Aquella mañana de Julio decidí pasarla junto a Alex. Prometí ayudarla con los trabajos de pendientes de verano, y así, de paso, podría echar un vistazo a las novedades de la biblioteca.
A pesar de ser un caluroso día, el tiempo era sombrío y húmedo, como si de cualquier otro pais se tratase. las nubes se agolpaban sobre nosotras, ligeramente oscuras y encaprichadas de aquel día de verano.
Habían pasado alrededor de quince minutos cuando por fin llegamos a la puerta de la biblioteca... aunque estéticamente, no lo pareciese. Por fuera, era un gran edificio de roca oscura con pedazos de granito intercalados, brillantes como diminutos diamantes. Una gran puerta de madera robusta se alzaba ante nosotras, luciendo un hermoso grabado antiguo. A ambos lados del muro principal habia un par de farolillos oxidados, y encima de ellos, gárgolas plateadas. El cielo recortaba a contra luz tras el precioso edificio de estilo gótico, dándole un oscuro contraste. El pequeño barrio, a pesar de estar construido de forma similar -en roca, generalmente-, se quedaba pequeño en comparación. Su dueño, el Sr. Dallas, vestido con su típica Americana gris, nos dedicó una amable sonrisa de bienvenida al vernos entrar.
Subimos la escalera de caracol de peldaños de mármol hasta la tercera planta, donde se hallaban la gran mayoría de los libros, y un par de mesas infinitas, con sus sillas de madera de pino y bordados a juego.
Como siempre, Alex se sentó en la última, y la más lejana de las sillas, bajo el tragaluz y junto a la estantería de las enciclopedias, mientras yo, unos metros alejada, husmeaba entre el pequeño rincón donde el señor Dallas me reservaba todo lo nuevo que recibía.
-¿algo interesante? -rió Alex con un susurro.
Ladeé la cabeza mientras a paso lento me acercaba a la mesa para dejar junto a mi bloc de notas la biografía de un antiguo poeta romántico.
-«¿Qué es amor...?» -cité recordando uno de los poemas del autor.
-pizza para desayunar -rió Alex.
Una carcajada ahogada permaneció unos instantes en el aire, hasta que un "¡clic!" Sonó al otro lado de la habitación.
-¿la puerta?
-sí... ¿quién es?
Esperé unos instanstes, aguardando a que el anciano dueño de la biblioteca apareciese.
-fuera quien fuera se habrá ido.
-pensaba que estábamos solas. -dijo rápidamente Alex, antes de encogerse de hombros y sacar sus libros.
Comencé a recorrer el pasillo hacia la puerta, sintiendo la mirada de Alex en la nuca, y esperando ver a alguien al abrir la puerta.
Una vez abierta -y tal vez, como era de esperar-, no había nadie. Aunque en la pequeña balda de "info y sugerencias" había un pequeño libro de hojas amarillentas encuadernado en cuero, curiosamente cerrado con un lazo.
En pocos segundos me había apropiado de él, y estaba abriéndolo oculta tras una estantería, cuando la primera frase que leí -escrita en una hermosa caligrafía- me descolocó por completo:
"Sabría que me leerias."