Reina el silencio, se escucha solamente el sonido de las gotas de lluvia chocando con el frío asfalto de lo que antes era una acogedora ciudad. Ahora eso es solo un recuerdo, un recuerdo que pocos podrán contar.
Mi pelo está enmarañado y mientras mis párpados se abren tengo la esperanza de que hoy será un día diferente. Es sábado, eso significa que por fin podré ir a la librería, el único lugar de esta triste ciudad en donde puedo estar tranquila. Me levanto después de dar mi vueltas en mi cama, me voy a la ducha y dejo que el vapor nuble todo, dejo mi mente en blanco, mientras las gotas de agua se posan sobre mi piel.
Me visto, me pongo mis desgastadas botas y bajo a desayunar. Mi madre ya se ha ido trabajar, al igual que siempre ha dejado el desayuno encima de la mesa del comedor junto a una nota, en la que me desea un buen día con un corazón. Recojo todo lo necesario en mi antigua mochila y salgo de casa.
Al otro lado de la acera veo el reflejo de Leo en la ventana de su habitación, a pesar de que es mi mejor amigo, nos hemos distanciado, así que decido continuar mi camino sola. Siempre he pensado que es el único que me apoya y esta conmigo cuando mas lo necesito, pero últimamente, algo ha cambiado y siento una enorme impotencia porque ya no se que qué hacer.
He recorrido varias calles, vacías como siempre, no hay personas, ni coches, no hay vida. Parece que el tiempo se ha detenido y me he quedado atrapada en el limbo, quiero salir de aquí, quiero huir, ojalá cesara este sentimiento que me carcome día tras día. La antigua librería que visitó todas las semanas está abierta y su propietario el señor Declan me saluda con una gran sonrisa. Declan a pesar de ser un anciano, es una de las pocas personas que conozco que aún tiene ese entusiasmo de vivir la vida y eso es algo que valoro mucho en las personas. Para mí el es como parte de mi familia, visito su librería desde niña, todos los sábados vengo aquí, y leo un libro junto a la chimenea del pequeño pero acogedor local mientras me bebo una gran taza de chocolate. Antes solía venir siempre con Leo, pero desde hace unos meses siempre vengo sola.
Dentro de poco tengo que volver a casa, aún así quiero quedarme un poco más en el bosque haciendo bocetos de personas imaginarias que podrían visitar esta ciudad, me gusta imaginar que se llena de familias que pasean por las calles dando vida a las calles de Sniav.
Al llegar a casa me encuentro con Leo en la calle, lleva un gorro y el flequillo despeinado, tiene la punta de la nariz roja por el frío, sus ojos color avellana no miran nada en concreto, va mirando el suelo, así que algo le preocupa. Cuando éramos pequeños siempre que estaba preocupado se quedaba callado mirando el asfalto mientras caminábamos. Aún no me ha visto así que decido saludarle yo primero.
-¡Leo! Tierra llamando a Leo, ¿estás bien?— se me escapa la risa por la cara de sorpresa que pone.
- Ayla, ¿por qué no estás en tu casa? Tu madre habrá llegado ya.
- Me entretuve en la tienda de Declan—su respuesta me decepciona, no entiendo que le pasa—De todas formas mi madre llegará más tarde hoy, ¿quieres que vayamos a algún sitio? Hace tiempo que no salimos juntos...
- Tengo que ir a comprar cosas para casa, nos vemos.
-Vale...nos vemos.
No puedo dejar que esto continúe así, intento armar todo el valor que tengo, pero es muy poco como para atraverme preguntarle que le sucede.
Continúo mi camino, quiero llegar a casa.
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Anecdoche
RandomAyla tiene una vida monótona y aburrida, sin nada especial. Pero, un día todo cambia, como en la leyenda de la caja de Pandora, al abrir algo que no se debe todo puede salir mal. La puerta se ha abierto y ya no hay marcha atrás. ¿Conseguirá Ayla esc...