El armario.

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Narrado por JANE

Había tardado escasos minutos en rehuir el barullo de la tienda de los Weasley. Por lo general tendía a evitar las multitudes, pues me resultaba soporífero lidiar con el sin fin de pensamientos disparados y a voces que partían de conciencias ajenas y luchaban por hacerse en hueco en mi cabeza.

Por ello ahora paseaba sin rumbo por la fría calle, sintiendola mucho más como mi elemento.
Un pequeño establecimiento llamó mi atención, sin embargo, reconociendo de inmediato el nombre. Ollivander era un renombrado fabricante de varitas, y eran pocos los que en el mundo mágico no habían oido hablar de él.

Bien era cierto que la mía no había sido tallada por sus manos, pero como la gran mayoría, había oido hablar de su brillante reputación.

Por ello me sorprendió, como a cualquiera, contemplar su negocio, vacío y abandonado.
Mi curiosidad me obligó a entrar, y una aureola de polvo me sacudió al cruzar el umbral de la puerta, reforzando mi sospecha de que hacía ya bastantes meses que el local se encontraba sin dueño.

Recorrí los pasillos sin tapujos, sabiendo que no encontraría resistencia en aquel lugar fantasma, y ojeé con notoria atención los montones apilados de cajas de varitas. Me pregunté como habría sido mi vida de haber empuñado una de aquellas, del montón. Pero no había estado escrito para mí.

Alcancé a ver entonces otra estantería más profunda y escondida aún, esta vez no de cajas, sino de libros, y de entre todos ellos, uno incitó a mis dedos a ir s su encuentro.
En el ultimo estante, un libro descansaba junto a sus iguales, a primera vista ordinario como cualquiera de los que allí pudieran encontrarse, pero con un pequeño símbolo que marcaba su lomo y que, aunque para muchos pudiera no ser mas que un garabato, yo conocía bien.

Traté de alcanzarlo sin mucho éxito, debido a mi corta estatura, y cuando mi conciencia ya estaba a punto de aclamarlo en silencio, unos dedos se le adelantaron, tirando del ejemplar para después depositarlo en mis manos.

Me estremecí sin poder evitarlo ante la repentina aparición de aquella presencia sin nombre. Por lo general, solía anticipar cualquier encontronazo pues sus pensamientos les delataban mucho antes de que pudiera toparme con ellos cara a cara. Pero en aquella ocasión, tan solo había escuchado silencio.

- De nada - sugirió su voz, elocuente.

Entonces alcé la mirada, y le ví finalmente.
Era alto, muchos más alto que yo. Sus ojos grises me miraban en silencio, inquebrantables, inamovibles. No temieron mi feroz mirada cuando nuestras pupilas se encontraron. Al contrario de la mayoría, no le imponía mi presencia.

Su piel pálida encubría sus rosados labios, torcidos en una sonrisa juguetona, y su melena platina punzó mi pecho en un augurio silencioso, avivando la sospecha.

- No necesitaba tu ayuda - me limité a decir, y abandoné sus ojos dispuesta a marcharme.

- No creo que el Ministerio hubiese estado de acuerdo con tus medios propios - volvió a hablar a mis espaldas, retandome con burla, haciendo de nuevo ovación al decreto que me impedía hacer magia a mis anchas.

- ¿Acaso me habrías delatado? - volví a girarme para enfrentar de nuevo sus fríos ojos - ¿tú? - frunció su entrecejo cuando sintió el desprecio implicito en mi voz.

- No tienes ni idea de con quién estas hablando, estúpida - casi escupió, acortando más la distancia entre ambos, conservando pese a todo la más absoluta de las calmas.

- En eso te equivocas - le reté - Me parece que a los dos nos conviene guardar silencio, Malfoy.

No tarde en arrepentirme de mis palabras, consciente de que violaban todo acuerdo o promesa que había pactado. Pero la sangre hervía, colérica por mis venas, ante su arrogante presencia.

Sombras oscuras, amor eterno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora