Manos

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Su rutina para ir a la cama siempre ha sido sencilla. A Dick no le gustan las complicaciones, no tiene pijamas elaboradas ni requiere de meditaciones que le induzcan al sueño. Basta con una simple ducha y un buen lavado de dientes antes de dormir.

En Blüdhaven, acostumbra irse a la cama desnudo o en ropa interior. Pero los días que duerme en la mansión, siempre usa un pantalón holgado de chándal porque el clima de Gótica nunca es caluroso. Así que se afana en sus costumbres simples y se mete entre las sabanas frescas, la almohada se hunde de manera deliciosa bajo el peso de su cabeza, las cortinas pesadas y gruesas, mantienen fuera la luz del amanecer. Ha sido una noche de patrullaje intenso y todo lo que quiere es una siesta reparadora y que las manos misteriosas lo visiten otra vez.

El suceso de las manos lleva un par de noches ocurriendo. La primera vez que Dick sintió que estaba siendo acariciado, las sensaciones eran tan sobrecogedoras que no quiso interrumpir el momento, así que fingió seguir dormido. Las siguientes ocasiones fueron similares, alguien entrando a su habitación, metiéndose en su cama, escondiendo su identidad mientras colaba bajo su pijama un par de manos hábiles que lo trabajaban hasta la cima de un delirante placer.

Ni una sola vez ha intentado descubrir quién es el dueño de las manos. Él sabe que romper el misterio cambiaría las cosas, su deleite se volvería insípido y posiblemente le acarrearía un montón de problemas emocionales en los que no tiene interés.

Así que, ahí está de nuevo: recién duchado, tendido cómodamente en la cama, dando la espalda a la puerta para que su visitante furtivo tenga el camino despejado, y el avecilla azul no tiene que esperar demasiado antes de que el sonido de los goznes le advierta que alguien ha entrado. El colchón de la cama se hunde a su espalda, una respiración leve y controlada, apenas y golpea su nuca como un aviso de que el dueño de las hábiles manos ha anhelado ese momento tanto como él. Dick cierra los ojos, se obliga a fingir que sigue durmiendo, las manos le acarician el pecho, se arrastran despacio sobre sus relieves y dibujan líneas y arabescos con las puntas de sus dedos calientes.

Las manos son hábiles, masculinas y atrevidas. Juegan con el elástico de su pijama, bosquejan su pelvis contra la tela sedosa, haciendo que se adivine el bulto de su virilidad que da un respingo ante el estímulo y cuando finalmente se meten bajo su ropa, Dick suspira.  

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