Cuatro || Parrilla

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Todo estaba demasiado oscuro.

¿Esto era el infierno?

¿Y por qué no había un Lucifer buenorro como en la serie de la Fox?

Quería poner una reclamación en Atención al Cliente. Nunca me había sentido más engañada en toda mi vida.

—¡Lola!

Recibí una torta en la cara que me obligó a abrir los ojos. 

Varias caras me miraban desde arriba. ¿Por qué todo el mundo era más alto que yo de repente?

Hasta Horacio me sacaba algunas cabezas; eso sí que era triste.

—No estoy en el Inframundo, ¿verdad?—pregunté, engurruñando los ojos. La luz del sol me molestaba.

—Depende de tu definición del Inframundo—la vocecilla de Horacio me taladró el cerebro.

El niño les echó una mirada asesina a los dos hijos de Ares, que se postraban con los brazos cruzados de pie algo apartados del resto.

Levanté la espalda de golpe.

—Alejaos de mí—reculé hacia atrás como un cangrejo.

La hija de Ares, Valentina, puso los ojos en blanco.

—¡Que no pongas los ojos en blanco!—me enfadé.—¡Yo he sido la que se ha golpeado contra la escalera! Además, ¡lo de poner los ojos en blanco es cosa de protagonistas cliché! ¡Y tú no eres la protagonista aquí, para que te enteres!—encontré una piedra muy pequeña en la hierba y se la lancé.

Valentina ni se inmutó cuando la piedra chocó contra su rodilla y rebotó.

—Me debéis una camiseta naranja gratis—la señalé.

—Cálmate, novata—se burló el otro hijo de Ares.—Con esos humos, cualquiera va a pensar que eres descendiente de Hefesto.

—¿Esa analogía se te ha ocurrido a ti solito, Lucas, o te han ayudado a pensarla?—ironizó Horacio, de rodillas junto a mí en la hierba.

Un momento...

¿Hierba?

—¿No me habéis llevado a la enfermería?—miré a unos y a otros.

Allí estaban, además de los dos brutos de Ares, Horacio, el gigantón, los tres adolescentes de la cabaña de Atenea y...

—Carol, ¿estás llorando?

—Sí—contestó ella sin ningún pudor. La hija de Hestia se pasó un pañuelo de papel por la cara. Sus mejillas tenían surcos de lágrimas.—Me he puesto un poco nerviosa.

—No merecía la pena llevarte a la enfermería—ése era Horacio.—Te has desmayado hace como tres segundos.

—¿Que no merecía la pena?

No podía creerlo.

Mi barbilla tendría un moratón verdoso por algunos días solo por culpa de aquel dictador en miniatura, y él ni siquiera me había llevado a la enfermería.

—No tienes permiso para cuestionar los métodos del general Horacio...—empezó a decir el gigantón, del que ni sabía su nombre.

Otro personaje para rellenar y hacer bulto.

—A callar, Kerchak—hice un gesto como de cerrar una cremallera.—Estaba hablando con el dueño del circo—apunté con mi dedo hacia Horacio—, no con uno de sus animales.

FANGIRL. ¿Qué pasaría si el Campamento Mestizo fuese real? #PDA2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora