Fantasmas, una niña y un anciano.

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-¿Encontraste algo Zaki?- pregunta el hombre caminando sigiloso en el cuarto de al lado.  El piso de madera mohosa cruje caprichosamente bajo su peso, pero a él no le molesta ni un poco. La poca luz que se filtra entre la ceniza comienza a  volverse cada vez más opaca, está a punto de anochecer y el que encontraran una casa en tan buen estado es casi un milagro. 

La niña suena el cliker en su mano "click, click," dos veces: no. 

-Sigue buscando- es todo lo que dice, mientras se queda absorto en un cuadro con las esquinas carcomidas. ¿Hacía cuando que no veía un cuadro? ¿17, 20 años? 

Frente a sus ojos la imagen muestras a cinco marineros luchando embravecidos contra una tormenta que parece invencible, el agua salpica en todas direcciones, la vela está rota y nadie está en el timón; todos los hombres parecen tan ocupados atando cuerdas, guardando mercancía o sosteniéndose para no morir que ninguno toma el rumbo de la nave.

Sōtarō Matsuda hace una mueca de condolencia, porque sabe que ese barco inevitablemente se hundirá. Suspira cansado -Este barco también se hundió hace mucho.- susurra para sí mismo, con la voz temblorosa y añeja de la vejez. 

En un silencio el hombre reflexiona hasta que el inconfundible sonido del cliker de su nieta le hace ponerse en marcha. 

"Click"

Encuentra a la niña quieta en la sala, todo el lugar está en penumbra y apenas se le distingue por la poca luz grisácea que entra por una de las tablas puestas en la ventana. Zaki lo mira atenta, con sus ojos rasgados más abiertos que nunca y luego señala hacia la ventana, tan silenciosa como siempre es ella. 

Sōtarō se saca el casco y se acerca a un pequeño espacio entre las tablas, lo que mira le quita el aliento como si de un golpe directo al estómago se tratase. Se aleja ipso facto y cierra los ojos intentando ordenar sus ideas. Las manos le tiemblan y siente como un nudo se le hace en la garganta tan grande que apenas es capaz de tragar. Vuelve la vista de nuevo hacia el pequeño espacio y la ve; Akira su esposa le devuelve la mirada y le sonríe dulcemente. Trae la misma ropa de hacía dos años, pero está limpia de sangre, su rostro níveo parece que emana luz propia y el cabello blanco correspondiente a su edad se mueve libremente como si ella nadase bajo el agua más cristalina. 

A el anciano los ojos se le llenan de lágrimas -Gracias Zaki, pero dejala descansar. No la traigas más- Su voz apenas es audible, se deja caer lentamente deslizándose por la pared y se sienta en el piso. -Los vivos, con los vivos. Los muertos con los mu...- no puede terminar la frase, se tapa el rostro ocultandolo de su nieta y la pequeña niña se sienta junto a él, consolandole.

Zaki nunca le ha intentado explicar, pero jamás la a traido de vuelta, su abuela nunca se ha ido. Ella lo único que hace es dejar que su abuelo pueda verla también. La niña le da pequeñas caricias a la cabeza canosa de su abuelo mientras éste intenta reprimir los sollozos. 

"No llores, ella te sigue porque te ama, no fue tu culpa" diría Zaki si pudiera, pero no puede.

"click"  ella suena su cliker y su abuelo levanta la vista. Zaki levanta su mano, se cubre los ojos vuelve a descubrirlos y señala a su abuelo.  Él acata la orden de inmediato y cierra sus ojos, para cuando siente un toquecito tímido en su brazo derecho, los abre; Zaki tiene en sus manos una lata grande de maíz tierno y una sonrisa inmensa que muestra todos los dientes que le quedan. 

- Oh, vaya ¿Donde lo has conseguido?

La niña señala a unas cajas mohosas en una esquina. 

-¿Había más?- pregunta enjugándose las lágrimas y regalandole una sonrisa a su nieta.

Ella niega. 

-  Bueno, ¿quieres un poco?

Zaki asiente eufórica, aunque no tiene idea qué es el maíz. Ha probado infinidad de cosas asombrosas desde que ella y sus abuelos emprendieron el viaje con dirección metro-ciudad, jamás había salido a la superficie hasta hace apenas dos años atrás. Latas de atún, garbanzos, frijoles e incluso una vez encontraron carne seca ¡Que día tan maravilloso había sido aquel! son la cantidad de cosas que, por fortuna y ayuda de sus amigos se han encontrado en el camino. Para Zaki, perder a su abuela físicamente no había sido tan duro como para su abuelo, los muertos la siguen, algunos le obedecen, es natural siempre ha sido así para ella. Su abuelo cree que se debe a que, la cuarta guerra exterminó a tantas personas que la mayoría se quedaron atrapadas, -o tal vez están todos atrapados en el limbo, unos más vivos que otros-. Para Zaki esas deducciones no tienen el más mínimo significado, ella sabe que está viva porque reconoce quienes están muertos. 

Sōtarō le acaricia la cabeza y se saca una navaja de un bolso que lleva de lado. -Esta hay que abrirla a la fuerza- Le dice mientras maniobra con la lata -Zaki, pon a algunos de tus amigos a vigilar la casa mientras dormimos esta noche... Por favor, no me dejes ver a ninguno, ¿Vale?- agrega una vez que abre la lata.

La niña asiente y un escalofrío le sube por la espalda a el anciano. 

Comen en silencio un trozo de pan duro y el contenido de la lata (ahorrar alimentos nunca está demás), Sōtarō recordando melancólico tiempos menos duros; Zaki maravillada con aquel nuevo sabor descubierto. 

                                                            *****

Despertar a Sōtarō le había sido fácil pues huía de un sueño tormentoso, en el que estaba su esposa, pero ya no estaba seguro, no recordaba mucho de la pesadilla. 

Caminaba junto a su nieta revisando cada tanto el radar de búsqueda subterránea, Metro-ciudad debería estar cerca -si sus cálculos no le fallaban- dos años enteros de largas caminatas y de momentos de angustia. Al fin podría descansar. 

"Click, click, click, click" : 4, alguien venía.

El anciano tomó a la niña en brazos y se escondió en una vieja caseta telefónica, que apenas y se mantenía en pie. Un ruido sordo seguido de el estallido de un montón de escombros. 

Junto a ellos pasó corriendo despavorida una mujer derrapando entre vidrios rotos, algunos mechones de su cabello rubio se salen de su apretada cola de caballo y tras ella un enorme animal le sigue los pasos rugiendo hambriento, Sōtarō estuvo a punto de gritar ¡Cuidado! pero se mantuvo en silencio por Zaki quien se esconde entre su grueso ropaje asustada de la bestia. 

La mujer pierde la mascara de gas después de un fuerte golpe contra un poste de luz y, aunque lo que siguió pasó en 30 segundos; Sōtarō después contará lo rápido que le pareció. 

Se escuchan dos disparos, uno para ayudar y el otro por clemencia. 

Justo arriba de un auto destartalado a solo unos metros del asqueroso incidente se encuentra un hombre armado y su perro. Sōtarō le reconoce de inmediato. 

-Teniente Wyatt Moxley- se le escapa en un susurro de admiración. 


La cuarta Guerra (libro 1: extinción)Where stories live. Discover now