El frío viento acariciaba su cabeza, con la sutileza de una madre pidiéndole a su hijo que se quede a su lado, aun sabiendo que la decisión ha sido tomada ya. No quedaba más por hacer.
Las miradas estaban fijas en él, pero nadie se atrevía a emitir sonido alguno. Lo que todos temían estaba sucediendo. La separación era inevitable, pero eso no la hacía menos dolorosa.
Metió las manos en sus bolsillos, tratando de ocultar el temblor en ellas. Quería lucir fuerte ante el pueblo que aún creía en él ¿Sería capaz de abandonarlos y verlos a los ojos?
Trató de mantener la mirada en un punto fijo, mientras los recuerdos se arremolinaban en el interior de su mente. Cada alegría; cada batalla librada en contra de la opresión a los inocentes. Pensaba en esos momentos oscuros en los que presenció cómo almas, cuyo pecado no había sido otro más que su proceder, eran tratados como escoria en una tierra que les pertenecía más que a nadie.
La vida lo había golpeado en numerosas ocasiones, pero también lo supo acariciar en los momentos en que lo necesitó. Comprendió que entre más alto estés, más daño te causará la caída. Suspiró con un dejo de tristeza ante la idea de que aquello que aparecía el principio de algo brillante, estuviese condenado a tan vertiginoso final.
El sonido producido por un viejo reloj de pared anunciaba que la hora se acercaba cada vez más. Escucho la puerta abriéndose y el sonido rechinante de las bisagras pareció durar años
—Es la hora —anunció alguien.
Echó los hombros hacia atrás y enderezó la espalda, aunque esta aún le escociera a causa de la daga que le habían enterrado. La herida aún sangrante sería un eterno remanente de lo que algunos son capaces de hacer en favor del más puro egoísmo.
Se vio al espejo, notando tristemente en el reflejo de su propia mirada que en su alma algo cambió, algo se había roto.
Contuvo el aliento, antes de pronunciar cada palabra previamente ensayada, sintiendo como una a una laceraban su garganta. Sabía que era la última vez que usaría aquel emblema y un agujero se instaló en el interior de su pecho ¿Realmente era así como acabaría? ¿Dejaría atrás el lugar que resguardaba las raíces de su alma?
Hubo una época en la que se hubiese aferrado con uñas y dientes; en la que ninguna amenaza hubiese sido suficiente para amedrentarlo. Pero eso fue antes de tener algo que no estaba dispuesto a perder.
Dijo adiós sin querer irse, confiando en que su lejanía lograría acabar con la lluvia de sangre inocente. Dio un último vistazo hacia atrás, y lo invadió la melancolía. Sintió como una parte de su corazón era mutilada, pero estaba dispuesto a conservar intacto lo que aún le quedaba.
¿Quién se lo hubiese esperado? El llamado: soldado del pueblo, fue condenado al exilio.
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Voces del viento
General FictionUna compilación de varios cuentos inspirados en distintos escenarios que van desde lo cotidiano hasta hechos históricos, vistos a través de los ojos de sus principales actores, busca reflejar el arte de la simpleza en cada uno de sus personajes...