Capítulo 04

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¦Muerte¦

Con pasos lentos caminaba por el castillo. 

La sonrisa de Naraku era triunfal, era diabólica y a la misma vez sádica.

Sí, con este paso daba por terminada su misión, ahora solo faltaba observar...

Observar como el hanyou sufría y se desmoronaba lenta y dolorosamente.

Ahhh... Estaba satisfecho, muy pronto podría vivir un espectáculo digno para sus ojos. 

—Qué dulce es la vida, ¿no, Kagura? —murmuró Naraku con sus ojos siniestros, mientras que en su mano derecha poseía el corazón palpitante de la de ojos carmín.

Kagura asintió rápidamente al observar la mirada de Naraku sobre ella. Sin duda alguna, esa mirada no eran buenas noticias para ella.

Era una mirada de la que debía tener cuidado. 

— ¿Qué? ¿Estás muda? —sonrió burlesco, mientras presionaba el corazón de Kagura, quien caía al piso con reflejante dolor.

—N-no... Naraku. —murmuró Kagura con extrema dificultad y con sus manos en el pecho, sólo debía pensar y mencionar las palabras correctas, o lo lamentaría otra vez.

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El ambiente solitario junto a la oscuridad permanente le envolvía en un desespero difícil de acabar. 

Si bien, las piedras sólo entregaban frío a su cuerpo, éste estaba reaccionando de una manera totalmente anormal. 

—C-calor, tengo demasiada calor... —susurraba una voz quebrada. 

Era Kagome quien se encontraba arrodillada en una de las esquinas de aquella fría y oscura habitación encerrada a cuatro llaves, profundamente dormida.

Sus piernas ya totalmente frías y con poca circulación estaban dobladas de una manera dolorosa, y el único apoyo que tenía era el de su espalda en contra de la pared. 

Y aún con ello, estaba totalmente inconsciente. 

En esos momentos era incapaz de recordar en dónde estaba y cómo estaba. 

Solo balbuceaba cosas inentendibles. 

Temblorosa y delirante susurraba con dolor en el que a sus adentros vivía la peor de sus pesadillas, expulsando gritos repletos de agonía, esforzándose para respirar sin poder evitar revolcarse en el suelo.

Comenzó a retorcerse aún más, era inmenso el dolor en ese instante, tan grande que pensó que era el mismo infierno lo que vivía, y ya no soportaba más. 

Gritos de agonía nacieron en su interior cuando sus ojos dulces color chocolate que conectaban con la pureza de su alma se abrieron a más no poder. Su corazón repentinamente aceleró a un ritmo tan rápido e impresionante que la dejaba sin aire, mientras la azabache gritaba sin parar:

¡¡¡ESTO ARDE, ESTO QUEMA!!! 

Con todas sus fuerzas y con sus manos fuertemente clavadas en su cabellera se levantó como pudo y apoyó su espalda contra la fría pared esperando aliviar esa sensación agonizante, pero lamentablemente, no sucedió.

Noto que todo su cuerpo se llenaba de extrañas líneas. 

Era la sangre que recorría sus venas de una manera desenfrenada, lo que provocaba que sus venas se expandieran de una manera anormal, pudiendo divisarse incluso sobre la piel. 

El destino de KagomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora