El fin de un existir

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Después de una larga jornada y constantes reuniones, al fin había terminado mi trabajo. Estar a cargo de una parte de la empresa de mis padres no era tan fácil como parecía.

—Víctor, ¿podrías venir un poco, por favor?—preguntó Pablo, uno de mis amigos del trabajo.

—Sí, claro.

—Disculpa por molestarte, pero necesito ayuda con el sector de finanzas.

—Ah, si te refieres a lo de los pagos, ya está solucionado. Acabo de arreglar eso en la última reunión. Si no sale la información correcta, intenta volver a cargar los datos—contesté sereno, e indicándole la pantalla del monitor.

— ¡Gracias Víctor!—agradeció dando una leve reverencia.

—No hay de qué —sonreí amable—tú sabes que es uno de mis deberes el estar ayudando a que todo funcione bien.

Él se despidió cortésmente, y volvió a su trabajo.

Caminé hacia la salida y suspiré feliz. Al fin podía relajarme.

Era una tarde bastante calmada. Las otoñales hojas de los árboles que habían por las calles, caían lentamente sobre la acera y el pavimento, cubriéndolos poco a poco con sus rojizos colores. Algunas personas salían agotadas de sus trabajos, y caminaban en dirección hacia sus hogares, mientras que otras se acercaban a los kioscos para comprar algo que beber. En comparación a otros días, no transitaba tanta gente por las calles, como lo era usualmente.

Mientras andaba por la calle hundido en mis pensamientos, sentí como alguien tocó suavemente mi hombro. Casi por instinto, me detuve en ese instante, y algo confuso, volteé para saber quién era la persona que acababa de tratar de llamar mi atención.

Era un chico de estatura media, que poseía unos grandes y atrayentes ojos marrones. Algunos mechones de su cabello, recaían tímidamente sobre su ojo izquierdo.

A pesar del viento que comenzaba a soplar un poco más fuerte, él se mantuvo en el mismo lugar sin moverse,  al parecer él  esperaba a que yo dijera algo primero. Pero en cambio, decidí continuar observando su rostro durante unos segundos más, deteniéndome en sus finos labios color rosa y su pálida piel.

Sin embargo, una de las cosas que me llamaron la atención, fue la razón de por qué andaba solo.

— ¿Pasa algo? —pregunté, debido al largo e incómodo silencio que se había producido.

—Bueno... —hizo una pausa y continuó hablando—acabo de llegar y no encuentro un lugar donde quedarme.

—Ah, si quieres te puedo llevar a un hotel que está por aquí cerca.

—Sí, gracias.

Caminé al lado del chico, guiándolo hacia el lugar donde le había recomendado   , mientras seguía dándole vueltas en cómo alguien como él habrá venido hasta aquí sin siquiera tener un lugar para quedarse a dormir. Al menos la mayoría suele planificar estas cosas con antelación, para así poder pasar una buena noche.

Pasaron algunos minutos y nos detuvimos frente al lugar que le recomendé. Lo miré atentamente y esperé a que dijera algo, pero no fue así. Se mantuvo en silencio con la cabeza baja.

—Ya llegamos. Aquí podrás hospedarte y pasar una buena noche—dije para romper el silencio.

El chico observaba con detención el lugar, supuse que estaría bien, así que me despedí para no parecer descortés. Además, debía llegar a mi casa para descansar un poco. Tantos problemas de la empresa ya me estaban agotando.

—Bueno... tengo que irme ahora, fue un gusto haberte ayudado.

Él volteó y caminó hacia mí.

—Gracias... —dijo mientras me abrazaba.

—De nada... —contesté algo extrañado— «¿Por qué está haciendo esto...?, nos acabamos de conocer»—correspondí el abrazo un poco desconfiado, mientras sentía que se apegaba un poco a mí.

—Lo lamento...—susurró.

Eso fue lo que alcancé a escuchar antes de sentir algo que atravesaba mi pecho. Era un dolor inhumano que no se podía apenas soportar.

Aquel chico después de apuñalarme se alejó corriendo del lugar, mientras yo toqué el área de la herida y observé mi mano teñida por un color rojo carmesí.

Caí al piso adolorido y escuchaba que las personas se reunían a mi alrededor murmurando "¿qué pasó?", "¿quién es?" y otras gritando pidiendo que llamaran a una ambulancia.

Cada segundo que pasaba era mucho más doloroso que antes, me sentía más débil, seguramente por la pérdida de sangre. De vez en cuando sentía pequeñas punzadas en mi pecho.

Por más que tratara de mantenerme con vida los dolores aumentaban. Empezaba a sentirme ahogado, se me hacia difícil respirar, lo cual alteró un poco más a las personas de mi alrededor.

Fui capaz de reconocer uno de los gritos de la multitud, esa voz desesperada... aquella que entonaba bellas y suaves melodías para poder quedarme dormido cuando era un niño, ahora pedía socorro mientras le oía cada vez más cerca.

—Hijo... —dijo mi madre con la voz entrecortada mientras acariciaba mis mejillas cuidadosamente.

Deseaba tanto poder hablarle..., pero por mucho que tratara, me era imposible decirle que no se preocupara por mí.

Lentamente comencé a percatarme que mi cuerpo se tornaba frio y pesado, ya no podía pensar en nada más que en los momentos más emotivos de mi vida... en cuanto anhelaba ser alguien y tener un futuro... también recordé vagamente el rostro de aquel chico... 

Sentí unas cálidas lágrimas caer sobre mis manos. En ese momento me hubiera gustado abrazarla y secar sus lágrimas, pero no podía moverme, mi cabeza daba vueltas y ya casi no tenía fuerzas.

—Víctor, resiste por favor—dijo mientras lloraba desconsoladamente—ya viene una ambulancia en camino…

Mi visión se volvía borrosa, los colores y las luces ya no podía distinguirlas. Todo era una mezcla de tonalidades, era imposible saber qué era qué.

«Lo siento madre...»

Fué lo último que pude pensar antes de que mi vista se volviera completamente obscura

Enamorado de mi homicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora