¿Cómo dar el 'Sí'?

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Eran pocas las ocasiones en que comprendía la expresión nudo en la garganta. Pero en ese momento; no solo lo comprendí, si no que, pude sentir cada vuelta y tirón, mientras se hacía en mi tráquea. No era todo, el nudo se acompañaba de un intenso reconocimiento de que algo grande sucedería, algo estaba sucediendo.

-“Disculpe la intromisión.”- dijo el hombre al parecer al mando del pequeño escuadrón; al caer en cuenta de que en la habitación solo estábamos Gabriel y yo.

-“Se me ha informado, que se ha colado un hombre a la boda, Señorita Grecia, y sus padres están muy preocupados por usted; ¿está bien?”-

-“Sí está bien, agente, de hecho; acabo de acudir a traerle una pastilla para una pequeña jaqueca; indicaciones de la señora.”- el hombre pareció recorrer la vestimenta de Gabriel, y al constatar que se trataba de uno de los meseros del banquete, asintió una vez, para después girarse y enviar a sus subordinados fuera de la habitación.

-“Aún así, Señorita, dejaré a dos de mis hombres por fuera de la puerta; la escoltarán hasta la ceremonia; creo que sería lo mejor.”-

-“Por supuesto, muchas gracias.”- respondí, en un hilo de voz.

El agente de seguridad, volvió a asentir y excusándose, salió, cerrando la puerta tras de sí. Mis nervios no habían sido diseñados para este nivel de tensión, definitivamente. Mientras respiraba entrecortadamente, e intentaba relajar los músculos de mi espalda, podía sentirlo mirándome.

-“Necesito tu respuesta, Azul.”- su tono era serio, muy serio; era poco frecuente escucharlo en él. Por lo menos, así lo recordaba; un alma noble y llena de sonrisas y ligeros comentarios que iluminaban a los que lo acompañábamos.

-“¿Para qué quieres saber?”- temblaba mi voz, y lo poco que me había relajado, se tensó doblemente.

-“¿Qué si para qué? ¡Por Dios, mujer! Estás a punto de casarte para toda la vida por tranquilizar los bolsillos de tu padre.”-

Su comentario me ardió. Hirió mi corazón, el que pensara que lo hacía por los hoteles de mi familia. Si tan solo supiera, que él era la mayor de las razones por las que estaba haciendo esto.

-“No es la única razón, Gabriel.”- de nuevo, se acercó a mí y tomándome por los hombros, tiró de mí, hasta que nuestras miradas se encontraron.

-“Dime lo que está pasando, Azul, puedo ayudarte; puedo hacer que todo termine. Te llevaré conmigo, y nadie, jamás te sacará de entre mis brazos.”-  mientras hablaba, su voz iba bajando hasta un susurro, y sus ojos recorrían mi rostro, como una caricia.

-“No puedo.”- fue lo único que dije, y fue suficiente para que me soltara en un movimiento rápido.

-“Entonces, lo harás.”- podía escuchar el dolor en su voz.

-“Sí.”-

Gabriel, el hombre increíble que me había robado el corazón; que se había implantado en mi alma, cual raíz profunda de un árbol frondoso; que me había instado a rebelarme ante lo que no deseaba para mí, por primera vez. El hombre que protagonizaba mis sueños y cuya ausencia entablaba mis pesadillas… se daba la vuelta; mostrándome su amplia espalda, mientras caminaba hacia la puerta.

Su salida de aquella habitación no era física, era figurativa y representaba su salida definitiva de mi vida. Me había quedado sola. Quizás, y lo más seguro, que para siempre.

La música tenue de un arpa y dos violines, eran mis compañeros, mientras caminaba cada paso, hacia el inicio de mi nueva vida.

No quería ver a Darío, así que, permanecía mi vista a unos metros de mis zapatillas; cualquiera pensaría que me moría de los nervios; más si supieran la historia completa, sabrían que simplemente moría por dentro, con cada paso.

Al fin, llegué ante mi novio, el mejor de los hombres, mi amigo; y escuché a mi padre decir que me entregaba a él con toda la confianza del mundo. Lo cual comprendía, pues era el mejor partido que pudo haber elegido para mí.

Darío regresó su comentario con una firma aceptación, y se acercó a mí; tomando entre sus manos el velo que cubría mi rostro. Con forme lo levantaba sobre mi cabeza, dejé de respirar, sabía que si inhalaba, solo exhalaría lágrimas y me rompería en sollozos ante todos.

Cuando vio mi rostro, el suyo se iluminó con la más brillante de las sonrisas; recordé parte de lo que me había traído hasta allí. Recordé nuestras experiencias en Europa, recordé sus motivaciones y su apoyo durante los años que habíamos pasado juntos. Darío, en verdad, era un buen hombre.

Tomó mi mano enguantada en gaza y encaje, guiándome hasta el juez.

Esta era mi última oportunidad. Hasta aquí, había vuelta atrás. Y yo, caminé a su lado y escuché cada palabra que decía aquel hombre ataviado de manera tan sobría y rígida que no aligeraba para nada mi situación.

-"Usted, Darío Leonardo; ¿acepta como esposa, a la Señorita Grecia Inés; para amarla, respetarla, cuidar de ella y protegerla cada día de la vida que compartan?"-

-"Sí, acepto."-

-"Usted, Grecia Inés; ¿acepta como esposo, al Señor Darío Leonardo; para amarlo, respetarlo, cuidar de él y acompañarlo cada día de la vida que compartan?"-

Estaba respirando profundo por la nariz, exhalando por mi boca; estaba dejando pasra los segundos y llamándo la atención de todos los presentes.

-"¿Desea que repita la pregunta, Señorita Grecia?"-

Este era el momento, este era el instante en que se definía todo. ¿Cómo responder?

(Continuará…)

Elegirte a TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora