Acaricié la mano de Rukia. Ahora no lo hacía porque quisiera pedirle perdón, como acostumbré todos estos años, sino que lo hice para que supiera que estaba allí con ella, a su lado y que desde este día no la abandonaría.
—Ichigo, no te duermas con el traje puesto— me dijo cuándo me acosté en "nuestra" cama.
Veía las cosas como si estuvieran cubiertas de una neblina brillante y espumosa, lo único que distinguía era lo bella que seguía luciendo ella a pesar de estar cansada por un día tan agotador como nuestra boda.
El alcohol se me subió a la cabeza enseguida, deseaba tenerla entre mis brazos cuanto antes, de verdad la deseaba. Pero reprimí mis impulsos y mantuve el poco autocontrol que me quedaba para quitarme el traje y ponerme el pijama.
—Por Dios, estás tan ebrio. Juraba que volverías a besar a Renji— no entendí de qué estaba hablando, ¿yo besar a Renji? Él me besó a mí.
—Soy irresistible, lo siento— rio conmigo y se quitó el vestido frente a mis ojos. Quedó en ropa interior y abrí los ojos ante la confianza que teníamos de pronto.
Ella se dio cuenta e hizo una mueca.
—Ya estamos casados, es legal. Además no es la primera vez que me ves así, si mal no recuerdo: estuvimos desnudos en esta habitación hace un tiempo— me perdí en ese glorioso momento. Aún sentía los nervios a flor de piel y las imágenes eran tan nítidas dentro de mi cabeza por culpa del alcohol, que me quedé imaginando y recordando lo que pasó y lo que pudo haber pasado.
—No seas una fresa pervertida— me lanzó una almohada al darse cuenta de lo que pasaba por mi mente. Me reí y la invité a acostarse a mi lado.
—Disculpa, pero ahora "es legal"— le respondí con sus propias palabras.
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Al otro día, mi cabeza era una bomba de tiempo. Beber dos noches seguidas no era lo más recomendable, pero se me quitó todo el dolor o me obligué a dejar de quejarme cuando no vi a Rukia a mi lado.
¿Había sido un sueño?
Oh no, ¿y si soñé todo? ¿Si soñé que finalmente me había confesado y que nos casamos? No podría seguir viviendo así.
—¡Ichigo, es el día!— exclamó alguien. Era la voz de Momo, que entró deprisa a mi habitación con los ojos tapados por su mano y se puso a dar saltos en el umbral.
— ¿De qué día me hablas? —le pregunté asustado.
—¡Del cumpleaños!— gritó. Y mi vida se vino abajo. Todo había sido un sueño. Jamás besé a Rukia, jamás me confesé, jamás nos casamos.
Froté mis ojos, arruinado como estaba no quería celebrar mi cumpleaños otra vez. No sería capaz de confesarme en la vida real. Por supuesto que todo había salido de las mil maravillas y me había casado con Rukia, todo porque lo soñé.
—Momo, no estoy de ánimos— le dije abatido. Sólo quería quedarme acostado hasta que me consumiera en mi miseria y muriera.
—Pero Rukia te está esperando con el desayuno listo, se enojará mucho si sabe que no quieres celebrar su cumpleaños.
Me levanté de golpe.
—¿Su cumpleaños?— susurré.
—¡Lo olvidaste! Te va a matar. Estaba muy emocionada de que la boda fuera un día antes de su cumpleaños.
¡Claro! Era el cumpleaños de Rukia, lo había olvidado por una milésima de segundo por culpa de la resaca y los preparativos de la boda. Ella tenía todo el derecho de matarme.
Pero si mis dieciocho ya pasaron, eso significaba que en realidad me había casado con ella, y que esto era la realidad y que pasaría el resto de mi vida con ella.