. Mi creadora, mi ídola, mi verduga, mi amiga, mi traicionera y enemiga.
Soy la noche, soy la oscuridad..., solo por el cascarón, que no engañe a esas preciosidades ámbar verduscas que me robaste, querida ladrona. Las apariencias engatusan muy bien nuestros sentidos, lo suficiente para no ver que engendraste a alguien que busca reemplazar al dueño y señor del inframundo.
Ármate del valor que nunca poseíste y desenvaina un cuchillo, siente su poder en tan común pieza. Roza su filo con las yemas de los dedos, ¡cuidado, qué no te vayas a cortar con él! Eres pieza importante para mí... Tanto, que te puse como la principal y estrené mis artes siniestras contigo.
De nada, sé que lo disfrutaste tanto como yo, de seguro.
Ale, amiga mía, ¿recuerdas aquella cena del día de mi cumpleaños? Claro que sí, lo recuerdas una y otra vez, disfrutas todos los días de tu inexistencia repitiendo las escenas de tu última noche, brillando entre la aparente pureza blanca de tu lecho. Salvo que ni tú ni yo cenamos y la cena dependió de tus errores.
Reíste, gozaste, bailaste, renegaste, suplicaste, lloraste, gritaste... ¡Vatimos récord en cuanto a sentimientos! ¡Y en solo una hora! Exploraste cada rincón de tu ser y exprimiste todo tipo de caricias punzantes, parecía más tu cumpleaños que el mío, ¿verdad? Sabes que te amo tanto como tú a mí, o eso salía de tus labios, siempre cubiertos de labial rosa, lástima que en tu último día se hayan tornado de un tono más...agresivo.
Suculentas melodías afloran en el espacio en el que navego con mi amada Lucero, arriban a mis oídos y me llenan de regocijo, lanzo una risa incipiente que acaba resonando por todo el lugar, perdiendo su tono en el ir y venir de los ecos, es antinatural, no debería pasar eso en el espacio, ¿verdad, Alessandra? Aunque es tu culpa por condenarme a soportar mi propia mente por el resto de mis días, así que acóplate, que yo no te quité el color de tu alma.
Respiro, ¿qué respiro? Tu miedo, tu agonía, tu condena a mi tripulación invisible en el Lucero, tu encierro en mí.
—¡Abran paso, pedazos de carne putrefacta! ¡Que se atreva a mostrar su rostro!—grité girando mi cabeza hacia mis diez tripulantes sin soltar el timón de mando, nueve de ellos llevaban un miedo sobrecargado sobre sus expresiones, demasiado marcadas de por sí.
De inmediato la muchedumbre acalorada y amontonada en torno a mí de despliega, dando paso a un estrecho camino que tenía como fin unas sábanas que alguna vez fueron blancas, pero que ahora estaban impregnadas del rojo de su dolor y un no tan agradable olor revolotear a su alrededor.
El primer paso sonó seco, ¡cómo disfrutaba impartir miedo! ¿Quién dice que el ciego no puede ser feliz en su condición? Si yo me siento más viva que nunca siendo la emperatriz del universo, disfrutando lo que con tanto esfuerzo y retazos de imágenes formaron conjuntamente con el ejercitamiento de mi memoria: un todo sin límites.
Luz, mi propia luz que no hacía más que tapar y llenar con pestes el resto de los universos, en busca de que el mío y solo el mío fuera el que la luna escogiera como ofrenda. Ella fuiste tú, ella es mi señora ahora y le debo el mismo respeto que en algún lejano entonces te tuve a ti, lástima que ahora no seas más que un cuerpo esquelético e incompleto.
Avanzo hasta situarme de pie junto a aquel bulto envuelto en sábanas en medio de un ataque desenfrenado de temblores, una vez fueron míos, alguna vez fui sometida, quizás intentando vocalizar una palabra, qué triste que no pueda por la lengua que le extirpé.
Años bajo tu umbral cuyo avance no quisiste detener. No quisiste salvarnos.
No quisiste salvarme, la única presa de él soy yo.
Siempre fui yo y nunca hiciste nada para remediarlo sabiendo que era más que posible.
—Así que miedo, eh. ¿Te gusta? ¿O prefieres las cosas más...intensas?—apretando la suela de mis botas sobre lo que creo es su espalda, un alarido me confirma el dolor que siente.
Un silencio mortífero invade el pequeño pedazo de nada en medio de la belleza de los cuerpos celestes que nos rodean en el espacio.
Las otras tres embarcaciones se han detenido a la espera de que el Lucero de un paso adelante para todos seguirlo fielmente... como mi Eevee.
—¿Dónde está Eevee?—pregunto con la voz seca, presionando mi pisada.
Un rostro pequeño emerge de entre las tonalidades carmesí vivas y muertas, de piel gris y agrietada, ojos cerrados con los párpados apretados, como quien no quiere ser espectador de su mundo construido por su karma causado, sus labios delgados y quemados tiemblan.
Eevee, compañera de juegos, enredo de pelos mostaza, tonos marrones y hocico negro, aliada de misiones, constructora de un techo protector, cálido y de amistad. Lo recuerdas como nadie, ¿no quieres ilustrar a nuestro selecto público con tus atrocidades contra ella?
Solo clamó un poco de agua, quizás un arrocillo tirado con desprecio desde la mesa rectangular del comedor. Solo aulló como último recurso de salvación, solo tembló entre tus piernas y lamió tus tobillos en busca del afecto de madre del que carecía por las diez horas que estaba ausente.
Me pregunto si ella se habría dado cuenta, ¡claro que lo hizo! Siempre fue mi orgullo y siempre lo será en cada segundo que lleve el oxígeno circular por mi cuerpo. Tantas proyecciones truncadas por un asesinato a un inocente a sangre fria, sé que disfrutó el sabor de la venganza del asado masticado por su pequeño hocico...
Espero no hayas disfrutado tanto hacerlo como yo hice con tu cuerpo, hermoso en contraste con tu agujereada y deforme alma escondida bajo tu espectro.
El olor de sangre invade mis fosas nasales de una sola y fugaz envestida, llenándome de memorables recuerdos relacionados a los cuadros coloreados por pinturas humanas que lanzan ansiosas novedosos ritos.
Martes, tu melancolía me irrita, pero me inspira en la creación de nuevos y suculentos juegos para sellar la maldición del veintidós de abril. Gracias, mamá.
Mañana te contaré otra pesadilla más desde tu futuro infierno.
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El Cielo es la Vainilla y las Estrellas el Chocolate
HorrorEs el ocaso de la vida y de los sentimientos El último aliento de vida robado Viajera de universos múltiples Artista de gamas lúgubres y de brillantes carmesíes Amante del rojo pasión y el negro vacío Solo hay una, solo una diosa Y está aquí para a...