02: Pyrokinesis

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Al despuntar el alba, DongYoung cierra detrás de sí la puerta de su hogar con sigilo, como cada día, buscando que su madre no se despierte a causa del crujido de la madera. Ajustándose el morral que lleva en la espalda, con los dientes castañeando y la tierra húmeda mojándole la suela de los zapatos, toma la ruta que conduce a la escuela, a un kilómetro de distancia. Llega a las afueras de donde está cursando ya su último año, próximo a ser el primero de la familia en terminar la escuela, y no se detiene. Sigue caminando a zancadas rápidas, acelerando cuando escucha el susurro de otros estudiantes acercándose en la lejanía o, quizá, de los profesores que vienen a cumplir su labor. No lo sabe. No puede detenerse a comprobarlo. Ni siquiera tiene puesta la chaqueta oscura abrochada hasta arriba o los pantalones negros de tela delgada correspondientes a la escuela, no tendrían por qué reconocerlo. Sin embargo, mantiene el ritmo apresurado hasta llegar a destino.

En la mano izquierda puede sentir los desbocados latidos de su corazón cuando la acerca a su pecho. En la mano derecha, en tanto, lleva con cuidado dos papeles: el primero lo entrega al hombre de uniforme que se lo exige antes de abordar, y el segundo se lo guarda para sí, permitiéndose leerlo una vez más solo cuando ha tomado asiento en un vagón vacío, el que cierra apropiadamente.

Y aunque quisiera que fuera solo un mal sueño, que pudiera simplemente bajarse del tren y devolverse a toda carrera a la escuela para verlo sentado junto a la ventana, como cada día, el papel dice otra cosa.

Las palabras, de su puño y letra, dicen otra cosa.

"Capital.

No me verás más.

Gracias, y perdón.

—JungWoo"

Faltan casi ocho horas. Desearía que estuviera viajando en uno de esos trenes modernos, a los que les han instalado la radio, un invento que solo ha sido capaz de escuchar en casa de amigos con mejor situación económica que la suya. El único sonido proviene del traqueteo del tren, constante, el mismo que lo agita y le impide pegar ojo. Recostado sobre el costado derecho del cuerpo, ocupando todo el largo asiento para ello, puede mirar por la ventana de bordes redondeados. Desde aquel ángulo, apenas se ve la copa de los árboles que susurran bajo el viento.

A veces, también, puede ver el cielo. Un cielo gris, completamente cubierto.

Con días como esos, invernales y oscuros, sería difícil acordarse de él. JungWoo tiene una tez casi transparente, como los carámbanos de hielo que se forman en el porche de las casas, pero todo lo demás le recuerda, más bien, al primer día de primavera. La forma en que sonríe es una caricia suave, apenas un calorcito que le remueve el interior; el rubor que asoma a sus mejillas en días fríos como estos es un reflejo fiel del tímido sol que asoma después del largo invierno; su voz, dulce y delicada, bien podría confundirse con el florecimiento de un botón de rosa.

Suspira, restregándose los ojos al observar más del cielo nublado. Sí, normalmente un día tan gris no le recordaría a él en lo más mínimo, pero esta vez es lo único que puede hacer. El tiempo apremia, y el corazón le duele por no saber en dónde está: por no saber nada más que una palabra.

"Capital"

Pero aun así se arriesgó. Habiendo recibido la nota apenas dos noches atrás, en un sobre que alguien había deslizado por la puerta principal y que su propia madre le había tendido demasiado tarde pues, al salir, ya no había nadie en las inmediaciones, menos de diez palabras resultaron suficientes para inquietarlo. A la mañana siguiente, con el súbito comunicado de que JungWoo se había retirado de la escuela abruptamente, nadie más que él se había alertado: no era poco común que hubiera estudiantes que desertaran a medio camino, o incluso antes de graduarse. Después de todo, estudiar no era más que un privilegio. Necesitaban trabajar lo antes posible y aportar así con sus familias.

Malleus Maleficarum ᵈᵒʷᵒᵒDonde viven las historias. Descúbrelo ahora