Capitulo 4

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Ana sintió que le fallaban las piernas al oír aquellas palabras. ¿Qué se suponía que tenía ella que responder a aquella pregunta? ¿Tendría que contarle la farsa que habían ideado? Suponía que sí. Miriam le había dejado muy claro que no iban a confiar en nadie. Sin embargo, hasta entonces solo habían hablado con un empleado. ¿Iría a mentirle también a su madre?

—Soy... —empezó ella—. Soy la...

—Bueno, eso es evidente —replicó Noemí Galera

Ana se dio cuenta de que, de momento, había pasado el apuro, pero había parecido una mujer que no sabía ni construir una frase y pensó que, a aquella velocidad, muy pronto no tendría que esforzarse por aparentar ser una mujer sin nada en la cabeza. Le saldría sin pensar.

—Me encantaría tomar una taza de tu café, Marcos —dijo Noemí — ¿Le gustaría acompañarme, señorita...?

—De verdad está dormido —aseguró Ana, llegando a la altura de la mujer.

—Sí, Marcos me lo ha dicho. Me sorprende el hecho de que haya conseguido echar un sueñecito en ese horrible sofá —afirmó la mujer mayor, mirando la cama de hospital, todavía sin usar, que habían instalado en el comedor, mientras se dirigía a un pequeño salón en la parte de atrás—. De hecho, solo hay una silla en esta casa en la que te puedas sentar, y voy a invocar el privilegio de la edad para reclamarla.

—Usted es mi invitada —dijo Ana —. Bueno, no realmente mi invitada

—Espero que no te ofendas si te digo que he conocido demasiadas acompañantes de mi hija como para sentirme incómoda en la situación en la que nos encontramos. Por supuesto, si tú te sientes incómoda...

—En absoluto.

—Bien, porque en el caso de que lo estuvieras, te diría que te alejaras de Miriam tan rápido como te fuera posible antes de que te encuentres con la inevitable desilusión —afirmó la mujer, mientras Ana la miraba atónita—. Pareces un poco sorprendida por el hecho de que, como otras madres, yo no vea a mi hija como un cúmulo de perfecciones.

Marcos entró, silenciosamente, con una bandeja de plata en las manos. A continuación, les sirvió el café en un par de tazas de fina porcelana. Noemí levantó su taza y sonrió a Marcos.

—Siempre me han gustado estas tazas, por eso se las compré a mi hija. Gracias por recordarlo.

Ana, agradecida por aquella interrupción, que le evitaba tener que responder al último comentario, tomó la taza de porcelana y la rodeó con las manos.

—Miriam se tomó un analgésico hace unos pocos minutos. Le haré un horario para que usted sepa lo que tiene que tomar y cuándo...

— ¿Por qué?

—Porque necesitará saberlo. Estoy segura de que ahora que está aquí... —respondió Ana, perpleja.

—Solo he venido a ver cómo estaba, no a hacer de enfermera.

Entonces, desde el salón, se oyó la voz de Miriam.

— ¡Ana! ¿Dónde estás?

— ¡Dios mío! —exclamó la madre de la gallega —. No había hablado de un modo tan patético desde que tenía siete años y pasó la varicela.

Ana dejó la taza en la bandeja y se dirigió rápidamente al salón.

— ¿Estás segura de que quieres darte tanta prisa cada vez que te llama? —preguntó la mujer —. Sin todo esto, ya tiene un ego bastante grande.

La canaria no se detuvo. Prefería parecer una tonta enamorada que perder la oportunidad de avisar de la visita que tenían, antes de que la empresaria dijera algo que pudiera lamentar.

Novia de alquiler - Wariam-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora