4ª parte

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Dejó caer la capa y se situó insinuante entre las piernas de Dow, que seguía sentado de cara a la hoguera, meditabundo. Escondió los dedos entre su pelo, le acarició con la yema de un dedo la mejilla hasta llegar a la comisura de sus labios. Dow permaneció inmóvil, expectante, no entendía su cambio de actitud, pensó que lo estaba poniendo prueba y decidió permanecer firme, evitando tocarla a pesar del deseo de hacerla suya.

Breena besó las comisuras de sus labios, notó su falta de respuesta y durante un segundo se preocupó. Si no la deseaba, se estaba poniendo en ridículo. En un último intento desesperado, lo besó ardientemente poniendo todo su empeño. Advirtió una pequeña respuesta y aprovechó esa pequeña brecha para colocar las manos masculinas sobre su esbelta cintura.

Jugó en su boca, enredando su lengua con la suya. Le mordisqueó los labios, provocándole una dolorosa excitación que crecía en sus pantalones, mientras Breena le sacaba el gambesón por la cabeza y luchaba por deshacerle los nudos de su camisa de lino. Deseó ayudarla para acabar de una vez ese dulce suplicio, pero, ¿y si lo hacía y la perdía por no pasar su prueba? Dow quedó medio desnudo cuando le quitó la prenda. Las manos femeninas dejaron un reguero de fuego cuando acariciaron sus bíceps poderosos, los hombros anchos, el valle entre los pechos marcados, los músculos delineados de sus abdominales.

Breena percibió que le costaba trabajo respirar bajo sus caricias, y disimuló una sonrisa complacida cuando le besó el cuello. Descendió besando cada centímetro de su piel hasta que escuchó su gruñido de consternación, deseando satisfacerse ya, pero sin atreverse a tomar el control de la situación. Deshizo el nudo del pantalón e intentó desnudarlo por completo mientras la respiración de Dow se volvía cada vez más entrecortada.

A pesar de que él no la había tocado en absoluto, y las manos que había dejado sobre su cintura permanecieron sin moverse, aunque sus dedos se estaban clavando en su carne según aumentaba su excitación apenas contenida, se sintió extrañamente excitada. Y reconoció que se estaba excitando con el deseo masculino al saber que había sido ella quien lo había provocado.

Breena sonrió para si cuando se enderezó y lo miró a los ojos. Vio reflejado en ellos su propia necesidad, y, sin separar sus ojos de los de él, desató la camisa que llevaba puesta y la dejó caer de sus hombros, dejándola completamente expuesta y desnuda ante él.

Breena agarró una de sus manos y la hizo deslizarse a través de su piel, recorriendo lentamente su cuerpo, desde su cintura, por su barriga, deteniéndola en un pecho, donde la dejó un rato en el que Dow pudo sentir los latidos acelerados de su corazón. Sin dejar de mirarlo, lo besó. Estaba tan excitada como él pero, para su propia desazón, él seguía impávido a pesar de sus esfuerzos. Se sentó en su regazo y notó como su excitación iba en aumento

– Breena –murmuró contra su oído, suplicante–, ¿qué me estás haciendo?

Breena sonrió.

– Quererte –murmuró también, mientras se separaba lo suficiente para tener espacio para terminar de abrirle los pantalones.

Antes de que Dow tuviera tiempo de decidir que aquello era una invitación más que evidente a poseerla, Breena se sentó otra vez en su regazo, lista para él.

Instintivamente, Dow la abrazó contra su pecho, necesitado de su contacto, y Breena comenzó a hacerle el amor, primero lentamente, saboreándolo, siendo consciente de cada poro de piel en contacto con la suya. Llevar la voz cantante, saber el poder que tenía en ese cuerpo viril, la excitaba sobremanera, y buscó su propio placer, dándoselo también a él, cada vez más ávida de saborear su néctar. Le ofreció todo su amor, llevándolos a los dos hasta lo alto de la cumbre para dejarse caer como en un tobogán. Su estómago vibraba como si estuviera en una montaña rusa, subiendo y bajando, apurada con la necesidad de él, con miles de giros interminables y caídas de vértigo que le producían una descarga de adrenalina muy difícil de digerir. Se sujetó a su cabellera y lo besó sedienta de sus besos, deseando todo lo que él podía darle, los dos sudando por el esfuerzo, jadeando.

El Caballero Negro (Versión para adolescentes hormonadas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora