Capítulo 2°: 9 de Diciembre - Día 1 (por la tarde)

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¿Qué sucedió después del secuestro? No sé cuánto tiempo pasó hasta que Ayelén despertó. Tardó en darse cuenta de que estaba en el interior de una camioneta. Era una de esas relativamente chicas, blancas, que se suelen usar como fletes.

Parecía como si tuviera resaca, estaba mareada y no entendía lo que había ocurrido. Ella nunca fue de tomar, y cuando lo hacía con un vaso de cerveza quedaba tonta, se sentaba en una silla y permanecía ahí con los ojos cerrados. Era patética. Ni siquiera era capaz de reconocer un buen vino, y dejaba pasar, sin probar, el Antucura que su tía materna traía para cada navidad. No podés tener frente a vos un vino de alta gama y no aprovecharlo. Incluso el olor ya la asqueaba. Me altera solo pensarlo, que pendeja estúpida que era.

El interior de la camioneta tenía las ventanas tapadas con vinilo negro por el lado exterior, pero un resquicio de luz se colaba por los contornos de la puerta trasera. La cabeza le dolía y sintió nauseas al intentar incorporarse. Sentada contra uno de los laterales la abrumó la incomprensión de donde se hallaba, qué había ocurrido... En fin, los minutos pasaban y no se daba cuenta de nada. La sensación de un brazo sujetándole la cintura con fuerza hizo que se llevara la mano a sus costillas. Ya nadie la sujetaba, pero la sensación persistía. Su capacidad de reacción dejaba mucho que desear, la verdad.

Estaba sentada mirando en derredor con la vista abstraída, como si no estuviera realmente allí. Su cartera no estaba a la vista, en el pequeño espacio en el que se encontraba los únicos objetos eran la goma de una rueda, una de esas herramientas en forma de cruz que se usa para desenroscar las tuercas de las llantas, y en un rincón una manta manchada de grasa. Nada tenía sentido en ese momento para Ayelén. Sí, puedo concederle que estuviera en shock, pero es que no era precisamente lo que se dice, una persona lúcida.

Su mamá tenía un sueldo medio de secretaria y a su papá lo habían despedido unos meses atrás, cuando la fábrica en la que trabajaba quebró y se fue del país. ¿Qué podían querer de ella? Si se hubiera dado cuenta de la respuesta, se hubiera esforzado por escapar cuando sintió que el vehículo se detuvo por largo rato en una estación de servicio. Digo... si hubiera prestado atención a los diálogos exteriores hubiera sabido que se hallaba en una YPF.

Se abrazó las rodillas y apoyó la cabeza contra la chapa blanca, temblando. Andá a saber que pensaba en ese momento. Somos muy diferentes, así que ni siquiera puedo inferirlo. Era la época en que los noticieros y demás programas periodísticos (que Ayelén solo escuchaba a fuerza de que su papá ponía la tele a todo volumen durante la cena) hablaban de robos, incautaciones de drogas, inflación, desempleo y, sobre todo, política. Incluso, aún seguían dándole vueltas a la entrevista de Cristina con Luis Novaresio en septiembre.

Hacía tiempo que no se escuchaba nada sobre secuestros. Habían pasado ya años del caso Blumberg. Recuerdo que la muy idiota se había asustado cuando sus papás se sumaron al cacerolazo masivo organizado por el padre del chico. En fin, seguía acurrucada en la camioneta llorando como un cachorro asustado.

Recuerdo el caso Blumberg. El chico tenía pocos años más que Ayelén cuando la secuestraron. En la televisión habían dicho, en ese entonces, que al hijo del empresario le habían cortado las falanges de una mano con una tenaza. Ella no hubiera soportado algo así, era demasiado débil, hubiera muerto solo de la impresión. Más que pena me da vergüenza, lloriqueando hasta el hartazgo. ¿Cómo podía tener tan poco orgullo? Escondía el rostro junto a las piernas dobladas y dejaba que la angustia la dominara. Eso era totalmente inútil, llorar no la iba a ayudar a sobrevivir.

Una frenada abrupta la sacó de su letargo horas más tarde. Se restregó la cara con el brazo y se enroscó el pelo castaño, largo hasta la cintura, con una banda elástica que tenía en la muñeca. Tanto se esforzaba por creer que aquello era solo una pesadilla que no prestó atención a lo que el movimiento del auto podía decirle. Avanzaba rápido y continuó sin detenerse ni bajar la velocidad, era evidente que viajaban por la ruta. Cada tanto los baches en el camino la hacían saltar. Las rutas en mal estado son una plaga en el interior del país. Nos pese o no, el gobierno militar le dio bola a ese tema. No es que sea pro-dictadura, pero en ese contexto uno sabe que si está del lado correcto no tiene que hacerse problema por nada.

En cuanto al recorrido que hicieron, ella ya lo conocía. Había pasado los veranos desde que estaba en la panza en Entre Ríos, y siempre viajaba en el auto familiar con su papá al volante, pero, tras el secuestro, estaba demasiado ocupada en llorar como para notar las similitudes en los movimientos del vehículo impuestos por las irregularidades del pavimento. La camioneta disminuyó la velocidad y dobló a la derecha, era imposible no darse cuenta que habían entrado en un camino de tierra. Bueno, no le doy más vueltas... no se dio cuenta y punto. Es absurdo intentar pedirle peras al olmo. Es que me supera, ¿Cómo podía ser tan débil?

Los minutos transcurrían, Ayelén observaba la línea de luz que se colaba por la unión de las puertas. Se acercó a gatas. Empujó la puerta, ¿en verdad creía que no estaría trabada desde afuera? Recorrió con la vista su alrededor, se estiró para tomar la llave en cruz e intentó introducir el fierro en la abertura. El fracaso estaba cantado, pero en ese momento no le daba la cabeza y siguió "intentando".

Un nuevo bache, más pronunciado, la hizo saltar golpeándose la frente con la herramienta que tenía en las manos. Seguía restregándose el lugar del golpe cuando el vehículo se detuvo. Volvió a avanzar y detenerse. La puerta se abrió desde afuera.

Un garaje gris y una luz tenue le dieron la bienvenida.

—Bajá.

Retrocedió al ver a su secuestrador, un hombre de mediana estatura y hombros anchos la esperaba tras la puerta blanca de la camioneta. No quería mirarle el rostro y su vista se fijó en el arma que él sostenía con el brazo lánguido al lado de su cuerpo.

—Dale, bajá.

Estaba muerta de miedo, como los cachorros que saben que les espera una paliza. Pero el cañón del arma apuntándole directamente hizo que se moviera. Bajó sentándose en el borde, dejando que las piernas colgaran antes de apoyarlas en el piso de material y pedirles que sostuvieran el peso de su cuerpo.

El secuestrador se hizo a un lado indicándole que bordeara la camioneta. Allí había una puerta, con un felpudo de mimbre en el piso. Él, detrás de ella, estiró un brazo para mover la manija hacia abajo, casi rozando el rostro de Ayelén. Llevaba jeans oscuros y el revólver era negro. Una camisa celeste y azul a cuadros le daba un aire de campesino, más bien de las películas y series que transcurren en zonas rurales de Estados Unidos. Ayelén tuvo el impulso de mirarlo de frente, conocer los rasgos de su captor. No lo hizo. Era cobarde hasta para eso.

Sintió el tirón cuando el hombre la agarró del pelo.

—Caminá.

Entró a la casa siendo empujada, con su cabeza hacia atrás por el agarre. El techo era blanco, decorado por varias lámparas colgantes en espiral. Hacia la derecha, una alacena de melamina color ébano ocupaba toda la parte superior de la pared. Se golpeó los dedos de los pies contra las patas de metal de unas banquetas mientras avanzaba a tientas guiada desde atrás a empujones.

—No intentes nada.

Le soltó el pelo, pero la acorraló contra la pared con el cuerpo. Él sacó una llave de un bolsillo y la colocó en la cerradura de una puerta corrediza disimulada tras la cocina. Giró la llave y abrió el paso a un pasillo de un blanco viejo mucho menos iluminado que el resto de la casa.

—Entrá.

La muy idiota no se movió, ni para obedecer ni para intentar escapar. Él la empujó con fuerza y cayó al piso en cuatro patas. Es gracioso, esa imagen sería una buena fotografía en blanco y negro, o mejor, la escena narrada con la maestría de Arlt sería sublime.

Ayelén, con el pecho latiendo fuerte, se puso de pie de prisa, por temor, mientras él cerraba la puerta con llave del lado de adentro.

La chica de los librosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora