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Llegaría tarde a mi primera clase, pero no me importaba

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Llegaría tarde a mi primera clase, pero no me importaba.

En cuanto me despedí de Adam me dirigí inmediatamente hacia el estacionamiento, para poder tomar aire. Había demasiada gente rondando por los pasillos y me estaban sofocando; demasiadas caras que se acercaban a mí con una sonrisa, demasiados saludos y abrazos, demasiados resúmenes de los veranos de los demás... Me encantaba conversar, conocer rostros nuevos y demás, pero a veces caerle bien a las personas era tanto una bendición como una maldición.

El estacionamiento estaba casi vacío de no ser por la pareja que creía estar oculta entre los autos y el chico de las gafas que había abandonado el acto descaradamente.

Este último se recargaba en una de las columnas más cercanas a la puerta. Sostenía un cigarrillo entre sus labios y buscaba algo en sus bolsillos. A juzgar por la colilla apagada, deduje que se trataba de un encendedor. La forma en la que palmeaba sus pantalones era furiosa y desesperada, como si llevara mucho tiempo buscando y estuviera harto de no hallar lo que quería.

Gruñó una maldición luego de un exasperante minuto de hurgueteo y bufó tan fuerte que el cigarro en su boca por poco se vuela.

Incapaz de resistir la tentación de ayudar, metí la mano en mi mochila y saqué el encendedor que mi abuelo me había regalado una vez. Yo no fumaba, pero cargaba aquella cosa a todas partes solo por el significado que mi abuelo le había dado cuando me lo obsequió: "llévalo siempre contigo, para recordarte que no hay nada que pueda apagarte". Era una especie de amuleto.

Y también, un buen iniciador de conversaciones...

—¿Necesitas fuego? —pregunté.

Él chico levantó la vista y me miró a través de sus gafas de sol. Tuve que abstenerme de hacer una mueca. Siempre me había incomodado que las personas usaran esas cosas, porque no podía tener la certeza del punto donde se posaba su mirada y porque tampoco podía descifrar la expresión en sus ojos. Simplemente no me gustaban. Pero a diferencia de mí, él parecía estar muy cómodo utilizándolas.

Vaciló un poco antes de aceptar mi ofrecimiento.

Al notar que no tenía intenciones de moverse, di unos pasos para alcanzarlo. El chico inclinó la cabeza hacia adelante sin quitar el cigarrillo de sus labios y esperó pacientemente a que lo encendiera. Cuando el cigarro destelló, le dio una profunda calada y mantuvo el humo en sus pulmones durante varios segundos. No me agradeció en ningún momento. Dejó escapar el aire con un largo suspiro, apoyó su cabeza en la columna, como si estuviera cansado, y no emitió sonido alguno...

Si las personas que usaban gafas de sol me incomodaban, las silenciosas me sacaban de quicio.

Carraspeé cuando comencé a sentirme incómodo y pensé en algo sencillo que decir:

—Tú... eres el chico del acto, ¿verdad? —pregunté tontamente, espiándolo por el rabillo del ojo.

Él torció el rostro para mirarme y asintió. Unos cuantos mechones de su cabello se despeinaron por el roce que hicieron contra la columna.

Love At First LieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora