Diez || Abdominales

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Supe que iba a morir.

Yo, Dolores Emilia Humphrey, a la edad de diecisiete años, iba a dejar esta vida, a conocer finalmente a Caronte y a jugar a "atrapa la pelota" con Cerbero por el resto de la eternidad.

En la última semana había sobrevivido al ataque de una hidra, al incendio de la forja, a que mi crush besase mi frente y a que mi padre me llamase enfurecido.

Pero me había topado con algo superior a mis fuerzas.

—¡Son diez abdominales! ¡Diez malditas abdominales! ¡Sube y baja! ¡Pon tu trasero al brasero y haz los malditos ejercicios!

Bienvenidos... al día de mi muerte.

—¡Novata, vamos!—gritó Horacio desde arriba.—¡No es tan difícil!

Lo decía él, que estaba a la sombra sin mover ni un dedo.

Mientras, yo me retorcía como un gusano en la hierba frente a la cabaña seis.

Estaba comiendo tanto pasto que las vacas de Apolo iban a mandarme quejas al buzón de voz.

—¿Cuántas...?—ni siquiera podía hablar. Sentía que me estaba derritiendo poco a poco.—¿Cuántas... me quedan?

Entrecerré los ojos cuando alguien se aproximó, haciéndome sombra y tapándome el sol.

—Por favor... ayúdame—murmuré.

—¡Ey, Horacio!—Sullivan, que me miraba desde su posición de pie, se volvió hacia el hijo de Atenea.—¿Qué ha hecho ahora la bolita de pelos para que parezca Bob Esponja cuando va a casa de Arenita sin su casco de agua?

En medio de mi agonía, sonreí.

—¿Te gustan los dibujos animados?—pregunté sonriendo.

"Es perfecto."

Sully miró hacia abajo. Iba todo vestido de negro (de nuevo), con unos pantalones anchos, una camiseta corta y un gorro.

Me sonrió y se llevó el dedo a los labios.

—Que sea nuestro pequeño secreto, novata.

—Hecho—cerré los ojos, estirando los brazos en la hierba.—De todas formas, no creo que sobreviva a esta noche.

—Exagerada.

Cuando Horacio apareció junto a Sully en mi campo de visión, gimoteé y protesté.

—No, por favor—supliqué, a punto de llorar.—Tú, no.

—¡Sólo has hecho dos abdominales, novata!—se desesperó Horacio, tirándose de los pelos.—¡Únicamente debías hacer diez! ¡Ésa era tu tarea!

—¡Son demasiados!

—Jamás, en toda mi vida—Horacio comenzó a negar con la cabeza mientras ponía los brazos en jarras—he conocido a alguien con peor forma física, ni siquiera cuando fui monitor en el Programa para Cíclopes con Sobrepeso.

—¡Soy de aprendizaje lento!

—Se te va a morir, Horacio—reconoció Sullivan, sorbiendo el granizado de fresa que llevaba en sus manos.

—Ella pidió que la entrenara—se cruzó de brazos el insensible niño.—Y, en mis entrenamientos, mis reclutas se adaptan a mis normas.

—Eres más cruel que los directores de las dos películas de Percy Jackson—pestañeé. El sudor se metía en mis ojos. Todo el cuerpo me ardía.—¿Se puede saber de dónde sales?

FANGIRL. ¿Qué pasaría si el Campamento Mestizo fuese real? #PDA2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora