Un poco sobre mamá

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— ¡Tienes que salir de casa algún día, Marina!

— ¿Y si no quiero?

— Hay gente que te quiere conocer, que quieren ser tus amigos.

— No me importa...

— Eso dices ahora

— Y lo diré siempre

— Por favor...

La discusión se repite, día tras día y es que la chica y su madrastra se pudieron caer bien al principio, pero ahora es distinto. Ya es una adolecente y a pesar de tener ya 12 años y se supondría que tendría que tener algún amigo o amiga de su edad, como es normal en una adolecente, no sale para nada de su casa, ayuda adentro en deberes y tareas, pero su única diversión es leer libros, dibujar y pintar e imaginar su propio mundo Eso le preocupa a su madre. Ella no recuerda ser así a su edad, salía, conocía gente, pero su hija...ella no.

— No, y es mi última palabra—asegura la pelinegra

— Está bien, no vayas, pero...

— ¡Pero nada! Yo no quiero ir y ya.

— Déjame avisarte que no te mandas sola, señorita—dice enojada Dolores por fin.

Le toma con fuerza la oreja a su hija y la arrastra hasta llegar con Héctor, su padre. En sí su familia no era muy grande y no todos eran de la misma sangre. Marina es la hija biológica de Héctor, vivía feliz como la hija del más grande coronel del ejército hasta que se jubiló para pasar más tiempo con su familia convirtiéndose en el mejor armero de Santa Lucía, su madre había muerto cuando ella tenía nueve años de leucemia y lo único que conservaba de ella era un cuadro, con su rostro y a su hija en brazos. Desde entonces no volvió a salir a la calle o a salir del área de la casa. Años después, su padre conoció a Dolores hace 2 cortos pero maravillosos años, se casaron tres semanas después de conocerse. No le gustó nada a Marina, pero aprendió a aceptarlo. Ese día se veía obligada a salir de su casa y salir a jugar o aunque sea, que le dé la luz del sol.

— Cariño, por favor—dice un poco más calmado el hombre de cabello negro— necesitas salir, conocer gente...

— Pero no quiero, no es necesario, solo necesito mis libros: los personajes son mis amigos.

Sus padres solo se miraban una y otra vez, Dolores piensa que su hija se está volviendo loca mientras que Héctor piensa en una forma de sacarla de su zona de confort.

— Bueno, te quedarás adentro— concluye Héctor.

— ¡¿Qué?!— grita confundida su mujer.

— ¡Excelente!— celebra la pequeña morena.

— Pero— la interrumpe su padre— no te des por victoriosa, podrás estar adentro para pintar y a la hora que YO elija, tienes que salir...a vender tus obras.

— Está bien, padre.

— Así me gusta mi 'ja— agradece mientras la abraza.

En ese momento fue como un "cuete" por su caballete, sus pinturas y su paleta de colores. En un instante se puso a pintar obras. Solía pintar en su jardín y así lo hizo. No hubo nadie que se atreviera a interrumpir la inspiración y la concentración de aquella pequeña artista de menos de dieciocho años. Al cabo de media hora, Marina ya tenía hechas siete pinturas.

No le gustaba nada la idea de salir, pero debe de tener algo bueno como para que sus padres le insistan tanto. Después de todo, una niña de doce años, mexicana, con fleco de cortinilla, hermosos ojos color miel, vendiendo dibujos y pinturas ¿Qué podría salir mal?

A que no te atreves: ORÍGENESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora