†La puerta†

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Me invitaron a un club de literatura de terror; desde esa noche cambié, pues se abrió una puerta que ya no se volvió a cerrar.

La idea me pareció una interesante forma de desperdiciar un fin de semana. “Pasar horas comentando libros junto a unos aspirantes a literatos, que emocionante…”, pensé, lleno de sarcasmo, cuando Paola me invitó. Pero como recién la conocía me pareció que lo mejor era ir. 

Al hacerse noche creí que me iba a salvar de la aburrida velada, porque empezó a llover muy fuerte, pero al llamarla ella dijo que las condiciones eran ideales. Tuve que conducir bajo la lluvia. Ella me iba a esperar en la casa indicada. 

Las calles ya estaban medio anegadas de tanto que llovía, y los otros vehículos pasaban arrojando agua hacia los costados, mientras el limpia parabrisas del mío era derrotado por la pared de agua que chocaba contra la ciudad. Vistas desde la cabina, las luces de las calles se borroneaban un poco y proyectaban haces hacia los costados, efectos de la intensa lluvia.   Después desemboqué en una zona suburbana sin luz, y noté que relampagueaba intensamente.   

Unas fachadas de aspecto antiguo aparecían por instantes cuando todo se aclaraba por los relámpagos. Nunca antes había estado en aquella parte. Me pareció que las viviendas de allí estaban abandonadas. Al leer un herrumbrado cartel, frené el coche; la casa tenía que estar por allí. Cuando miré hacia un costado, me saludaban con la mano desde una ventana, era Paola. 

Atravesé la vereda y el patio de la propiedad bajo un paraguas que el viento me quiso arrancar. Estaba por alcanzar el umbral de la puerta cuando explotó un rayo y la fachada se iluminó con una luz blanca. Parecía ser la mas antigua de la cuadra. 

Entré a una habitación muy amplia iluminada con velas y un farol que ardía en el centro de una mesa redonda. Paola me presentó a cuatro personas, dos mujeres y dos hombres. Todos me miraban sonriendo y parecían estar muy emocionados.  Uno de los tipos, un veterano calvo con barba de candado, me preguntó al estrecharme la mano: 

- Usted es descendiente de Melisa Strauss, ¿no es así? 

- Sí, venía a ser mi bisabuela por parte de padre. ¿Usted cómo sabe? -lo interrogué. 

- Su bisabuela fue una famosa espiritista, y su familia es conocida en algunos círculos. 

- Sé que era medio curandera o algo así, pero que yo sepa, mas nadie en familia se ha dedicado a eso. 

- Era espiritista, no curandera, y fue muy conocida -afirmó de nuevo. 

Su respuesta no explicaba cómo sabía que yo era descendiente. Aunque hubiera escuchado o leído mucho sobre mi bisabuela, no entendía cómo me había asociado a ella, porque el apellido que mi bisabuela usaba no era el de la familia. Para conocer aquello tenía que haber investigado. Pensé que tal vez Paola lo había hecho, no podía ser casualidad. 

Ella ahora evitaba mi mirada.  Me sentí incómodo entre aquella gente. 

Me invitaron a sentarme, nos acomodamos en torno a la mesa redonda. En un costado de esta había algunos libros. Paola me dio uno, era de cuentos de terror. Al parecer tenían una mecánica diferente en aquel club literario, y no iban a comentar nada, solo iban a leer. Sé que en esos grupos también leen juntos, pero aquello me resultó un poco extraño.   Todos parecían fascinados con mi presencia, pero cuando los miraba desviaban la mirada, como si quisieran disimularlo. Que situación mas incómoda. Y todo iba a empeorar. 

Las llamas de las velas que ardían sobre la chimenea y encima de unos muebles cada tanto se inclinaban todas hacia un lado, como empujadas por una misma ráfaga, y al hacerlo las sombras se movían también. La llama del farol que teníamos sobre la mesa creaba unas sombras inmensas y deformadas en las paredes. Y fuera la tormenta rugía, bufaba y metía luces de relámpagos por las ventanas. Todo aquello formaba una noche horrible, y hacía mas tétrico el ambiente en el que nos encontrábamos. 

Unos cuantos minutos después de comenzada la lectura, mis acompañantes parecieron concentrarse y ya no miraban hacia ningún lado que no fuera su libro. Observándolos disimuladamente noté que todos tenían el mismo libro, solo yo tenía uno distinto. ¿Qué estaban leyendo? No los vi cambiar de página, y por el movimiento de sus ojos parecían volver a la misma línea una y otra vez. Cuando empezaron a murmurar me di cuenta. ¡Que tonto había sido al no descubrirlo antes! ¡Aquello era una sesión espiritista!  

Me iba a levantar cuando vi que estábamos rodeados. ¡¿De dónde habían salido aquellas personas?!  

Paola pareció notar que yo veía algo y se los informó a los otros. Voltearon hacia todos lados y después empezaron a preguntarme: 

- ¿Qué ves? ¿Son muchas personas? ¿Cuántos son, cómo están vestidos?

Todos me hacían preguntas así. De un momento a otro hubo mas presencias allí. Ahora estaban por toda la habitación: eran hombres y mujeres de variadas edades, también había niños, y todos vestían ropas antiguas. Lo mas aterrador fue notar el semblante de sus caras; todos parecían estar muertos, y lo estaban, eran apariciones. 

Las llamas de las velas se sacudían y las sombras temblaban alocadamente. Los otros parecían no ver a los que nos rodeaban, pero evidentemente notaban aquel viento frío que exhalaba desde varias partes de la habitación. Miraban en derredor y se miraban entre ellos con una expresión de asombro y emoción. ¡Malditos locos! Para ellos era emocionante porque no veían aquellos rostros empalidecidos por la muerte.   

Cuando las apariciones empezaron a moverse hacia la mesa sin dar un solo paso, el terror me empujó hacia la salida, y a las zancadas llegué a mi vehículo. 

No existía ningún club de lectura, y Paola solo se había acercado a mí porque sabía que era descendiente de una poderosa espiritista. No sé cómo supieron que yo tenía aquel “don”, porque ni yo lo sabía. Tal vez lo averiguaron aquella noche. Lo cierto es que desde esa vez veo espíritus, y si no encuentro la forma de cerrar esa “puerta”, los veré hasta el fin de mis días. 

†Socorro†Donde viven las historias. Descúbrelo ahora