1» Natalia

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2025

—¿Estás segura de ésto, Romanoff?— Cuestionó un Tony Stark inseguro.

Desde la plataforma de esa máquina que les había llevado a lo imposible, Natasha le vió. Entonces los recuerdos de cada uno de los momentos que vivió con el único hombre de su vida, se presentaron ante sus ojos y cualquier duda que pudiese estar asentada en algún recoveco de su interior, se desvaneció.

—Lo quiero, él es lo único que quiero...

Probablemente estaría cometiendo la estupidez más grande en su vida, pero eso no lo sabía con certeza. No aún.

La última palabra, no era de ella. 

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Suspiró sonoramente al ver que había llegado a su destino. Un montón de sentimientos se removieron en su interior y por un pequeño momento, sintió que vaciaría su estomago sobre su regazo... pero inhaló y exhaló hasta que recobró el control de si misma. Más recompuesta, sacó un billete de su bolso, para pagar al conductor del taxi que le dejó en la calle 86 y entonces comenzó el verdadero viaje...

Mientras caminaba entre personas apuradas que corrían para alcanzar el último bus o algún taxi, se dedicó a admirar las vistas que tenía disponibles; 1945 era justo lo que había imaginado... muy antiguo, casi arcaico. Sin embargo, apreciaba las joyas arquitectónicas del viejo Nueva York; muchos de esos edificios no permanecían en la ciudad actual, o lo que sería el 2025.

La forma de vida de los Neoyorkinos era tan distinta a lo que ella acostumbraba, que si no tuviera un motivo tan importante para dejarlo todo en el futuro, quizá nunca lo hubiese considerado como una opción. Esperaba poder adaptarse a los aparatos de tortura que tenía que llevar bajo el vestido y de tener que dar la apariencia de perfección 24/7.

Y si estaba en ese tiempo y lugar, era porque no aceptaba su destino. Uno donde le habían arrebatado lo único que valía, para seguir existiendo; Stephen Strange le advirtió que no se debía jugar con las líneas temporales... pero él no entendía que ella no estaba jugando.

Probablemente pudo detenerla de hacer el viaje en el tiempo, pudo haberla encerrado en una de esas dimensiones espejo de las que es imposible salir... pero no intervino y para Natasha esa fue la luz verde que necesitaba. A pesar de que sabía que habrían consecuencias, que la línea en la que se encontraba se iba reescribiendo a medida que fuese interviniendo, sus motivos eran egoístas, pero en definitiva, no pretendía crear una catástrofe.

Apenas pasados unos días, podía decir que extrañaba, en especial a su querido amigo Clint y a su familia... pero en la despedida le había prometido ser feliz y tener la vida que siempre había deseado. Por eso estaba ahí, porque ahora era momento de pensar en ella y en lo que su corazón pedía.

Y ahí estaba, frente al bar que él le había mencionado algunas veces, donde solía encontrarse de vez en cuando con sus amigos y compañeros.

Alisó las arrugas inexistentes de su falda, inhaló y exhaló fuertemente para recuperar la tranquilidad y siguió su camino hasta adentrarse al establecimiento. En una de las esquinas del lugar, pudo ver a un hombre rubio que contaba una anécdota divertida a un grupo de soldados que bebían y reían animadamente.

Sus ojos se llenaron de lágrimas al reconocer su silueta, ella conocía cada centímetro de ese cuerpo bajo el uniforme militar. Su corazón se estremeció al escuchar su risa, pero al final decidió sólo pasar desapercibida y mezclarse.

Sin embargo su presencia fue muy notoria en el bar, ya que era la única mujer que llegaba sola. Los chiflidos y gritos de euforia no tardaron, al parecer ese montón de hombres habían pasado demasiado tiempo sin la atención de una dama.

Se sentó en uno de los taburetes de la barra y ordenó un vaso de whiskey, que el cantinero le entregó casi inmediatamente, embelesado por la bella mujer.

Ella estaba evaluando la mejor manera de acercarse al capitán, sin parecer demasiado interesada en él. Aunque dudaba mucho ser capaz de evitar lanzarse sobre a sus brazos y besar su cara repetidamente. Sonrió con anhelo.

—¿Qué hace una chica tan bonita, sola en un bar como este?— Le preguntó un tipo que tomó asiento a su lado y tuvo el atrevimiento de hablarle.

—¿Qué te parece? Estoy tomando un whiskey y tú estás estorbando— Dió un sorbo a su bebida, sin dirigirle la mirada.

—Tranquila dulzura... más que necesitar alcohol, yo creo que necesitas un poco de amor—Dijo el hombre, poniendo la mano en su espalda y deslizándola hasta llegar a su espalda baja— y por suerte estoy aquí para ayudarte.

—Tienes exactamente cinco segundos para quitar tu asquerosa mano de mi, corre antes de que te destruya cada uno de esos dedos, dulzura.

El hombre rió, antes de que su cara impactara contra el suelo, con Natasha sobre su espalda haciéndole una llave. Ella tomó la mano que mantenía cautiva y en un simple movimiento rompió todas sus falanges, haciendo llorar a su víctima.

Todos en el bar estaban atónitos, viendo la escena ante sus ojos; algunos curiosos se acercaron para ver de cerca, pero lo único que pudo ver la espía, fue al hombre que se acercó tendiéndole una mano para ayudarle a levantarse.

—¡Diablos y yo pensé que Carter era letal!— Escuchó una voz familiar detrás de ellos.

Dudosa aceptó la mano del rubio. No necesitaba su ayuda, pero el hecho de tener una excusa para tocarlo pudo más que su prudencia.

—Gracias— Dijo soltándose del agarre y sacudiendo su vestido, apartándose un poco para verlo. Los demás ayudaron al hombre que se quejaba en el suelo— Lamento el alboroto, no me gusta que me interrumpan.

—Lo veo— El rubio le sonrió y volvió a tenderle su mano, pero esta vez para presentarse— Capitan Steve Grant Rogers.

—Natalia Alianovna Romanova— Dijo antes de girarse para hablar en voz alta a los demás— Espero con esto entiendan que no pueden tocar todo lo que se les dé la gana solo por usar esos uniformes... eso no les da ningún tipo de superioridad— Cuando terminó, bebió el resto de su trago y dejó dinero sobre la barra. Volvió la vista a Rogers y después salió del lugar contoneando sus caderas.

James Barnes se acercó a palmear la espalda de Steve, que seguía viendo el camino por el que salió Natalia.

—¿Peggy que..?— Bucky rió y después le tendió una cerveza a un muy sonriente Capitán Rogers.


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