Quebrado

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Suspiró, aferrándose a la espalda ajena con el éxtasis en cada uno de sus músculos, enterrando las yemas en la piel ajena mientras sentía cómo se hundían en él, sus piernas temblaron, respirando agitado.

—Zed —jadeó, apenas pudo hablar.

El calor se sentía en cada parte de su cuerpo, y cuando pronunció el nombre ajeno, una mordida en su piel hizo que se estremeciera. Se enfocó en los ojos ajenos, su labio ardía y estuvo seguro que tendría que inventarse una historia para el resto de los acólitos. No le importó, aceptando la acción con gusto, tocando como si fuera la primera vez que tenía la oportunidad de realizar aquel acto prohibido.

Su maestro y él habían estado separados el tiempo suficiente para que ambos estuvieran despiertos a entradas horas de la madrugada.

Examinó el rostro de su maestro, quebrado de aquella parsimonia fría que solía acompañarlo a diario, y decidió colaborar con la ruptura, moviéndose para estar sobre él. Colocó sus manos en los hombros ajenos, sentándose, con los ojos fijos en los contrarios mientras era sujetado por las caderas. Apenas colocando sus pensamientos en orden.

—Quiero hacerlo así —murmuró, jadeando sobre los labios contrarios. Dio un beso largo que fue correspondido, al tiempo que se movió, intentando mantener el ritmo. La sensación era muy placentera, y aunque él podía jactarse de no ser ruidoso, dejaba escapar unos cuantos sonidos al encontrar el movimiento exacto.

—Shieda...

La mención de su nombre lo estremeció, esforzándose más por aumentar la velocidad en un ritmo sincronizado. Con la respiración errática, intentó no colocar tanto de su peso sobre su acompañante, pero se complicó cuando su cuerpo fue acercado aún más. Soltó el aire de sus pulmones en un suspiro, los dedos ajenos recorrieron su espalda y los costados de su torso y cintura. El toque le pareció inusualmente suave.

Los minutos que parecían haber sido casi eternos, culminaron con un gruñido que erizó su piel, con los brazos apretados, juntándolo. Vio el techo, satisfecho y casi embriagado por la sensación que sintió.

Existía algo más, después de tanto tiempo guardando aquel secreto, sintió que en cualquier momento las palabras saldrían expulsadas de su boca sin poder contenerlas. No era posible que una persona se mintiera mucho tiempo a sí misma y Kayn comprendió que estaba por llegar al punto sin retorno.

Ellos guardaban ese secreto, aquella relación que no tenía categoría ni explicación. Lo más probable era que todos enloquecieran si la verdad era revelada, si la perfecta fachada de maestro y pupilo era rota, expuestos ante los ojos del mundo.

Zed y él estaban tan cerca, todos aseguraban que él debía ser el acólito favorito, siempre a su lado, siempre incluido en los planes y en las misiones más importantes. Se convirtió en una sombra silenciosa que seguía ciegamente a Zed, cumpliendo cualquier cosa que necesitara. Pero no solo era guiado por una ciega lealtad, sino también, por otro sentimiento que había quedado desplazado para que las cosas se mantuvieran tranquilas. Pero no pudo retenerlo mucho tiempo.

Sintiendo la respiración ajena regulándose, pasó sus dedos por las hebras blanquecinas, observándolo sin poder despegar su vista, la atención entabla completamente sobre él. Su corazón latía muy fuerte, sintiéndolo incluso en la punto de sus dedos, pero por primera vez en mucho tiempo, deseó que Zed lo entendiera sin necesidad de hablar.

Se acercó despacio, besándolo sin dobles intenciones, los ojos carmesí aumentaban sus nervios, por lo cual, los cerró. Sintió que el tacto era seguido tal y como él lo deseaba, despacio, sin prisas, ni la lascivia que se encontraba en la mayor parte de ellos. La mano rozó con sutileza su cintura, apenas tocándolo, y tomó el rostro mientras inclinaba su cabeza hacia un costado, profundizando el contacto con suavidad.

Los asesinos no eran suaves, no eran dulces, tampoco sentimentales, románticos, ni mucho menos amorosos. No compartían palabras gentiles y cargadas de afecto. Todo ello era estúpido e imposible de pedir. Kayn lo sabía bien, el verdadero significado de ser un asesino y trabajar para la orden de las sombras. Y sin embargo, a pesar de los impedimentos y su propia incompetencia para actuar con cariño, era capaz de tener profundos sentimientos por su maestro.

—Yo... —murmuró, y las palabras murieron en su boca, con miedo.

—¿Qué?

—Zed —llamó, intentando llenarse de valor—, yo estoy...

Su cabeza dio vueltas. Kayn nunca imaginó que sería tan difícil poder decir una frase. Él nunca fue un cobarde, pero las posibles consecuencias no dejaban de enumerarse en su cabeza.

Sin poder hablar, deslizó con lentitud sus manos por las mejillas ajenas, casi sin aire. Resultaba insólito lo fácil que era entregar el cuerpo sin consecuencias, y lo complejo que era poder aclarar sus sentimientos en voz alta. Para personas como ellos, eso solo podía ser el preludio de un desastre.

Zed lo escudriñó con la mirada unos segundos antes de voltear, y Kayn no supo cómo reaccionar. Intentó que lo viera a los ojos varias veces, sujetándolo con fuerza, siendo inútil en cada ocasión. Su pecho se contraría dolorosamente cada vez que era esquivado, buscando, sin poder obtener lo que deseaba.

Cuando su maestro se cansó, fue tumbado, con sus dos brazos inmovilizados por las muñecas. Los rubíes exasperados por sentirse acorralado cada vez que era acechado por la mirada de su pupilo.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Zed, su voz sonaba fría.

—Lo sabes —contestó—, sabes bien lo que quiero.

No escuchó una respuesta, ambos atascados, sin poder avanzar o retroceder con sus acciones. Kayn sintió el ardor en sus ojos, agotado. Él sabía que deseaba más de lo que podía tener. Que nunca iba a ser más de lo que era en ese momento, aunque le doliera, aunque odiara el sentimiento de debilidad.

Fue soltado. Un brazo se apoyó a un costado de su cabeza. Los dedos ajenos recorrieron sus hebras oscuras, y luego su rostro, pasando por su mejilla tan despacio que le causaba escalofríos. La yema del pulgar tocó sus labios, y luego, fue tomado del mentón, y Kayn podía entender un poco más a Zed. Lo veía con su expresión fruncida, peleando con sus propios demonios internos, con sus problemas y el odio que sentía.

—Zed —susurró, por el suave toque y por lo que sentía. Se movió, tocando con su mejilla el brazo que descansaba a un costado suyo—. ¿Entiendes qué es lo que siento?

Una ligera inclinación de cabeza, le quitó el aliento. Abrió la boca, intentando una vez más que las palabras salieron, en su lugar, fue silenciado de inmediato. Zed lo besó despacio, sin prisa, y Kayn supo que su maestro no deseaba escuchar lo que era obvio. La simple idea de saber que lo anhelaba, era imposible de pensar, mucho menos de escuchar.

Se aferró a la espalda ajeno y deseó poder quedarse así, todo el tiempo que fuera necesario para poder aceptar que eso tendría un fin. Lo suficiente para grabarlo en su memoria y poder sentirse menos miserable.

Ellos no tenían futuro, pero Kayn ya se había rendido ante Zed.

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⏰ Última actualización: Oct 01, 2019 ⏰

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