Cuento | El bucle, por Servando Clemens

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Servando Clemens. Nació un día 9 de febrero de 1981 en México. Estudió la cerrera de administración de empresas. En sus ratos libres lee cuentos y novelas. Sus géneros favoritos son el fantástico y policíaco. Ha escrito varios cuentos breves.



Era una noche cualquiera de diciembre, en un lugar cuyo nombre no interesa mencionar, porque podría ser tu propia ciudad. El caso es que, en esa ocasión, un adolescente fumaba mariguana en el estacionamiento de una farmacia. En ese momento, por pura casualidad pasó una patrulla de la policía municipal y el oficial al notar dicha estampa detuvo la unidad, posteriormente descendió aluzando con la linterna al muchacho y dijo:

—Buenas noches, jovencito.

—¿Qué ocurre?

—¿Qué está fumando?

—Es mota —respondió el muchacho con los ojos entrecerrados—. ¿No le da el olor?

—¿Te burlas de mí? —preguntó el policía al tiempo que sujetaba al chico del brazo.

—Para nada, mi estimado. Tan solo respondo a su pregunta.

La gente se reunió en el sitio haciendo una bola alrededor. Algunos de ellos empezaron a cuchichear.

—Vayamos a dar un paseo —dijo el policía—. A ver si se te quita lo valiente. Súbete a la unidad y no hagas panchos.

—Encantado —respondió el joven sin inmutarse—. Aquí hay mucho curioso.

El oficial llevó a dar un recorrido al muchacho por las periferias de la ciudad, a unas de las zonas más peligrosas de la urbe. Cerca de ellos, se escuchó el tronido ensordecedor de un fusil de asalto. En una esquina, se vendía droga al mismo tiempo que se prostituían a menores de edad en la esquina opuesta. Por una de las calles pudieron vislumbrar como unos encapuchados levantaban a un anciano a punta de cachazos.

—¿Tienes miedo? —preguntó el policía, fumando el pitillo de mariguana del joven.

—Sinceramente no. Ya estoy acostumbrado a este tipo de situaciones.

—Te noto despreocupado, ¿cómo te llamas?

El joven pronunció su nombre completo casi deletreándolo y dijo:

—¿Mi apellido no le suena familiar?

El policía dudó y después preguntó:

—¿A qué te dedicas?

—Voy en el primer semestre de Derecho. Algún día pienso cambiar a este jodido país, iniciando por mi familia, aunque me cueste la vida.

—¿Tienes dinero?

—Sí —dijo el muchacho—, pero en el banco.

—Entonces podemos ir a un cajero automático. —El hombre estacionó el vehículo en un baldío oscuro, lanzó el cigarrillo por la ventana y dijo—: No es nada personal, pero por tres mil pesos te dejaré ir a tu casa sin problemas, a parte me caíste bien porque no eres de esos chamacos llorones.

—Suena tentador. —El muchacho sonrió irónicamente y después añadió—: Pero no estoy dispuesto a darle un solo centavo.

—Debo reconocer que tienes cojones para hablar así. —El policía arrancó la unidad y se dirigió al centro ignorando las palabras de su interlocutor.

—Los tengo bien puestos —afirmó el muchacho—. Pero si usted insiste, pues vayamos al cajero y le daré el dinero, pero cada quien sabe lo que hace y de igual manera se debe atener a sus consecuencias.

Febrero 2018Where stories live. Discover now