– ¿Cómo coño ha entrado aquí? –le preguntó a Vincent–. Trae al lord y averigua lo qué estaban haciendo los oteadores.
Lord Conery apareció caminando con aire majestuoso antes de que terminara de hablar.
– Mis oteadores estaban en su puesto y no han visto a nadie.
– Entonces, ¿quién la ha dejado entrar en el castillo?
– Nadie –bramó de nuevo el lord–. No se ha bajado el puente levadizo hasta que llegasteis vosotros.
– Está aquí. O sea, que ha entrado. Y ya ha matado a tres de mis hombres sin que sepamos donde está ni cómo ha entrado.
– ¿Y cómo ha llegado aquí tan pronto? –preguntó Vincent con una duda carcomiéndole–. Hemos cabalgado hasta reventar los caballos.
– Esa puta ha cabalgado toda la noche –decidió Peters.
– Todos los caminos han estado vigilados desde que os fuisteis ayer. Es imposible que llegara aquí sin que nadie diera la voz de alarma –le recordó el lord.
– Pues ha cogido el camino más impensable –le dijo con voz suave y peligrosa–. Uno que seguramente usted obvió por peligroso o por inaccesible durante la noche –tanteó el soldado.
El lord se puso pálido.
– Hay uno. Pero nadie en su sano juicio cabalgaría de noche por él.
– Bennett es la mejor en hacer lo que nadie haría en su sano juicio. Ser testigo del asesinato de su madre la dejó un poco tocada. O a lo mejor es su sangre escocesa. Su mente no funciona como la de una mujer normal. Ella es una superviviente. Le dije que no la infravalorara. Muchas veces. Su ineptitud me ha costado tres hombres.
El lord se mordió el labio. A él la ineptitud del soldado del futuro le había costado su único hijo. Desenfundó su espada. En sus ojos brillaba la venganza.
Peters lo miró divertido, sin preocuparse por la amenaza. Se sabía bien protegido por sus hombres y, al primer intento de atacarlo, era hombre muerto.
Pero el lord no se enfrentó a él. Se dirigió a Dow y apoyó el filo de su espada en su garganta. Los dos lores se estudiaron mutuamente. Dow supo que el anciano hablaba en serio. Y el anciano sabía que Dow no le tenía miedo, de hecho, parecía provocarlo con una sonrisa confiada para que cumpliera su amenaza.
Peters lo miró aún más divertido. No iba a dejar que hiciera daño al único cebo que podría atraer a Bennet. Pero tenía la curiosidad de averiguar si sería ella la que detendría la espada del lord o si tendría que hacerlo él personalmente.
– ¿Qué le parece si le corto la cabeza? ¿Eso la atraerá?
– No debería hacer eso, milord –le recomendó Peters con voz calmada, casi intentando contener una carcajada.
– Su vida por la de mi hijo –terqueó él. Terco
– Ahora mismo, Breena Bennet está enfadada. Si lo mata, la cabreará mucho. ¿Quiere verla cabreada?
Antes de que nadie pudiera evitarlo, alejó la espada de la garganta de Dow y tomó impulso para incrustarla en su cuello. Sonó un único disparo, silenciado por un trueno que retumbó en el castillo en un eco lúgubre. Lord Conery soltó la espada y se desplomó en el suelo con un agujero en la frente. La sangre se diluyó en la lluvia que comenzaba a caer.
Los soldados se pusieron a cubierto. Peters sonrió. Ahora sabía por donde buscar. Por el ala norte. Y debía tener un rifle. Llamó uno por uno a sus francotiradores preguntándoles si la habían visto. La respuesta fue siempre la misma. No.
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El Caballero Negro (Versión para adolescentes hormonadas)
RomansaEstá es una versión "light" que reescribí para que la pudiera leer mi hija adolescente. 😉 Romance, aventuras, amor, sexo, la diversión está asegurada. 400 páginas para disfrutar de una lectura ligera, amena y divertida. Breena Bennett, agente del F...