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Hice que mis abuelos ganaran dinero, invertimos, gozamos de las buenas cosas que esta mierda me pudo dar.

Intenté de una u otra forma devolverles todo lo que –con tanto esfuerzo- me dieron. Hasta que la imagen de su muerte llegó a mi cabeza. Tan solo era un chico de catorce años, que en vez de andar de fiesta con sus amigos, buscaba frenéticamente la forma de salvarlos.

Primero luché porque mi abuela no muriera de cáncer al estómago y luego porque mi abuelo no pereciera ante la fulminante Leucemia que lo atacó, pero de nada sirvieron mis esfuerzos, de una u otra manera lo que tenía que suceder, sucedía.

Dieciséis años, una fortuna, una mansión, un viejo perro, una lágrima y ¿Una maldita bendición? Una que no lograba abandonarme.

Doné casi todo lo que tenía a la caridad, solo quedé con una modesta casa en el más recóndito lugar de Hawái; no quería saber más del mundo, no podía soportar la idea de saberlo todo y no poder hacer nada. Taeyeon seguía a mi lado, al igual que la extraña capacidad de ver el futuro; era lo que me quedaba de mis padres, de mi pasado y aunque lo despreciara, siempre me acompañaría.

Estamos tirados en la alfombra de nuestro cuarto, con veintidós años y una sonrisa en la cara, el acaricia mi espalda, mientras yo respiro agitado y contengo las lágrimas que quieren escapar.

Sé que es la última vez, pero lo disfruto al máximo y soy feliz... muy feliz.

Doy gracias a quien me maldijo con este don, porque valió la pena tanto sufrimiento, de verdad que lo valió, con el simple brillo de sus ojos marrones al mirarme sé que lo valió.

El también es feliz y eso me llena el alma.

- Sabes que no me gusta que hablemos en esos momentos. — Me regaña con dulzura.

- Necesitaba decírtelo — Le respondo de la misma forma.

- Creo que mejor nos vestimos de inmediato para la boda ¿no? — Ambos sonreímos al notar que derrochamos más tiempo del disponible en nuestro “encuentro cercano”.

-Sí, mejor arreglémonos rápido antes de que a Jungkook le dé un ataque. — Nos besamos nuevamente y el va por su traje grisáceo al guardarropa, lo saca y me sonríe nuevamente. Es tan consciente de lo que provocan sus sonrisas en esta loco de mierda, que se aprovecha de ello.

- ¿Qué tal? — Sonríe coqueto.

- El rojo es tu color, definitivamente — Me responde lanzandome un beso para meterse al baño.

Yo respiro profundamente ¿Cuán difícil es decir adiós? Demasiado como para dimensionarlo.

-¡Vistete, amor! — Me apresura desde el baño. El tiene la particularidad de saber lo que hago aunque no me vea, es su forma de ver el futuro.

Nos terminamos de arreglar y antes de salir de casa, Hoseok, nuestro vecino y amigo, nos toma una fotografía. Me despido con un fuerte abrazo de el, sé que es el abrazo definitivo, pero ya no tengo pena. He practicado esto muchas veces.

Ambos vestimos elegantemente los trajes que Jungkook eligió -obviamente con la ayuda de Jimin-, vamos de gris.

Mi amado castaño con un traje grisáceo entallado, un crimen para cualquiera; mientras yo voy con un pantalón negro y una llamativa camisa de seda larga, obviamente gris, que combina perfectamente con el moño azul en mi cuello.

Según Hoseok estamos ¡Mortales! Quizá no es la palabra más apropiada para este momento, pero es una buena forma de expresar que estamos como para ser los novios y no los padrinos.

tiempo | yoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora