2.Opia

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La casa sigue aún vacía, estoy cansada, me preocupa el comportamiento de Leo, soy una cobarde. Ni siquiera me atrevo a preguntarle que pasa. Quiero dormir, no quiero que mis pensamientos entren en el bucle infinito de mis inseguridades.
Otra vez, mi cuerpo se desvanece, comienza por mi manos y poco a poco mi cuerpo desaparece, todos los días, desde que abrí esa puerta me sucede esto a diario. Desaparezco del lugar en el que este y repentinamente me hallo en unos enormes acantilados, donde las olas del mar chocan contra ellos furiosas, como si quisieran tirarlos abajo. El viento sopla con gran fuerza, me cuesta estar en pie, apenas puedo ver nada por la niebla, el frío ya no hiela, quema, arde. Y otra vez allí está él, justo al borde del acantilado, el mismo chico de siempre sentado, balanceando sus piernas al borde del vacío, le gritó pero no me oye, es inútil, es como si estuviera en una burbuja de la que no puedo salir, no puedo ayudarle. Ya es hora de irme, si permanezco a aquí más tiempo no podré volver, tengo que pensar una forma de ayudar a Duman, aún no sé su nombre, simplemente le he puesto Duman, que significa niebla, porque nunca soy capaz de verle del todo por ella. El tiempo se acaba, tengo que acercarme a él, quiero verle solo por una vez. Avanzó con dificultad, extiendo mi brazo, y lentamente poso mis dedos sobre su espalda. Duman se gira pero no me mira a los ojos, yo tampoco. Es el ser humano más bello que he visto en lo que llevo de vida, su piel parece frágil como la porcelana y suave como el terciopelo, sus ojos son de un color amarillento, color dorado, pero les falta brillo, les falta vida, sus rasgos son suaves pero tristes, nuestras miradas se encuentran, ¿qué es este sentimiento? Quiero mirarle a los ojos, pero me siento terriblemente vulnerable, ¿es esto la opia? Sí, este sentimiento es la opia.
Las últimas palabras que puedo pronunciar antes de desvanecerme completamente son:
-Ya no estás solo, volveré a por ti—por un segundo creo que vi un brillo de esperanza en sus ojos.
He vuelto a mi cuarto, ahora mismo no puedo dejar de pensar en ese chico solitario al que llamo Duman, no quiero olvidarle, siento la necesidad de verle otra vez, estoy muy cansada, he estado más tiempo del que debería y ahora mi cuerpo tiembla y duele por mi imprudencia. Preparo las pinturas y comienzo trazando líneas en el lienzo con mi último carboncillo. Poco a poco, las líneas forman los suaves rasgos de Duman, cada vez se parecen más a él, el boceto es idéntico, es como si estuviera viéndole en persona. Mañana lo pintaré a óleo, quiero que se parezca a él lo más que pueda.
Suena el timbre, supongo que sea mi madre, pero al abrir la puerta me encuentro a Leo, Mi cara de sorpresa es inevitable. Después de meses sin visitarme ¿por qué se presenta aquí sin previo aviso?
-Leo, ¿estás bien? Pasa.
-No, Ayla, ven quiero enseñarte un lugar—ni siquiera me mira a los ojos.
-No sé, es tarde mi madre estará al llegar—no quiero ir, mi intuición me dice que no vaya.
-De acuerdo, pero tengo que hablar contigo, es muy importante—su mirada es desafiante casi salvaje.
-Sí quieres mañana podemos ir al manantial y hablamos como cuando éramos pequeños ¿vale?
-Mañana a las 18:00h no llegues tarde—no me saluda, se va sin mirar atrás.
Mi madre acaba de llegar, puedo ver por sus ojeras a pesar de todo el maquillaje que lleva, aún así sigue sonriendo, ella lo es todo para mi, desde que papá falleció, ella no ha dejado de trabajar y nunca la he oído quejarse. La admiro, pero me preocupa su salud, cuanto tiempo más podrá aguantar, todas las noches la oigo toser sin parar.

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