Sin Estado

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Varias historias y fin del prólogo.

2 de noviembre, año 0, cerca de La Unión

Etienne Walker estaba tan aterrado que demoró casi tres minutos en hacer partir el auto. Le temblaban las manos y estaba sudando frío. Valentina, su pareja, notó su estado, pero intentó sonar calmada al preguntar.

- ¿Qué sucede? Estás temblando.

Etienne se tomó un momento para ordenar sus pensamientos. -Mira, debo decírtelo muy claro. Puede que sea el final. Mientras robaba gasolina, se me acercó un tipo a preguntar si le podía dar un poco. Yo me iba a ir sin hablarle, pero se echó hacia adelante y me tosió acá, muy cerca -decía, mientras gesticulaba cerca de su propio rostro- y entonces me fijé, tenía marcas rojas en los brazos, maldita sea.

- ¿¡Pero estabas con máscara, no?!

- Sí, sí, pero no sé, estaba un poco suelta, y ¿qué voy a hacer ahora?, no puedo arriesgarme a contagiarte a ti y a la Anastasia.

- De todas maneras, no podemos seguir sin ti. Vamos, sigamos. Dios nos protegerá.

-Ojalá tener la fe que tú tienes, mi amor. -Etienne hizo al fin partir el auto y continuaron su viaje.

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20 de noviembre, año 0, camino a San Fernando.

Horacio Márquez estaba cabizbajo, sentado al fondo de un ruidoso bus interurbano. Venía de la pequeña ciudad de Santa Cruz, y se dirigía a trabajar en San Fernando, donde atendía una panadería. Era un trabajo provisorio, Horacio en realidad era guardia de la Medialuna de Santa Cruz, un recinto donde se practicaba el rodeo. Pero desde hace algunas semanas, ese lugar, como tantos otros sitios de interés público, estaba cerrado, ya que nadie pasaba más tiempo del estrictamente necesario fuera de casa. Mientras miraba distraído como la luz de la mañana se colaba entre las desgastadas cortinas del bus, Horacio reflexionaba en la forma en que el mundo parecía estar de pronto cayendo en el desastre. Márquez siempre había sido un hombre pesimista -de hecho, cuando le anunciaron que estaba despedido, ya que no podían pagarle, no mostró ninguna sorpresa- pero esta vez no parecía estar exagerando. Hace ya semanas que la mayoría de los países europeos habían cerrado su tráfico aéreo y marítimo, algunos cerraron o intentaron cerrar sus fronteras y los países americanos habían comenzado a imitarlos. Una de las últimas cosas de las que se había enterado por las noticias -las cuales eran cada vez más pobres e inexactas, ya que muchos trabajadores de la televisión y radio no iban a sus trabajos y la información llegaba cada vez menos- era que las medidas habían fracasado en Brasil y la enfermedad, la erupción española, sarpullido africano o Rash, había hecho presencia en Sao Paulo y Rio de Janeiro casi al mismo tiempo, colapsando los servicios de ambas ciudades.

En eso pensaba Horacio, cuando escuchó un grito de terror. Levantó la vista y lo vio de inmediato, era en los primeros asientos del bus, que estaba bastante vacío para ser un día laboral. En un par de asientos, había una señorita que gritaba a través de una mascarilla que le cubría nariz y boca, algo que se estaba haciendo cada vez más común. La razón de sus gritos era la persona que iba sentada a su lado, un hombre joven que recién se estaba rascando el cuello. Allí, cerca de su nuca, se veía claramente. La mancha, en tonos rojos y anaranjados, que el pobre hombre no podía ver al estar fuera de su rango de visión, por lo que le preguntaba una y otra vez a la dama por qué gritaba. Horacio decidió que probablemente eran pareja, porque la mujer lloraba, pero había aceptado el abrazo del otro. Pero entonces todo ocurrió de prisa. Alertado por la conmoción, el chofer del bus detuvo la máquina de pronto y salió al pasillo. Otros pasajeros lo pusieron al tanto y ordenó que todos bajaran. La gente -unas doce personas- se bajó rápidamente, cuidando de pasar lo más lejos posible de la pareja, que seguía abrazada. El chofer estaba marcando un número en su teléfono celular. El único que no se movió fue Horacio, que en su pesimismo había aceptado el hecho de que estar en un espacio cerrado con alguien infectado, por ya casi media hora, lo había condenado. El asistente del conductor se le acercó, portando una mascarilla, y le indicó que saliera de una buena vez.

Canciones del Alma - La ErupciónWhere stories live. Discover now