Despidiendo un comienzo.

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Antes de nada, me gustaria aclarar que esta historia, toda ella, sus personajes (a escepción de la protagonista), sus entornos, la magia que la envuelve, la trama inicial, pertenecen a J. K. Rowling.

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Pese a sus muchos esfuerzos de concienciación, al ponerse el sol, la joven no pudo evitar dejar caer un par de lágrimas saladas, que rodaron por sus sonrosadas mejillas, arrastrando consigo hasta el último atisbo de esperanza, hasta encontrarse de nuevo en el final de su barbilla, y de ahí, cayeron a su pecho sin remedio.

Tampoco ella intentó detenerlas, ya no.

Estaba ausente. Perdida en sus pensamientos, o en la extraña mezcla de sentimientos encontrados que aprisionaban sus entrañas.

Y si de algo estaba segura, era de que aquello, por mucho que su voluntad inquebrantable se negara a admitirlo, le resultaba desolador.

Separarse de su tío abuelo, quien por tantos años cuidó de ella como de una hija, protegiéndola de los peligros imaginarios que, de niña, se escondían bajo su cama, en forma de sombras y miedos, y queriéndola como solo un padre hubiera sabido quererla, como si no existiera mayor tesoro en la tierra, acabaría por robarle más que aquel par de lágrimas silenciosas.

Y, aun así, sabía que debía hacerlo. Porque por mucho que hubiesen tratado de ignorarlo, o posponerlo, por mucho que se hubiesen resistido a la idea de que aquel día estaba escrito y terminaría por llegar, había llegado. Y ahora las sombras que le infundían temor eran tan reales como el peligro al que se veían expuestos por su causa, o el destino escrito a fuego en una sentencia que se negaba a aceptar.

Había vivido bajo la sombra de aquella condena desde que no era más que una cría. Como si la sangre que corría por sus venas llevara implícita la obligación de obedecerle a él, que con tanta precisión había dictado su veredicto.

" No deben saberlo. El antaño murmullo de un temor sin nombre, es ahora una voz creciente, oculta en cada rincón. Se cauta, se prudente, pues en tus manos están los tiempos de la vida. "

Solía recitar sus palabras mentalmente, una y otra vez, quizás con miedo a olvidar la más insignificante de las sílabas. Porque, por ser suyas, la firmes palabras de su abuelo, estaba en la obligación de obedecerlas.

Fue por ello que, incluso en contra de una parte de sí misma, agarró con firmeza un puñado de polvos flú y se colocó bajo la chimenea.

- No te lamentes más muchacha, volveremos a vernos antes de lo que crees - Sus labios, agradecidos de un modo que las palabras no eran capaces de alcanzar a expresar, se esforzaron en formular una sonrisa sincera, que dijo más al viejo anciano que cualquier frase que hubiera podido formular.

- Eso espero - se limitó a susurrar para si misma, justo antes de arremeter los polvos contra el suelo y decir con firmeza "La madriguera".

Sombras oscuras, amor eterno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora