Prólogo.

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Todo es culpa del fanart en multimedia. BAI.

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Las voces iban y venían por aquel lugar sin orden específico, demasiadas ideas al mismo tiempo mientras intentaban ponerse de acuerdo respecto al tema que trataban. Los murmullos escalaban por las paredes llenando de sonido aquel lugar hasta hacer imposible que cualquiera pudiera escuchar sus propios pensamientos. Ideas, ideas por doquier intentando solucionar el problema. Opciones, miles de opciones intentando encontrar más alternativas que las que se les mostraba. Susurros, bajos susurros que pondrían incómodo a cualquiera ante lo que se decía.

Frente a toda esa sala donde las voces no parecían disminuir ni un ápice se encontraba un atrio con doce lugares que estaban ocupados; hombres y mujeres luciendo miradas serias mientras veían el ruido ir y venir, entendiendo vagas ideas en algún lado y recopilando opciones en otro. Cualquiera sentiría que estaban a nada de volverse locos pero en realidad estaban acostumbrados a esas juntas donde no se podía escuchar absolutamente nada. No obstante, era cansado intentar hacer que todo ahí tuviera coherencia así que once personas miraron a la silla de en medio donde un hombre realmente grande, fornido de cabellos como el oro y ojos profundamente azules frunció el ceño y golpeó con fuerza un mazo sacado de la nada sobre la mesa.

—Silencio, por favor—pidió amablemente aquel rubio.

No alzó la voz, no hubo necesidad; el sonido de su voz a diferencia del resto era ronca, potente, un acento extraño debido al recipiente que utilizaba y bastó con mirarlos a todos con los ojos entrecerrados para que las voces desaparecieran; el eco de su propio mandato se extendió durante unos segundos siendo coreado con el sonido del golpe de su mazo, llegando a todos los que se encontraban en aquella habitación mientras se acomodaban en sus respectivos lugares y miraban fijamente hacia el frente.

En medio de todo ese lugar tan blanco que podría cegar a cualquiera se encontraba un muchacho desgarbado, larguirucho que se encorvaba sobre sí mismo intimidado ante la cantidad de ojos que tenía encima y, sobre todo, aterrorizado de las doce personas que se encontraban en frente de él. Se removió incómodo en su lugar intentando enderezarse, erguirse y mantenerse firme pero eran tanto los nervios que ya no sabía que hacer.

Ante él estaban todos los Ophanim mirándolo seriamente mientras todos los coros de serafines se encontraban a su alrededor murmurando, mirándolo con interés y curiosidad esperando lo que tuviera para decir. Aquel muchacho se concentró en el hombre número seis frente a él, el que estaba en medio de todos con el mazo mientras que a su costado se encontraba otro igualmente serio pero pelinegro, de ojos verdes y con la piel un tanto pálida. Aquel era Zadquiel y el hecho de que estuviera justamente junto a Raziel decía que eran problemas serios.

Aquella era una reunión en el cielo donde la gran mayoría de los ángeles debatirían las medidas que se necesitaban ante la inminente amenaza que surcaba la tierra. Todos poseían un recipiente humano para que su presencia no resultara demasiado abrumadora si se tenían que retirar en cualquier instante; algunos, como Raziel, tenían su recipiente desde hace milenios mientras que otros, como el muchacho frente a ellos, lo habían conseguido apenas unos meses antes de aquella junta.

Cada recipiente desprendía un aroma distinto y no precisamente por el ángel que lo comandaba sino por la casta de éste; Había omegas, alfas, incluso betas rodeándolos lo que hacía que las tensiones fueran más difíciles de soportar pues cada uno desprendía su propia aura.

Cuando un ángel tomaba un recipiente se adaptaba a él lo más rápido posible y, con eso, tenía que adaptarse a la casta que éste poseía haciendo que la parte animal del humano se viera un tanto afectada por el ángel haciendo de éste más voluble de lo que sería comúnmente.

I'm Not Your Angel.Where stories live. Discover now