Capítulo III
Búscame
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Con las manos entrelazabas, dedos magullados y palabras que el viento se llevó, surgió el largo viaje de la criatura y la mundana bajo la noche estrellada.
Issabelle obligaba a su cuerpo a no decir palabras, a no quejarse, ni dar pistas de lo que en realidad quería hacer en ese momento: correr. Pero una cadena invisible la jalaba. Quizás porque le gustaba el peligro, nunca había estado en una situación fuera de su naturaleza. Una pequeña caminata al parte, salidas con hombres que ni le interesaban. El ángel se giró al escuchar tal pensamiento, surgiendo en su cerebro como notas musicales, algunas afinadas a la perfección y otras completamente chirriantes y descompuestas. Le paso el brazo por la cadera y la ayudo a tomar caminata de nuevo.
-No he dicho que lo siento- al escuchar su voz de nuevo en lo que parecían horas se le erizó el vello naciente en su nuca.
-¿Por qué?- sus ojos grises brillaron por lágrimas, las primeras que derramó aquella mujer en años. La verdad de lo ocurrido le estaba formando un nudo en la garganta.
-Porque dudo… porque estoy seguro de que no volverás a ese lugar- era una de las pocas veces que titubeaba a la hora de hablar y ella internamente se sintió agradecida por su ligero tono de voz y pensó que tal vez si era honesta él entendería.
-Yo cuando salí de casa, no pensé volver-
Silencio de nuevo.
Los pasos del Gregori iban cada vez más rápido, pensaba en levantarla del suelo pero iba en contra de su naturaleza, cada vez que contaba el tiempo transcurrido le llegaba la preocupación de que el amanecer volviera como siempre lo hacía, a sus anchas y sin objetarse de que aun hay personas que necesitan ocultar la fría realidad de sus pieles.
-Issabelle, necesito que te ayudes- faltaba tan poco para llegar a vuestro destino que al ángel le temblaban las manos e Issabelle simplemente dejaba llevar su peso por las tibias manos de el hombre que apenas conocía. Un suspiro departe de Gregorio y un pestañeo de la joven. Un hombre ya calvo por vejez, con tez ligeramente arrugada y ceño fruncido-Francisco, yo simplemente quería tu ayuda- el poseedor de aquella pequeña casa y amigo hace años de chico, tomo el otro brazo de la chica, contando hasta tres para esconderla por las paredes de su morada, se preguntó que hacía tal muchacho en su casa, cuando tenía al menos diez años sin verlo, él apenas estaba gateando cuando lo conocí, pensó, por así decirlo.
Lilith se levanto con el corazón de siempre vacio, pero latiendo desesperadamente al ver la cama fría a su lado, sin nadie que le pasara las manos por el cabello largo y ondulado mientras dormía.
-¡Samael!- llamaba el demonio mientras se cubría con su bata color marfil y corría con los pies descalzos por la casa abriendo puertas con fiereza y siguiendo las guías de sangre que no había recordado dejar. No. Suspiró. Mientras el demonio se encontraba recostado ligero cual pluma en su caballete, con la camisa vagamente manchada por los oleos-¿Qué hiciste?-
-Lo que venias con ganas de hacer- respondió dándole una calada al tabaco que llevaba entre los dedos mientras con la izquierda terminaba de pintar al niño con mejillas rosadas. Lilith al verlo se le revolvió el estomago y tiro al suelo el lienzo quedando frente a él, mirándolo fijamente a los ojos, lo que contenían sus ojos dorados, malicias y deseos incumplidos, tragedia, maldad.
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Cayendo
RomanceQuizás no había caído tan bajo. No toda su alma había oscurecido por completo. Los rizos pelirrojos que enmarcaban su rostro adormecido no formaban parte de su cuerpo. Besos sin sabor alguno le paseaban por el alma. Caricias y sentimientos que o...