Lágrimas de rocío.

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Narrado por JANE

Desperté envuelta en un sudor frío, con la respiración entre cortada y mi pulso acelerado, presa del pánico que, en mis pesadillas, siempre provocaba la misma sombra.

Miré de reojo el reloj de cuco que adornaba la pared de mi derecha, marcando algo menos de las cinco de la madrugada. Cada vez eran menos las horas que conseguía descansar sin que un mismo sueño se apoderara siempre de mi calma.

La aspera lengua de Salem lamió mi mejilla izquierda, sorprendiendo mi conciencia aún somnolienta.

- Hola, pequeño - acaricié su cabeza, sintiendo como se agazapaba bajo mi tacto hasta quedar tumbada en mi pecho, en un sutil ronroneo.

Y mientras hacía cosquillas al pequeño felino, pensé en silencio que aquel día que tanto había esperado a la vez que temido, había terminado por llegar. Y que allí, entre las sábanas blancas de la pequeña habitación que acunaba mi presencia en aquella casa, bajo la tenue luz de un inminente amanecer, se sentía como un día cualquiera.

Me levanté de pronto de un sobresalto, como si una bombilla se hubiera encendido en mi cabeza. Salem maulló contrariado, mirandome en silencio con sus enormes ojos dorados.

- Lo siento Salem, he de irme - susurré, mientras elegía distraidamente mis vaqueros, con la prisa escrita en mis movimientos rápidos.

Minutos después me deslizaba sigilosamente a través de las escaleras, rumbo a la puerta principal.
Cuando al fin hube cruzado su umbral, me sentí libre de correr, sin miedo a que el ruido de mis pisadas despertara a nadie.
Y corrí, corrí con fuerza y sin descanso.
Incluso cuando sentí el estómago en mi carganta, seguí corriendo. Porque el sol ya advertía en el horizonte el inminente amanecer, y el tiempo se me acababa.
Había un sitio al que debía llegar. O quizás no debía, pero ansiaba hacerlo. Y tal vez aquel capricho se convertiría en el único que perseguía por deseo y no por obligación. Eso me empujaba a seguir corriendo.

Detuve mis pasos cuando la palma de mi mano alcanzó a tocar el grueso tronco del sauce llorón. Agradecí la tenue brisa que resopló en mitad del silencio, y alivió el sudor de mi frente. Y cuando hube recuperado minimamente el aliento, continue un par de pasos más alante, y tomé asiento en el regazo del longevo árbol.

Respiré profundamente la paz y el silencio que aquel lugar transmitían, donde la única banda sonora de vida, era el leve crujir de las ojas azotadas por la brisa, el canto despistado de los parajos recién amanecidos, o el ruido de las cigarras en su peculiar armonía.
Mis manos se posaron en la hierba, húmeda por las gotas de rocío que poco a poco se preparaban para volver a la tierra.

Fue entonces cuando el primer rayo de sol se abrio pasos en el horizonte, y no pude evitar sonreir cuando cegó mis ojos por un instante. Había llegado a tiempo.

Su luz se reflejó en cada una de las gotas de rocío, segundos antes de que estas de desplomaran de las hojas en una despedida, y por un instante, todo pareció brillar bañado en oro resplandeciente.
Era mágico, pero de un modo muy diferente al que los magos estabamos acostumbrados a entender por ese termino. No era un hechizo, ni creación de nadie, ni de nada. Era el mundo hablando en susurros y con una belleza casi divina.

- Es bonito, ¿no crees? - maldije que sus palabras rompieran por completo el momento, aun cuando ya había advertido su presencia.

Por unos minutos, mantuve el silencio, tratando de aferrarme a lo que segundos antes había sido aquel lugar, ahora solo un recuerdo en mi memoria.

- No puedes ir por la vida apareciendote de la nada, ¿sabes? Es molesto - le respondí, aun con mi vista fija en el cielo, ya amanecido.

- No finjas que no sabías que estaba aquí, Jane - susurró con la calma propia de sus palabras.

- Yo no he sugerido tal cosa - suspiré, lo suficientemente desganada como para no alargar aquella conversación. - Y bien - proseguí - ¿Qué haces aquí? - pregunté finalmente, a sabiendas de que si estaba allí, debía tener un motivo.

- Él me envía - obvió sin pretenderlo - Quiere desearte buena suerte... - hizo una pausa, dudando entre proseguir o guardarse la verdad para si mismo - y asegurarse de que todo sigue en orden. - terminó por admitir.

- ¿Te refieres a que sigo teniendo claro mi deber? - arqueé mi ceja derecha y me giré para finalmente enfrentar sus ojos, que me miraban impasibles, como de costumbre. - Su falta de fe me ofende - espeté molesta.

- No se trata de eso, pero ya lo sabes - intuí lo que sus palabras insinuaban entre lineas.

- No quieras fingir que está preocupado por mi. Él no sabe lo que es eso - declaré tajante, tratando de aferrarme al mensaje de mis palabras más que transmitirlo.

No obtuve respuesta, aunque tampoco la había esperado. Ambos nos quedamos allí, mirando de nuevo al horizonte infinito en completo silencio.
Largos minutos después, me levanté por fin abandonando las raices del sauce, y me volví para mirarle fijamente a los ojos.

- No has venido solo por eso, ¿verdad? - susurré cuando creí leer en sus ojos una verdad incierta. - ¿Qué ocurre? - volví a preguntar, y el tardó en decidirse por responder, como si en sus palabras hubiese una traición inconcebible.

- ¿Y si no deseo acometer lo que él me pide, Jane? - se escapó de sus labios, casi como un susurro imperceptible.

Para mi aquellas palabras fueron la luz de salvación que había estado esperando por mucho tiempo, y me aferré a esa idea, y a intentar perpetrarla en su mente.

- ¡Entonces no lo hagas! - grité desesperada - Sigo sin entender porque te dejas doblegar tan fácilmente. Se que él es sabio, pero no tiene todas las respuestas del universo. Su verdad no es la verdad absoluta y sus decisiones no tienen porque ser siempre las correctas - escupí mientras sentía que las palabras se atragantaban en mi garganta.

De nuevo él, guardó silencio. Y yo me quedé ahí, con mis ojos clavados en los suyos, furiosos y suplicantes.

- Deberías volver, falta poco para que salga el tren - sentí entristecer mi mirada cuando cambió de tema radicalmente, fingiendo que aquellos minutos de palabras sentidas nunca existieron.

- Si, tienes razón - susurré, alejandome de él dispuesta a volver a la Madriguera.

- Se que haras lo que debes, Jane - me detuvo, en un extraño intento de despedida.

- Lo se - admití resignada - Solo espero que el deber coincida con lo correcto, Severus.

Sombras oscuras, amor eterno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora