Una brisa me arremolina el pelo, impidiéndome ver más allá de mi oscura melena. Con un movimiento rápido me lo aparto, y me muevo incómoda y asustada en el pedazo de tierra en el que estoy sentada. Una hilera de árboles y arbustos de diferentes clases se extiende detrás de mí, iluminados levemente por la pálida luz de la Luna, que se refleja tímida en los pliegues plateados de un estrecho y no muy profundo lago que rompe en silencio contra las rocas, a poca distancia de aquí.
En el aire hay un leve susurro del movimiento de los árboles movidos por el viento, y del caminar de algunos animales que merodean cerca buscando una presa.
A esta altura, consigo ver cada una de las farolas del pueblo; desde la plaza de la iglesia, esplendorosamente iluminada en lo alto, hasta la antigua biblioteca, pasando por las pequeñas viviendas de diversos y vivos colores, que ahora se encuentran ocultos bajo un manto nocturno de matices oscuros. Siento mis pies descalzos rozando la fresca brisa del aire, como pequeños cubitos de hielo rodeándome las llemas de los dedos de los pies. Con el impulso de querer saltar hacia delante, y caer al pequeño abismo que se expande bajo mis tobillos, oigo unos pasos acercarse tras de mi, me deslizo hacia delante, y con un fuerte zumbido en los oídos y una gran presión retorciéndose en mi cabeza, comienzo a caer entre corrientes de aire divisando poco a poco un camino de piedras en el fondo. Se que voy a chocar... ya no me queda aire en los pulmones para soltar un solo grito más cuando veo las piedras a poco metros de rozar mi piel... y se desvanecen en una gran nube borrosa y negra.
Sin embargo, sigo respirando, aunque no siento el suelo bajo mis pies.
-estás como una cabra, no tenías que haber hecho eso. -lejana, suena una voz ronca y sombría, pero extrañamente conocida.
-¿quién eres? suéltame, seguro que puedo andar.
-¿hace cuanto tiempo no vas al psicólogo? - pregunta, haciendo caso omiso de mis palabras.
-llevo sin pisar el loquero un par de años. Ahora estoy bien, no necesito ese sitio.
Sea quien sea quien habla, sumergiendo su voz en la oscuridad, agarra con fuerza y firmeza mis muñecas; siento como me clava las uñas y grito.
-¿y estos cortes? no, no estás bien. Tienes que volver. Necesitas volver.
Cojo aire con fuerza, y trato de soltarme de los brazos del extraño que me sostiene, clavándole las uñas y propinándole patadas. En pocos segundos, me deja caer en medio de la oscuridad.
Mierda, de nuevo era un sueño.
Me levanté con una bocanada de aire y los ojos llorosos e irritados. Andé a tropezones hacia el baño, y miré asustada mi reflejo. Tenía el pelo revuelto y enmarañado, ojeras, y los labios resecos y quebradizos. Según me recogía el pelo, una pequeña hoja oscura calló de entre mis mechones castaños.
"no... no es posible". Ignorando la hoja, corrí a mi habitación. La ventana ahora estaba abierta, y el cuaderno encuadernado en cuero reposaba sobre la mesa en aquel momento.
"no es posible... no es posible... ha sido un sueño, solo eso", me repetí una y otra vez hasta acordarme de uno de los detalles del sueño. Temblando, remangué las mangas de mi pijama para contemplar aquello que estaba deseando no ver. A parte de las desgastadas marcas de docenas de cortes, por ambos brazos se extendían pequeñas marcas como medias lunas, enrojecidas, y algunas abiertas en pequeñas heridas. "estás loca... esto no es real. vuelve a la cama", pensé, secándome los ojos con la mirada fija en la brillante encuadernación, que brillaba bajo el resplandor de los primeros rayos de luz de la mañana.
En un impulso, cogí el cuaderno y hojeé las páginas hasta llegar a la última escrita. Tras esto, caí sentada en mi cama, golpeándome con el respaldo en la nuca, y deseando que el golpe hubiese sido lo suficientemente fuerte como para caer inconsciente.
"no hagas caso a nada de lo que él te diga...huye".