19 de octubre, año 0, Santiago de Chile.
Efraín Parra caminaba a paso rápido por las calles céntricas de Santiago, embutido como estaba en su chaqueta, su camisa y su corbata rojo fuego. Sudaba bajo el sol inclemente de la capital chilena, cuyos veranos parecían empezar cada vez más pronto, por lo que su vestimenta parecía un craso error. En eso mismo iba pensando, en como odiaba las raras ocasiones en que su profesión lo obligaba a vestirse formal, -pues acababa de recibir un ascenso en el diario de mala muerte Las Últimas Noticias, del cual era reportero y columnista- como odiaba también esta ciudad, su ruido, su asfixiante ritmo frenético, el terrible ánimo de sus habitantes. Ahora se dirigía a una reunión con su jefe inmediato, el cual supuestamente iba a explicarle sus nuevas obligaciones, aunque Efraín tenía claro que nada más iba a darle la lata sobre la importancia de su profesionalidad y a insistirle en que no se le podía notar su ideología en sus miserables columnas. Iba tarde, no había podido utilizar el transporte público ya que grandes sectores de la ciudad eran un caos debido a múltiples protestas que se venían dando en contra del gobierno, en contra del sistema, en contra de todo y por ende el tren subterráneo y los microbuses no estaban operando. Era justo allí donde le gustaría estar a Efraín, vestido con zapatillas y pantalones deportivos, corriendo entre los manifestantes para obtener una nota, una declaración o una entrevista. Pero no, tenía que estar ahí, empujándose con otros santiaguinos apestosos y apestados y apretando el paso para llegar a tiempo a su reunión.
Entonces, casualmente, Parra levantó la vista y su mirada se cruzó con la de otro hombre, unos pocos años más joven, al que reconoció casi de inmediato. Ambos se detuvieron.
- ¿Etienne? -inquirió Efraín, levantando un poco más la cabeza, con lo que el sol se reflejó en sus cuadrados anteojos. El otro se limitó a toser exageradamente, mientras asentía con la cabeza. -Si, tanto tiempo, pero por la chucha, que está fuerte el aire, vamos a otro lado.
Entonces Efraín lo notó, el terrible olor a lacrimógena, el gas disuasivo que utilizaba la policía en grandes cantidades para disolver las manifestaciones. Mientras arrugaba la nariz, observó como decenas de personas corrían ahora hacia donde estaban ellos, huyendo de la avenida principal. Se mezclaba de todo, gente muy joven, algunos con el rostro cubierto, otros con mascarillas, muchos con pancartas, algunos con el torso al descubierto, corrían ahora codo a codo con gente vestida formal, como Parra, y con señoras que vendían cosas en la calle, varios inconfundibles haitianos, que destacaban por su altura y piel negra e incluso un hombre de barba que tenía todo el aspecto de ser un indigente, todos ellos, se habían mezclado en una sola masa que avanzaba a velocidad dispar, algunos se refugiaban entre los pilares de un enorme edificio gubernamental, otros detrás de un quiosco, otros saltaban una pequeña reja que separaba la vereda de la calle, sin mirar atrás y huían entre los autos detenidos, cuyos conductores no tenían idea que hacer, ya que naturalmente se había cortado el tránsito. Efraín maldijo no tener su cámara en ese momento, ya que la postal era épica y sin perder más tiempo, señaló una esquina y salió corriendo, seguro de que Etienne correría con él, tal y como en los viejos tiempos, donde no corrían delante de la fuerza policial, sino que detrás de un balón.
Cruzaron la plaza frente a la que estaban previamente, en diagonal y lo más rápido que les permitieron sus piernas y llegaron a la esquina propuesta. La mayor parte de la gente siguió corriendo otra cuadra, pero pronto los que eran manifestantes comenzaron a dar media vuelta e intentar regresar, al darse cuenta de que la policía no los perseguía. Con aquella frágil tregua definida, Efraín decidió que a su jefe le podían dar por culo, y que era mucho más interesante ponerse al día con Etienne, al cual no veía hace largo tiempo.
Etienne Walker tenía veinticinco años, era más alto que su interlocutor, ancho de espaldas también y con un rostro algo más ancho que el promedio, el cual había decorado con una barba corta que se fundía con sus desordenadas patillas, lo que le daba un aspecto un tanto gracioso. Ahora mismo además estaba colorado de tanto toser, pero definitivamente había terminado en mejor forma el pequeño pique en velocidad que habían hecho, ya que Efraín, aunque siempre resistió mejor las lacrimógenas, había quedado sin aliento y se sujetaba los costados de dolor. Finalmente, Walker dejó de toser y dijo:
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Canciones del Alma - La Erupción
Science FictionNovela fan-ficción de Stand Still. Stay Silent, webcomic de Minna Sundberg. La idea es dearrollar que hubiese sucedido con el rash en Chile.