Así Ardió

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30 de octubre, año 0, algún lugar de la Araucanía.

La columna avanzaba entre suaves cerros verdes de arbustos y pastos, aunque hacia el este se adivinaban las tremendas montañas que dominan todo el paisaje chileno. El viento soplaba sin pausa, aunque el sol del mediodía daba tibieza al grupo que, en fila compacta, lentamente subía hacia el noreste. Al frente iban dos jinetes, en sendos caballos de recia montura de cuero solo. Los seguían muchos hombres a pie, aunque también varias mujeres y niños. Cerraba la formación una camioneta Toyota, en la que se notaban las escopetas apiladas. Allá y acá en la fila se podían observar banderas, unas azules con una estrella blanca, otras multicolores. Prácticamente todos iban con ropa de invierno, que se usa todo el año en la precordillera del sur, y algunos incluso tapaban sus rostros con capuchas o pasamontañas. Aunque hace pocos minutos la columna avanzaba entre cánticos y risas, la proximidad del objetivo hizo que la seriedad cayera sobre los semblantes de aquellos hombres, en especial los de vanguardia, todos ellos morenos, de pelo oscuro y rasgos que al observador despistado le recordarían a los característicos de los pueblos de Asia.

El asunto es que se dirigían a un predio que reclamaban. Eran conocidos por el resto de la sociedad con el vago concepto de comuneros mapuches, aunque para ellos eran mucho más que eso, y lo que hacían no era otra cosa sino recuperar lo que les pertenecía por derecho. Hace un par de meses, habían ocupado por la fuerza una hacienda y sus terrenos colindantes, expulsando a los colonos -un hacendado y su familia, chilenos de ascendencia europea- que allí habitaban, bajo la premisa de que aquellas tierras y todas las demás del río Bio Bio al Toltén, le pertenecieron a su pueblo por milenios. Luego de tal exitosa ocupación, los asaltantes trasladaron sus familias y animales a las tierras recuperadas, pero hace dos semanas, los colonos volvieron, acompañados de una formidable fuerza policial y exigieron la inmediata desocupación del lugar. En un breve diálogo, los mapuches accedieron a retirarse pacíficamente y el predio volvió a manos de la familia del hacendado sin que se disparar un solo tiro. Los comuneros prometieron volver y así lo hacían ahora, con refuerzos, muchas escopetas y dispuestos a enfrentarse a los carabineros -policías- que se hubiesen quedado, según su estimación, unos cinco o seis.

Por lo mismo, al llegar y darse cuenta de que todos los habitantes de fundo habían desaparecido, con la irrelevante excepción de un pobre peón que había quedado con la orden de cuidar la puerta, quien apenas vio el reflejo de la luz del sol sobre las escopetas perdió cualquier atisbo de valentía y las abrió de par en par, quedaron todos atónitos.

- Entonces es cierto el rumor, el maldito viejo de Rademacher está enfermo y se llevó a toda su tropa de wuinkas con él- dijo Rodrigo Curumilla, uno de los jinetes, un hombre de aspecto joven, pero muy fornido y notablemente más alto que el resto de la columna, dirigiéndose al segundo jinete.

- A menos que sea una trampa muy bien preparada. Y Rademacher no es viejo, debe tener pocos años más que yo- fue la respuesta de éste, un caballero llamado Teca Huenufil, que destacaba por ser el único del grupo con una barba, que además era casi completamente blanca, aparentaba estar entrando en sus cincuenta años y complementaba su poncho con un cintillo de tonos negros y rojos que destacaba sobre su cabello color ceniza. Su rostro aparentaba experiencia, pero no era solemne, más bien afable y comprensivo.

- Bueno suegro, si usted lo dice, -rio Rodrigo- aunque dudo que estos ladrones tengan el seso para inventar una estrategia así. Lo que me sorprende es que no dejaron ni un solo paco -policía- cuidando el predio. Para mí que este compadre nos va a sacar de dudas- dijo, apuntando al peón con un gesto.

Dicho y hecho, Rodrigo se apeó del caballo con soltura y, sacando un cuchillo de algún lugar de su manto, encaró al improvisado portero, un tipo de aspecto simple y camisa a cuadros, que levantó las manos con cara de espanto.

Canciones del Alma - La ErupciónWhere stories live. Discover now