Los desechables

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Llovía.

Pero no era un delicado rocío veraniego sobre una extensa y hermosa pradera.
Esta era una lluvia violenta, casi mordaz. Que caía sin piedad sobre nosotros.
Mientras veía más allá de los cuatro adefesios que teníamos ante nosotros, me preguntaba cuánta gente podría morir debído a aquella tormenta. O si alguien había muerto ya.

Imagínaba cuántos la habrían palmado en el transcurso del mes,  del año.
Quizá algún idiota en un accidente de automóvil.
O alguna familia a la que el techo les habría caído encima.
Imaginaba cuántas almas se habían perdido aquella vez en la que Dios perdió la cabeza. Y si tendría piedad de nosotros una vez más.

Encontramos un grupo de Licos examinando el contenido de un basurero. Probablemente buscando manjares para llenar el estómago. El hambre y la reciente apertura de la temporada de caza los habia puestos particularmente desesperados. Y eso, a la vez, los ponia particularmente peligrosos.

Los rastreamos dia y noche hasta encontrar una guarida en un edificio que operaba como almacén/estacionamiento ubicado cerca del centro de la ciudad.

Solo uno fue agresivo, y hacernos cargo de el no fue muy difícil.
Nada de balas de plata ni crucifijos.

Con el resto fue todavía más sencillo.
Hacíamos las mismas preguntas, ellos ofrecían las mismas respuestas.
Al día siguiente la morgue levantaba los cuerpos y caso cerrado.
Nosotros sabíamos cómo funcionaba.
Ellos también.
Incluso el público sabía que la versión que ofrecían los medios era pura mierda.
El sistema se hacia funcionar.

Con la mayoría de la jauría puesta a dormir,

Uno le dijo al otro "lo siento mucho, te amo". O una mierda así, y luego inicio su conversión.
Parecía que no estaba pasando un buen rato.
Estaba sufriendo y lo único que hacíamos los muchachos y yo era ver.
Ver un espectáculo grotesco.

Lo irónico, es que eso no les daba ninguna ventaja.
Nada de fuerza, nada de velocidad.
Solo lograban sacar su lado salvaje.
Una versión inhumana de si mismos.
Fue abatido en un segundo.
Revisamos el cuerpo temiendo que se siguiera moviendo cuando el último de ellos convertido en un asqueroso perro semihumano brinco desde el borde del estacionamiento.
No disparamos, el cuerpo ya sin vida reposaba en el asfalto. Ya mañana alguien se encargaría de limpiar aquello.

Minutos más tarde cada quien estaría camino a casa, el caso estaba cerrado y lo mejor era que no tendría que hacer papeleo en la oficina.

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