5. La segunda coincidencia

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5. La segunda coincidencia

–¿No se puede romper el maleficio?

Sherlock no supo qué decir durante unos segundos.

Si contaba la verdad, podía ser que John sintiera lástima, y eso no era lo que necesitaba de él. Un amor por pena quedaba totalmente descartado. La verdad también podía hacer que se asustara, saliera corriendo y se precipitara en medio de la nieve sin importarle su destino. ¿Quién iba a amarle con ese aspecto? ¿Con su forma de ser? Su físico sólo era un reflejo de como era por dentro. Espantoso para todo el mundo. Espantoso para si mismo.

–No—dijo finalmente sintiendo la congoja en su pecho. Devolvió la mirada al fuego porque contemplar a John era doloroso. Aún sin que supiera lo que realmente ocurría. El saber que ese chico estaba en su hogar. Tan cerca y a la vez tan lejos.

Comenzaba a encariñarse con John y no quería apartarlo de su lado. Como la señora Hudson había comentado, la amistad, eso sí lo necesitaba. Lo anhelaba. Siempre estuvo demasiado solo para darse cuenta de lo importante que era la compañía y encerrado entre cuatro paredes se hacía más duro el admitirlo. Le había costado muchos años de su vida llegar a esa conclusión. Y tan solo unas horas de conocer a John Watson para aceptar que era justo lo que debía tener. No aspiraba a su corazón, pero sí a su aprecio.

No supo en que momento el chico rubio se había levantado del sillón, ni cuando se había acercado a el, pero en un instante sintió sus manos rodearle el torso, y como el pecho del otro rozaba su espalda.

John le estaba abrazando. Le estaba mostrando su apoyo. No podía hacerle olvidar su aspecto, ni podía deshacer el hechizo, pero le ofrecería su hombro si lo necesitaba.

Le debía mucho al dueño de aquel castillo, y a su modo de ver, nadie se merecía un castigo semejante. La soledad era una de las peores cosas que podía sufrir una persona a su juicio.

Sherlock cerró los ojos tras el shock inicial, disfrutando del primer contacto de su vida en años. Los dedos de John se aferraban a su pecho con firmeza y sus dedos olían sutilmente a limón por el ungüento. El corazón le galopaba fuera de si, a punto del colapso. Porque también por primera vez en su vida, estaba sintiendo. Algo. Sentimientos desconocidos para él, pero agradables. Y rogaba porque no se desvanecieran con la marcha de John.

Actuando por su cuenta, alzó sus manos y rozó el dorso de las de John con la yema de sus dedos. El rubio no las apartó, así que continuó hasta que las estrechó para que nunca las quitase de donde se encontraban.

–Dime algo que te guste mucho, John—dijo. La frente del chico, que antes rozaba la tela que cubría su espalda, se apartó y sentía sus ojos fijos en su nuca.

–¿Para qué?

–Tú dímelo.

John se quedó en silencio un momento, antes de hablar.

–Me gustan las tostadas recién hechas de mi padre, con la mantequilla por encima que comienza a derretirse. También me gusta ver la cara de agradecimiento de los pacientes cuando les digo que se recuperarán. Y me gusta regar el jardín los domingos por la mañana, y luego relajarme a leer un libro en mi habitación, tumbado en la cama... Lo siento, dijiste algo... Y dije muchas cosas.

–¿Te gusta leer, John?

–Me encanta. Cuando encuentro un buen libro... No lo dejo de leer hasta que lo termino.

–Pues ven—Sherlock no soltó la mano del rubio en ningún momento mientras tiraba de él para que le acompañara a algún lugar del castillo.

Subieron por las grandes escaleras y recorrieron un extenso pasillo.

Su alteza real, Sherlock Holmes (Sherlock Holmes x John Watson-Slash)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora