8) La letra, con sangre entra

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La mirada de halcón del teúrgo observaba a sus acólitos, reunidos alrededor de una alargada mesa de madera de roble.

—¡Otra vez! —ordenó con voz cavernosa, la misma que empleaba al convocar a seres de otros planos de la realidad.

Los discípulos, silenciosos y cabizbajos, se concentraron en la tarea. Había matices que se escapaban, pero en ellos a menudo residía —como su maestro no se cansaba de repetir—, la diferencia entre el éxito y el fracaso.

—¿Nada? —el teúrgo parecía decepcionado. Tras probar él mismo su sopa de letras, a regañadientes lo admitió—: Vale, añadiré morcilla. 

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