Capítulo 2

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Arthur Kirkland se despidió cordialmente de su padre, y sin pensarlo mucho, una vez estuvo seguro de que su padre  se hubo encerrado en su habitación, y de que Alice estaba bien dormida en la suya, decidió arriesgarse a dar una vuelta fuera de la mansión.

No salió por la puerta. La señorita Madeline aún debía estar abajo, y siendo una fiel cierva de su padre, no dudaría en hacer más de una pregunta. La ventada fue la mejor opción, uso el montón de sabanas anudadas que ya había utilizado en multiples ocasiones, y finalmente, con un poco de experiencia ganada, salir de su hogar era pan comido.

No iba solamente a vagar, no aquella noche. Esta vez si que iba a un lugar específico, uno donde había una persona, un aroma, un ritmo específico.

A unas 3 cuadras de la mansión Kirkland, existe la librería Hernández. Fundada por inmigrantes argentinos hace unos pocos años, fue rapidamente despreciada por la burguesía inglesa. Nadie realmente compraba ahí, más que los excentricos y curiosos, también porsupuesto, otros inmigrantes de habla hispana, como los Fernández. Arthur también, aunque en un principio le pareció inaudito, como al resto de la población inglesa. Pero si había bazares chinos, café italiano y demás extravagancias, ¿por qué no una libreria repleta de sudamericanos?

Así conoció a su actual objeto de preocupación. Martín, Martín Hernández.

Y que bonito sonaba su nombre. No era Martin, con la sílaba tónica en el "Mar", ni Martí, tampoco Marta.

Era Martín, y no había otra palabra que le gustase más.

"-Martín, Martín"

Entonces el otro, bastante malhumorado, le contestaba: "-Shut up, maldito británico"

Y aún cuando el otro siempre le reclamaba, el seguía y seguía. Por que le gustaba mucho su nombre, y por que le gustaba sacarlo de sus casillas.

"-Martín, Martín"

Aveces a Arthur le molestaba que Martín se quejara tanto de su acento, de su idioma, pero al momento el malestar se iba cuando el otro empezaba a recitar versos en su idioma natal. Siempre más sinceros de lo que ahora le gustaría.

"Amor mío, quiereme mucho"

Pensando en todo eso, llegó a la libreria, que es además la casa de Martín. Todas las luces están apagadas, pero con suerte, la del cuarto de Martín no, sigue encendida, y como tocar no es una opción y el ventanal está bien abierto en un ángulo agudo, Arthur lanza una piedrecilla.

Solo le queda esperar.

Ve la luna, que hoy está menguante, también ve bien el cielo, despejado como pocas veces pasa en Londres. Piensa que hace muy buen tiempo para ser una noche tan triste, tan a lo Tristan y Isolda. Se anticipa a Martín, preguntandose si habrá estado bebiendo de esa hierba rara, imaginando como le recitaría un verso más en español, pensando también en el roce de sus labios, que son todo menos castos.

"Como en la catedral"

Y al fin, entre apuros y maldiciones, el chico sale al ventanal.

Lleva aún camisa y pantalon, como buen burgués, y le mira con tal sonrisa gatuna que Arthur no contiene sus ganas de decir "Martín, Martín", y el otro saca de igual modo sus sabanas anudadas.

-Me preguntaba quien tendría tan buena puntería para atinar una piedra al mate. Deberías apostar en los dardos, te iría mejor que en la compañía, de verdad.

Arthur ríe, incrédulo por haber apuntado al mate sin saberlo.

-¿Cómo me lo pagarás? Era lo último que me quedaba. Que quede claro que no seré misericordioso - Dice insinuandose, en un leve tono sensual.

APH: EternityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora