3ª parte

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Dow se libró de su ropa, sacándosela por la cabeza de un único golpe, lanzándola a un lado. Breena acarició su pecho firme con la punta de los dedos, recorriendo, impresionada, sus músculos bien formados. La agarró por el pelo, tirando suavemente pero con firmeza, para interrumpir las caricias que lo estaban volviendo loco, y besó con furor los labios entreabiertos por el deseo. Y mientras la tumbaba de espaldas, fue consciente de que casi había pasado una interminable semana desde la última vez que la había poseído y ya no podía demorar por más tiempo el hacerla suya una vez más.

– Dime lo que quieres –le exigió con voz ronca por el deseo.

Volvió a besarla despiadadamente hasta hacerle perder el aliento.

– A ti –murmuró ahogadamente.

– Pídemelo.

Breena se mantuvo en silencio sin lograr pensar con claridad lo que él esperaba que ella le pidiera.

– Si quieres que te haga el amor, pídemelo –demandó con fiereza, poniendo toda su fuerza de voluntad en la espera.

– Hazme el amor –rogó con un grito producto de una necesidad imperiosa.

Antes de que finalizara su ruego, gritó contra su oído cuando él cumplió su palabra, colmándola con toda la pasión acumulada en los últimos días.

Mucho tiempo después, continuaban abrazados, necesitando prolongar su contacto, las caricias y los besos.

– Breena –susurró cálidamente, deseando decirle que la quería, pero no estaba seguro de que ese sentimiento fuese real.

Breena sonrió por su ternura.

– Dow –susurró en un murmullo, a medio camino al mundo de los sueños–, te quiero –y por fin se quedó dormida, vencida por el cansancio y las emociones de ese día.

Dow, sin embargo, no pudo dormir con ella relajada y confiada en sus brazos, sin poder quitarse de la cabeza las palabras pronunciadas en un susurro y que lo habían llenado de paz y satisfacción, con un nuevo sentimiento arraigando en su interior. La abrazó delicadamente con brazos y piernas, temiendo perderla si no lo hacía. Se levantó con las primeras horas del día y acarició el pelo alborotado de Breena, despertándola. Breena lo miró con ojos somnolientos y se acurrucó en la capa, perezosa.

– Dime que aún no es de día –suplicó–. Tengo sueño y estoy cansada.

– Aún no es de día –sonrió él, recordando que era normal su cansancio, porque después de haber caminado durante todo un día, defenderse de unos atacantes y saciar sus pasiones contenidas durante una semana, apenas había dormido. Breena le golpeó un brazo como si le leyera el pensamiento.

– ¿En tu mundo no sabéis lo que es la pereza? ¿Nunca descansáis? ¿No os quedáis hasta tarde en la cama?

– Este no es mi mundo. Estoy en una tierra extranjera rodeado de enemigos, luchando por volver a casa –le recordó–. Sólo puedo permitirme el lujo de descansar cuando es de noche y ya no es posible avanzar –se acercó para susurrarle un secreto al oído–. Pero cuando regresemos a mi castillo, podrás levantarte cuando te plazca. Podrás ser todo lo perezosa que te apetezca.

Breena bufó. Era ahora cuando lo necesitaba. No creía poder aguantar otro día de caminata. Se sentó perezosa mientras intentaba, en vano, alisar su cabello con los dedos. Notó la mirada divertida de Dow sobre ella y, sonrojándose, decidió que era tarea imposible adecentarse con tan pocos medios. Si maquillada no llamaba la atención de ningún hombre, no entendía como sucia, sin ducharse y desaliñada, ese hombre se excitaba tanto con ella.

El Caballero Negro (Versión para adolescentes hormonadas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora