8. Adagio.

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En el pueblo de Hawkins, nieve cayendo en unas largas y rubias pestañas, Billy Hargrove abre sus párpados, exhibiendo dos pares de cuencas azules similar al pelaje de un pavo real. Brillantes justo como el sol mañanero y peligrosos, semejantes a la zarpa de un tigre en caza.

Había tenido un grávido pleito con su querido padre. Con bonus extra, un golpe en su pómulo izquierdo y otro más en su cabeza, lo que ocasionó náuseas, un panorama borroso y él escapando de casa antes de ser víctima de homicidio. Por lo que terminó tirado en un parque cualquiera, con su trasero casi pegado en una banca y su cabello tan blanco como el de papá Noel, por los copos de nieve.

Toda una tradición en la relación de padre e hijo Hargrove.

En resumen, su vida es una miserable basura de mierda. Y ese lado de su vida se ve amenazado al notar el peculiar peinado de Steve Harrington, la princesa, como Billy suele nombrarlo.

El castaño parecía no notar al rubio, pues cantaba algo y lucia feliz. Fuera de la realidad. Contrario al estado de Billy, que, gimiendo de dolor, se ocultó torpemente bajo la banca.

Me veo como un idiota. Pensó Billy, angustiado de esa nueva rutina que nacía entre Steve y él. Ser testigos de la bazofia ajena. Y honestamente, él ya estaba cansado de eso. Al permanecer oculto y con sus pensamientos ocupados, no fue veloz en ver a Steve charlando con una chica, centímetros de él y su agonía.

— Hasta luego, nos vemos.

Escucho la voz de ambos, lo que indicaba por el sonidos de sus voces, que, los dos estaban alejándose de la persona de Billy.

Su corazón dejó de latir con bravura y su cabeza de sentirse amenazado por ser visto a ojos de Steve Harrington, alias princesa.

Volvió a respirar. Sereno se arrastró para salir debajo de esa vieja banca de madera, la nieve en el suelo había congelado su cuerpo entero. Estaba seguro que enfermaria, pero era lo último en su lista como para prestarle atención a una boba enfermedad.

Su espalda crujio y un malestar le llegó como brisa. Levantarse tan rápido, provocó náuseas en él y agregando el, ¿te encuentras bien? De Steve Harrington, que, le ojeaba detenidamente. Un rostro de piedra, lejano al habitual expresivo rostro que suele tener la cara del moreno.

Farfullo unas cuantas groserías, pues paso todo lo que él no quería que sucediera. Pero hoy no era su día.

— ¿Qué te pasó en el cachete? Otra vez... ¿Peleaste? — Dio unos cuantos pasos, curioseando las heridas en Billy. Abriendo sus ojos y tapando su boca con una mano por la salvajes de sus golpes, ¿quién le haría tal cosa? —. Si que te jodieron la cara.

Grandes palabras de aliento. Sin duda Harrington era todo un orador.

La garganta de Billy emitió un gruñido de cinismo y sus ojos le vieron cansinamente. Steve liberó una suave risa melodiosa, achicando sus castañas pupilas y arrugas lado a lado de su sonrisa. Lucia de buen humor, como si hubiera olvidado su corazón roto y Nancy.

Billy hacía sus propias conclusiones de la actitud del otro. Mirándole con sus ojos castaños, entre cerrados y una mueca en sus rosados labios.

— Aunque no me agradas del todo, no puedo dejarte con heridas, en el frío y solo en un parque — sonriendo, le ofreció con un tono normal y simpático, como si fueran amigos —. Mis papás no están. Más bien, no hay nadie, solo yo.

Y aunque sus ojos dejaron de brillar con la misma intensidad, que hace unos segundos, no dejaron de ser hermosos y cautivadores. Un tema tabú para su vida.

Ese hecho le aterro a Billy, tener que pasar tiempo con alguien con un corazón como el de Steve. Nunca antes había convivido con alguien así. ¿O acaso tenía que darle algo a cambio? No habría problemas en ello, estaba acostumbrado y Steve no sería la excepción de ser así.

Cantar De Los Cantares.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora