Capitulo 3

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Ana la miró con la misma cautela con que hubiera mirado a un cocodrilo que hubiera asomado la cabeza por debajo de la raída alfombra. Había conocido hombres y mujeres egocéntricas, pero ninguno tanto como Miriam Rodríguez.

Lo que se merecía era que, alguna vez, una mujer la volviera loca de celos la hiciera perseguirla sin prestarle atención. La mujer que consiguiera aquella hazaña sería digna de ser nombrada santa.

Durante un momento, se planteó intentarlo, pero enseguida descartó la idea. No solo porque tuviera pocas posibilidades de éxito sino que también sospechaba que una mujer que estuviera dispuesta a romper el corazón de Miriam Rodríguez debería estar loca. Ella preferiría ir en una misión suicida. Le había dicho que era inmune a ella y a Ana no le sorprendería que aquello fuera cierto.

— ¿Perfecto? —dijo ella—. Claro. ¿Quién podría cuestionar la claridad de tu lógica?

Los ojos de Miriam la miraron con sospecha, pero antes de que pudiera responder, el asmático timbre volvió a sonar una vez más.

Aquella vez, Miriam la acercó más a ella, mirándola, con las caderas tocándose. La canaria perdió un poco el equilibrio y tuvo que agarrarse al brazo del sofá, justo por encima del hombro de ella. Pensó, algo irritada, que debería ser director de cine. Desde la puerta, parecería que acababan de besarse o estaban a punto de hacerlo.

— ¿Quién crees que podrá ser ahora? —preguntó ella—. No creo que las noticias del repudio de Mireya se hayan extendido por todo Madrid en diez minutos. ¿Crees que será una de sus amigas, que intenta seducirte a sus espaldas, o alguien de una rama completamente diferente de tu club de fans? Es Alfred —añadió, incorporándose al oír que se cerraba la puerta de la calle.

— ¿Y? —preguntó Miriam, aferrándole la muñeca.

—No creo que tengamos que fingir delante de él. No se creería esta charada que te has inventado, por muchas cosas que le cuentes.

— ¿Por qué no? ¿Es que ya tienes novio, o algo por el estilo?

—Oh, no. Nadie al que puedas amenazar con hacerlo desaparecer —replicó Ana, secamente—. Pero eso no era lo que yo estaba...

—Entonces se lo creerá —interrumpió —. No le quedará elección.

— ¿Quieres decir que vas a mentirle?

—Lo que quiero decir es que las dos vamos a ser de lo más convincentes. Pongamos algo en claro, Ana. No vamos a decir a nadie lo que hemos acordado. Y con eso quiero decir a nadie.

—Pero Alfred es diferente —replicó Sabrina—. Él estaba allí ayer, oyó lo que me decías.

—Pero estoy seguro de que entenderá lo mucho que lamento ese arrebato de furia.

— ¿Cómo lo haces? —preguntó ella, asombrada por el convincente tono de voz que había adoptado—. Si alguien hiciera una nueva versión del «Jardín del Edén», tú serías la persona idónea para hacer de serpiente. Una palabra tuya y las ventas de manzanas subirían como la espuma en toda la nación.

Miriam le hizo un gesto con el dedo para que se callara y luego le perfiló suavemente el contorno de los labios con el dedo. Todo lo que ella pudo hacer fue seguir sentada. Por el rabillo del ojo, Ana notó que Alfred se había detenido en seco en el umbral de la puerta. Luego, sin dejar de observarlos, se acercó a ellas.

—No te creas que porque estás lesionado te vas a tomar unas vacaciones, Miriam —dijo Alfred —. Te he traído...

Miriam no pareció oírle. No dejaba de mirar los ojos de Ana.

Novia de alquiler - Wariam-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora