6. Promesas.

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Mientras el tiempo seguía pasando, Reese y yo nos íbamos haciendo cada vez más formales.

Empezamos saliendo a citas, yo le hacía todos los regalos que podía, y pasaba con ella todo el tiempo que tenía.

No era como si ella no se quedara atrás con los gestos tampoco. Le encantaba usar su tarjeta con muy pocos límites para, impresionarme, y yo, siendo sincera, sí me impresionaba mucho.

Me hacía regalos abrumadoramente caros.

Incluso se ofreció a comprarme un apartamento nuevo, un día que me quejé de mis compañeros de piso.

Tuve que explicarle que normalmente cuando una vivía con sus amigos, o con cualquier persona, en un lugar tan minúsculo como era nuestro piso, era normal tener pequeñas discusiones, o desacuerdos, pero no por eso iba a mudarse alguien.

También tuve que explicarle que el que sus padres no supieran de mí no era un problema, después de todo, los padres no fueron una parte positivamente relevante en mi vida.

Eso no la calmó, y prometió que me iba a presentar a sus padres pronto, y que si ellos no me querían, entonces se escaparía conmigo a un lugar muy lejano.

Pero de todas formas, mi parte favorita de ser la pareja de Reese, era compartir con ella mis sueños a futuro.

Me escabullía en su cuarto casi cada noche. Y divagábamos sobre cualquier cosa. A veces hablábamos de pintarnos el pelo a juego.

A veces decíamos que íbamos a comprar nuestra propia isla e irnos a vivir juntas, y alejadas del resto del mundo.

Eran escenarios increíbles.

Pero mis favoritos, eran los que realmente planeábamos cumplir.

Cuando ella terminara su carrera de diseñadora, y yo la mía como pediatra, nos íbamos a mudar a un lindo y amplio apartamento.

Acordamos adoptar dos gatos y un niño. Tal vez más. Tal vez adoptar a todos los niños que fuera legal y humanamente posible.

Dije que quería salvar a tantos niños como pudiera de las descoloridas y tristes paredes de un orfanato. Y ella prometió que iba a estar conmigo, y me iba a ayudar a hacerlo.

Prometió que iba a ir cada maldita semana a todos los orfanatos cercanos y dejarles ropa, comida y amor a los niños que lo necesitaran. A los que eran como yo en algún momento fui. Esas fueron sus palabras.

Prometió también llevarme a visitar la playa cada día, cuando mencioné que nunca había ido en mis veinte años de vida.

Yo me reí esa noche, y no contesté. Pero en realidad me emocionaba la idea de que ella quisiera tanto como yo un futuro juntas.

Me emocionaba saber que a pesar de que no habíamos estado juntas más de un par de meses, íbamos a tener todo el resto de nuestras vidas para estar juntas.

Tal vez debí decirle todo eso en ese momento. 

Reese DonovanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora