Después de leer aquello, lo único que se me ocurría era alejarme del cuadernito.
Pero no para siempre. No hasta saber quién lo había escrito, prediciendo mi sueño. O al menos hasta saber cómo había entrado en mi habitación mientras dormía para escribir la pregunta.
Quizás no fuese la mejor idea que he tenido nunca, pero decidí responder en la libreta. ¿por qué no? me había hecho una pregunta, lo justo era responder. Saqué una pluma de plata antigua con un poco de tinta negra casi seca del segundo cajón de mi desgastado y viejo escritorio, y la agité entre los dedos antes de idear una respuesta lógica. Quizás responder la pregunta con otra pregunta no era lo mejor que podía hacer, pero al fin y al cabo no sabía a quién estaba escribiendo.
"¿cómo sabías lo de los fuegos artificiales?"
Revisé las faltas de ortografía, y mi penosa caligrafía de alumna estresada de primero de bachillerato que, a pesar de cursar Artes, aun escribía de risa. Entre un par de movimientos nerviosos, devolví la pluma a sus sitio, anudé la cinta del cuaderno y lo devolví al bolsillo pequeño de mi bandolera. Aun vestía la ropa de calle, con las anchas y oscuras botas, y el pelo en una alta coleta despeinada. Bajé las escaleras de nuevo, y en un salto ya estaba corriendo a la biblioteca otra vez. Esquivé coches y autobuses que zigzagueaban en las estrechas calles llenas de árboles con esplendorosas hojas verdes, y atravesé el puente que evitaba el riachuelo y la zona boscosa del pueblo. Un par de callejuelas más al sur, ya podía distinguir la bella imagen del edificio de la biblioteca alzándose entres las pequeñas casitas del estilo inglés antiguo.
A pocos pasos de la entrada pude comprobar que ésta estaba cerrada. Rodeé un par de veces el edificio, hasta percatarme, en el reloj vintage de uno de los marcos de la puerta, que era la una, y hasta las tres no abría. Tras pensármelo varias veces, saqué la libreta de mi mochila, y la dejé entre las rejas oxidadas de una ventana baja. Si quien había escrito eso sabía qué soñaba, podría saber que estaba allí, dejando la libreta. O simplemente la encontraría.
Repasé mentalmente lo que acababa de asumir, y pare en seco a replanteármelo. ¿estaba dando por hecho que alguien me controlaba? ¿que alguien era capaz de ver lo que hacía y pensaba? ...no, no era probable. pero de todos modos, llegados a esa situación, dejaba cualquier idea en el cajón de los "posibles".
Me aseguré de que el cuaderno estuviese bien sujeto y, tras comprobar que nadie me había visto, volví corriendo a zancadas a casa, con la bandolera saltando detrás de mí, colgada de mi hombro, como cualquier niña pequeña después del colegio.
Según entraba por la puerta y saludaba a mi madre, arreglada a punto de salir con un claro vestido color rosado y un elegante moño pelirrojo oscuro y despeinado, Alex me llamó al móvil, pidiendo ayuda con historia. Acepté instantáneamente a subir con ella a la biblioteca esa misma tarde, con intención de encontrar al dueño del pequeño cuaderno.
la comida ya estaba hecha y mi madre se había ido cuando por fin bajé a comer. Todo estaba perfectamente ordenado, tal y como lo había estado esa misma mañana pero con el aroma de un fuerte perfume femenino dulce y floral en el aire. cogí un plato de ensaladilla y me senté satisfecha en el sofá.