Capítulo 1: El nacimiento

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Capítulo 1: El nacimiento.

Desde el momento que das tú primera respiración y la luz te cubre con su calidez. Si tienes suerte, aquellos que te estén esperando te amaran para toda la vida, serán tu apoyo en el duro camino que te espera. Pero no todos tienen esa suerte.

Cuando nací nadie me esperaba con alegría, ni sonreían con amor. No había calidez, solo frio y miradas amargas. El único alegre de mi nacimiento fue el partero ya que recibiría su bono por parto natural a fin de mes. Lo bueno de ser tan pequeño, es que no sabes que es lo que hablan a tu alrededor, no escuchas las palabras de decepción, los gritos ni los pleitos. Aquella virtud te hace añorar tus primeros días de nacido.

Mi madre era una omega que tomo muchas malas decisiones en su vida. Pero la que me había traído a este mundo había sido seducir a un alfa ya enlazado con solo 19 años. Cuando la puerta de aquella casa se abrió y él nos vio a mí y a mi madre no quiso saber nada de nosotros. Le gritó que aquel no podía ser su hijo, que seguro ella se había acostado con otros pero que él no se haría responsable. Mamá estaba desesperada, no quería que los ayudara a ambos, quería que al menos se quedase conmigo para que tuviese un hogar pues, sus padres la habían echado de la casa al enterarse de lo que había hecho.

Pero él no escuchó.

Mi madre tuvo que recurrir a su última carta, la prueba de paternidad. Con esa última prueba aquel hombre, al que ni siquiera puedo llamar padre tuvo la obligación de hacerse cargo de mí, ya que de ambos era el único que tenía un trabajo estable y una vivienda propia. Pero nunca lo hizo, cuando la corte me puso en sus manos, él me entregó a mi abuelo diciéndole que no era su deber cuidar de un bastardo beta.

Mi abuelo, Max, intentó razonar con su hijo, pero a pesar de que su padre era un alfa sabio, ese hombre no lo escuchó y solo se limitó a enviarle una pensión a mi abuelo para que se hiciera cargo, mientras más estuviera lejos de él, mejor. Mamá venía a visitarme los fines de semana y aquellos días que tenía libre, su trabajo pagaba poco, pero intentaba generar algo para que algún día yo pudiese irme otra vez junto a ella.

Así pasaron tres años y medio, mi abuelo se volvió mi padre y mamá siempre que estaba conmigo intentaba mimarme, ninguno de ellos hablaba a cerca de lo que yo era, intentando protegerme de todas aquellas palabras venenosas.

Pero no podrían protegerme por siempre.

Cuando empecé el kínder comencé a notar que era distinto al resto. Lo supe por el trato que me daban los cuidadores o las miradas desdeñosas de otros niños y sus padres. A los cinco años ya era plenamente consciente de que no era como otros. Alfa y omega me dejaban de lado, evitándome como si fuese el más asqueroso esperpento que alguna vez en su vida hubiesen visto. Mamá y el abuelo intentaron hacerme sentir mejor, pero me sentía solo.

En mi salón había algunos otros niños beta, pero que éramos tres niños contra dos docenas de alfas y omegas. Solo podíamos refugiarnos entre nosotros y rezar porque no se nos acercaran. Pero como lo que éramos, seres malditos, nunca tendríamos suerte. Desde los siete años tuve mis matones personales, dos alfas que se divertían haciéndome sufrir. Las golpizas y las amenazas se volvieron frecuentes y sin importar las veces que mi madre y abuelo fueran a alegar a la dirección o a los padres de los niños, ellos hacían oídos sordos o daban excusas vagas, todo aquello lo escuchaba sentado fuera de la dirección esperando por ellos. Cuando por fin salían ellos me abrazaban y me llevaban a algún lugar divertido para que pudiera despejarme y olvidar lo malo.

A los nueve años estaba al borde del colapso, no podía más, el hecho de que la misma historia se repitiese por tantos años y no parara. Los abusos, la soledad, la humillación.

"miren ahí va el hijo de esa prostituta"

"cuidado chicos, no vaya a intentar contagiarlos con su asquerosa sangre"

"Miren todos al niño maldito"

"no se acerquen a él, no ven lo que es"

Solo quería que callaran, ¿Qué fue lo que yo hice? ¿Por qué soy castigado por algo que hicieron otros? ¿Por qué me ven como si fuera un ser repulsivo? ¿Por qué no tengo derecho a amar? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?...

Recuerdo que le grité a mi madre, por el hecho de haberme dado a luz para solo sufrir en aquel mundo injusto. Un mundo cruel e insensible, en especial con los inocentes. En aquel año, tuve mi primer intento de suicidio. Me metí al baño y saque del gabinete todas las pastillas para dormir del abuelo y las tragué.

Creí que sí dormía para siempre, todas las pesadillas se irían. Que lo malo no podría alcanzarme. Ni sus palabras ni sus abusos. Que ninguno de ellos podría volver a tocarme ni hacerme daño. Solo quería descansar. Solo quería ser feliz al fin.

No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, todo ocurrió en un parpadeo, en un segundo estaba recostado sobre mi cama esperando y al siguiente estaba en una habitación blanca con varias máquinas conectadas a mi cuerpo. Escuché el pitido de la máquina y varios médicos entraron para ver mi condición, mamá entró con ellos.

Ella lloraba.

Preguntaba pero no le respondían.

Me llamaba pero yo no tenía fuerzas para responderle.

Me abrazó con fuerza pidiéndome perdón, diciendo que ella nunca había querido eso para mí. Que era cierto, que yo no debía pagar por sus errores, que era un niño maravilloso que tenía derecho a amar y a ser amado de la misma forma. A pesar de que en aquel momento en mi exterior nada pudiera verse, por dentro estaba llorando completamente destrozado.

Me sentí tan culpable.

Mamá estaba sola, había dejado la posibilidad de encontrar a su alma gemela por amarme a mí y yo estuve a punto de abandonarla, como aquel hombre hace muchos años atrás.

Fue ahí cuando me lo prometí a mí mismo, me prometí que no abandonaría a mi madre, que sería feliz para que ella también pudiese serlo. No quería volver a ver sus ojos destrozados de la misma forma que los vi aquella tarde de marzo.

Los siguientes días los médicos revisaban mi condición para asegurarse que el lavado de estómago no hubiera dejado secuelas en mi organismo. El abuelo me iba a visitar cada día, trayéndome juegos de video, mis cartas de los sumos luchadores y otras cosas para que no me aburriera tanto en el hospital.

Me dejaron ir justo a tiempo para mi décimo cumpleaños, fue entonces que el abuelo me contó que íbamos a salir de viaje ese verano en su camper, un recorrido por el país, solo nosotros dos. Le pregunte a mi madre por qué no iba pero ella se disculpó diciendo que sus semanas de vacaciones las había gastado en mi estancia en el hospital y en mi recuperación en casa. Me sentí muy mal por ello pero me había prometido sonreír para mi madre, y por ello intenté ocultar mi malestar. Al final ella prometió que el último día del verano lo dedicaría solo a mí.

Con el verano acercándose cada vez más rápido, solo esperaba tener unas vacaciones tranquilas.

Ja...como si eso fuera posible para un beta.







Se que esto no era lo que se esperaban, pero espero que les guste.

Beta βDonde viven las historias. Descúbrelo ahora