¿Cómo Enmendar?

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Al estacionar la camioneta de Gabriel, fuera del hospital; mis lágrimas habían cesado, pero la angustiosa sensación dentro de mi pecho, continuaba. Mi madre no siempre había sido insoportable, nunca tuvimos la relación soñada de toda jovencita; pero, habíamos congeniado lo bastante como para tener una sana.

El saberla enferma, me entristecía; más aún, darme cuenta que pudo haber muerto sin volverme a ver o hablar. No estaba segura de qué conseguiría al estar allí, pero era mejor que mantener la distancia y el resentimiento.

La mano de Gabriel estaba tomada de la mía, reconfortando gran parte de mí.

Al entrar al hospital, cualquiera podría haber pensado que era un hotel de cinco estrellas; los pisos inmaculadamente brillantes, en algo parecido a granito, color arena; las paredes en tonos verdes y blancos; la decoración muy minimalista pero cálida.

Nos acercamos a la recepcionista, quien parecía sacada de una revista de modelaje; realmente guapa, con un set de audio y micrófono que le daba un aire muy ejecutivo. Al vernos, estudió a Gabriel un poco más de lo razonable; incitando cierta inseguridad dentro de mí; que fue totalmente extinguida, cuando soltó mi mano, para pasar su brazo por mi cintura. No pude evitarlo, y sonreí, satisfecha con el cambio de actitud de la mujer.

-“Buenas tardes, ¿en qué puedo servirles?”-

-“Mi madre está hospitalizada aquí, me podría dar el número de habitación, por favor.”-

-“Por supuesto, Señora; ¿su nombre?”-

-“¿El de mi madre?”-

La mirada exasperada de la chica, hizo que me pusiera más nerviosa aún.

-“Sí, Señora; de la paciente.”-

Después de darme el número de habitación y piso; nos entregó un par de gafetes para portar durante nuestra visita. Gabriel volvió a tomarme de la mano y me guió hacia los elevadores, donde esperamos unos pocos segundos.

El piso era el quinto; así que llegamos en poco, también. Habría preferido un poco de más tiempo, para prepararme a lo que me esperaba; me debatí sobre el llamar a mi papá antes de acudir, para que preparara a mamá, para mi visita. Pero no lo hice, era mi madre; por todos los cielos; no debería necesitar anunciarme. Y, sin embargo, al entrar en la habitación, me pensé muy poco bienvenida.

El piso, era igual que en la recepción; pero el tono de las paredes era rosa pálido, contrastando con algunos ramos de flores primaverales naturales, que alegraban, sobre una mesa junto a un gran ventanal; era una habitación iluminada y cómoda.

Mi madre se encontraba sobre la cama, leyendo una revista de modas; con el cabello trenzado y cayéndole sobre el hombro derecho; no llevaba maquillaje; pero no lo necesitaba. Era una mujer verdaderamente preciosa; con sus grandes ojos verdes y sus labios de un rosa que competía con el de las flores del jarrón.

Toqué a la puerta levemente, con mis nudillos; para que se percatara de nuestra presencia. Levantó su vista de la revista, y se retiró un poco los lentes que portaba; para vernos.

La expresión de su rostro cambió, pero no era una de odio total, como había esperado; era, más bien, una de resignada tolerancia. Su delineada ceja izquierda se elevaba, en solicitud silente, para que pasáramos.

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