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Desde la ventana de su habitación Mark observaba la tempestad que azotaba con fuerza incluso en el imponente castillo en el que vivía.

Las ramas de los árboles se sacudían casi con violencia, la exponencial lluvia mojaba todo a su paso y a pesar de ser aún de día, el sol, escondido entre las inmensas nubes grises hacía del día un poco sombrío y sin duda muy frío.

El sonido de un relámpago como cortando el cielo en dos lo asustó tanto a él como al bebé que yacía en la cuna. De prisa Mark tomó al bebé lloroso entre sus brazos, lo acunó con amor en su pecho y mientras cantaba una vieja canción de cuna, arrulló al pequeño en sus brazos hasta que éste hipnotizado por la dulce voz de su madre, cayó rendido de nuevo y cerró sus ojitos de a poco hasta quedar por completo dormido.

Con su pequeño descansando entre sus brazos, Mark admiró de nuevo todas las similitudes entre Jisung y Jaemin. Padre e hijo tenían el mismo color rubio de cabello, los ojos de un precioso tono caramelo con visos verdes, la piel blanca suavemente bañada por pecas.

Mientras estaba embarazado, pasaba horas y horas imaginando como sería su bebé. Y aunque había escuchado que la genética vampira era en extremo dominante, jamás creyó que incluso entre su cabello oscuro como la noche y el cabello rubio de Jaemin, fuera éste último a ser el que portaría su Jisung.

Pero no le causaba conflicto, su hijo aún siendo un pequeño bebé de casi 11 meses era sin lugar a dudas de una belleza única. Era regordete, pero no en exceso, sólo lo suficiente para causar ternura, tenía las mejillas siempre de un bello tono rosa, sus constantes balbuceos y sonrisas lo hacían ver aún más encantador. Sus rizos rubios eran sedosos y muy finos. Y era tan atento y astuto que a ratos lo dejaba anonadado.

Pará sorpresa de muchos había dado exitosamente a luz a un varón, uno sano y fuerte, digno de ser llamado un Hohenzollern-Sigmaringen.

A ratos le daba tristeza, y en algunas ocasiones hasta de rabia y coraje se llenaba su pecho al saber que sus apellidos eran tan insignificantes para esa gran familia, que su hijo no los portaba. Como si fuera sólo de Jaemin.
Como si el no lo hubiera llevado por doce meses en su vientre, como si el no fuera quien día a día desde su nacimiento lo amamanta, lo arrulla, lo limpia, lo ama con tanta devoción y cariño. Como si el no fuera quien lo cría en lugar de esas molestas y frías niñeras.

Con la luz de un relámpago iluminando momentáneamente la habitación, Mark pensó en las pocas horas que faltaban para que oscureciera por completo, para que el sol se marchará y diera paso a la luna llena que habría esa noche.

Y con temor y tal vez -sólo tal vez- con una diminuta pizca de excitación por lo que vendría con la noche.

Nervioso rezaba a Dios para que la tormenta retrasara el carruaje de su esposo y el tuviera un poquito de tiempo más.

O tal vez para que Dios le tuviera piedad y su esposo se retrasará tanto como para perder la luna llena y espera al mes siguiente.

Pero sabía que sin importar que los retrasara, Jaemin llegaría.

Él siempre llegaría hasta él.

Unos consistentes golpes en la puerta lo despertaron de su siesta.

Con el corazón latiendo desbocado y tratando de despabilarse de los vestigios de su sueño abrió con cuidado la gran puerta de madera.
Detrás de ella se encontraba una de las jóvenes sirvientas, quién agitada y sudorosa, respiró dificultosamente antes de darle su sentencia de muerte: -El Príncipe ya se encuentra ya aquí.

Afectado por lo que sus oídos captaron, asintió rápidamente para después cerrar la puerta de un golpe. Intentó regular su respiración y notó que la habitación permanecía casi por completo a oscuras.

Por las ventanas se colaban los escasos y últimos rayos del sol.
Al lado opuesto la luna ya estaba creciendo.

Su corazón martilló aún más fuerte, como si quisiera salir de su pecho. Sus oídos embombados, sus labios resecos y una fina capa de sudor cubría ahora su cuerpo.

Las manos temblorosas recogieron al bebé durmiente. Cambió su pañal y limpió su delicado cuerpo con un paño húmedo para proceder a ponerle una pijama cómoda y calentita de piel de cordero y algodón. Desabrochó su camisa y la bajó por su pecho, atrajo a Jisung a su pecho quien en su boca tomó el pezón y empezó a beber con hambre.

Caminó suavemente por la habitación arrullando a su hijo, jugando con sus manos y murmurando entre dientes para hacer dormir al bebé. Una vez dormido, lo dejó de nuevo en la cuna donde lo arropó bien asegurándose de que pasara bien la noche fría.

Se aferró con fuerza a la cuna de su hijo y desvió su vista a la cuna sin estrenar que yacía a un lado, a la espera de ser ocupada por otro heredero, un nuevo Hohenzollern Siggmaringen que debía dar a luz.

Giró sobre sí encarando a la figura alta que se encondia en una esquina de la habitación, viéndola callado desde que amamantaba a su hijo. El hijo de ambos.

-V-vamos a hacerlo hoy?- Con la voz rota y débil decidió romper el silencio.

Él caminó lento, erguido e imponente. Con su 1,90 de altura, las botas y pantalones ensuciado por el barro de la entrada a la propiedad, sus ropas mojadas por la lluvia, y las manchas de sangre en su cuerpo por el cadáver que seguramente había cazado al momento de llegar.
Todo por el ritual.
El hombre caminó hacia Mark pegando su firme pecho a la frágil espalda del más pequeño, posó sus fuertes y musculosos brazos por su cintura, recostando después su peso sobre el azabache. Acarició sus caderas, subiendo sus manos juguetonas por el vientre ahora plano, siguiendo por sus costillas hasta sus pezones, pellizcando y halando hasta provocar un gemido ahogado de Mark.

Rasgó la camisa de Mark en dos con sus manos, lo apretó aún más contra sí posando uno de sus brazos alrededor de su cintura, apretó su garganta con poca fuerza y lamiendo sensualmente desde su cuello hasta su oído susurró ronco: -No puedo aplazarlo más.

𝑽𝒂𝒎𝒑𝒊𝒓 - 𝒋𝒂𝒆𝒎𝒂𝒓𝒌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora