Un Mundo Silencioso

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27 de abril, año 99, base Huequecura alto.

Población: 723 (720 permanentes)

* 150 militares

* 100 exploradores

* 120 funcionarios militares no armados

* 200 cadetes

* 100 funcionarios no militares

* 50 civiles

Porcentaje de inmunidad: 94.5

La luz del sol se refleja en las tranquilas aguas de un lago. Las orillas rebosan vegetación. Un camino, apenas una huella, se divisa entre los arbustos. El camino sigue por algunos kilómetros, cambiando de anchura por momentos. Se aleja del lago, subiendo hacia las montañas. Se divisan algunos edificios.


Ale se despertó con el cañonazo, tal y como lo había hecho cada día los últimos dos años. Durante un instante lo único que hizo fue llenar sus pulmones del aire tibio de la diminuta habitación. La temperatura era una ilusión, eso lo tenía claro; era su propia temperatura corporal la que caldeaba aquel pequeño espacio, pero afuera haría un frío terrible. Durante un momento, como cada mañana, el pensamiento de volver a cerrar los ojos y dormir pasó por su mente, y como siempre, lo desechó al instante. El riesgo era simplemente demasiado, una falta a la disciplina como esa lo vería en graves problemas. Así que, con la sigilosa velocidad que lo caracterizaba, se deslizó fuera de su litera, que era una mera tabla empotrada en la pared, y se calzó los zapatos, de cuero por fuera y lana por dentro.

Recorrió las breves paredes de adobe con su mirada carente de emoción, pero atenta e inteligente. Todo en orden. Se puso la chaqueta, el gorro --también de lana-- y cogió el bolso estándar y con eso quedó completamente vestido, ya que dormía con el resto del uniforme puesto.

Se alejó de su habitación por el pasillo, sin dedicar mirada alguna a las idénticas puertas de madera, identificables solo por números, que de pronto se abrían para dejar paso a las caras somnolientas de sus compañeros. Solo lo hizo cerca del final del pasillo, cuando se abría la puerta número seis. Un muchacho, algo más alto que Ale, venía saliendo con la mirada de quien tiene múltiples preocupaciones, pero al encontrarse con su compañero, una amplia sonrisa se formó en su redondo rostro.

- ¡Ale! Buenos días, compañero, ¿cómo le va? – le dijo nada más verlo, repeinándose involuntariamente su oscura cabellera, algo más larga que lo reglamentario, y casi obligando al otro a estrechar su mano.

- Bien. Apurémonos. – fue la lacónica respuesta de Ale, que casi ni le miró a la cara, pero respondió el saludo de manos.

La razón para apurar el paso era que la calidad de las raciones entregadas en el desayuno descendía a medida que se servían los platos, por lo que lo lógico era hacer el esfuerzo por llegar primero. Sin embargo, eran pocos los muchachos que estaban entrando al edificio del comedor, que se encontraba frente a los dormitorios. Resulta que en la última semana los entrenamientos habían sido más duros de lo normal. Ale y su compañero habían discutido que se debía a la cercanía de la fecha en que se presentaban los reclutas nuevos, aunque también estaban de acuerdo en que el año pasado no había sido tan notorio.

- Dime una cosa, Javier, ¿te has fijado en esas personas que se están hospedando en casa del general Puelmán? Nos han tenido muy ocupados últimamente, así que no he podido investigar, pero me parece que llegaron hace dos días.

- Sí, de hecho, escuché a algunos instructores hablando del tema, creo que nos los presentarán hoy. -respondió Javier, mientras miraba sin mucho entusiasmo los panes y galletas a los que estaba acostumbrado, hechos de trigo, avena y triticale, que es una cruza entre trigo y centeno.

Javier Levipán era mediocre en varios de los aspectos evaluados en la base militar de Huequecura alto, con la excepción de las pruebas netamente de fuerza y en cálculo. Además, era huérfano de padre y madre, por lo que era de los pocos entre los cadetes en el campamento que se quedaba todo el año; la mayoría salía rumbo a alguna de las numerosas poblaciones en las orillas del lago Ranco cuando era época de vacaciones.

El desayuno terminó pronto y los muchachos debían hacer algunas elongaciones antes de un breve descanso para ir al baño y la primera tarea del día: cortar leña.

Javier y Ale fueron juntos a su zona de trabajo. Ya eran casi las nueve de la mañana y seguía haciendo frío.

- Emocionante tarea, ¿eh, compañero? -bromeaba Javier.

- Mmh, -Ale seguía pensando en los extraños personajes que serían presentados más tarde.

En eso estaban cuando escucharon una señal a la que estaban poco acostumbrados. Provenía de un gato grande, negro y muy en forma, que estaba dando una ronda rutinaria por el bosquecillo que se encontraba dentro de los terrenos del campamento y en el cual trabajaban los muchachos. El gato estaba tenso, con todo su pelaje de punta y emitía un gruñido y un siseo amenazante, apuntando una pata hacia un montón de arbustos. No había error posible, era un gato veterano. Mireya, una muchacha esbelta y delgada, que era la encargada de seguridad de su sección, sacó un arma de su espalda y silbó de forma especial para llamar la atención de todos. En ese preciso instante, una criatura del tamaño de un conejo grande emergió de entre los matorrales. Era bastante deforme, tenía al menos seis extremidades, su pelaje ya casi no era tal, estaba pegado a los huesos y presentaba un aspecto oscuro, color gris podredumbre. Se acercó reptando hacia el gato, el cual comprendió que no podía ganar esa pelea y emprendió una retirada al árbol más cercano. Mireya, comprobando que todos estaban a salvo y no había más amenazas, percutó su rifle de caza, atravesando la bestia hostil. La criatura convulsionó una sola vez y quedó inmóvil.

- Innecesario -murmuró para sí Ale, quien tenía su cuchillo estándar en la mano y se estaba acercando.

Como se había utilizado un arma de fuego, llegó un militar, un hombre bajito con cara de pocos amigos y ordenó a los jóvenes allí reunidos retirarse a la seguridad de un patio interior, donde se formaron para reportar daños -ninguno- y enviados a otra tarea. El campamento se puso en guardia, ya que una bestia podía significar la presencia de otras criaturas hostiles en las cercanías, en el peor de los casos, algún troll. Se siguió el procedimiento para estos dos casos, dos horas de silencio donde se suspendían las actividades, luego de ese periodo, se reiniciaron, mientras que cuatro grupos salían a explorar los alrededores. En la enorme mayoría de los casos, simplemente eliminaban una o dos bestias infectadas que estuvieran cerca. No por nada la zona de Huilo Huilo y el lago Ranco eran consideradas zonas seguras hace varias décadas.

Algo muy interesante es que la cosmovisión mapuche, ya muy confundida hace un siglo, en el mundo de los antiguos, había asumido que el mundo estaba sumido en una época donde los espíritus malignos, los wekufe, habían logrado tomar forma física en los monstruos que había creado el Rash. Todas estas criaturas fueron en su momento seres vivos, algunos incluso seres humanos. Los wekufe podían capturar y esclavizar almas, y eso creían los mapuches que estaba pasando.

En el campamento militar de la base de Huequecura alto no había ningún machi con experiencia, así que un militar fue el encargado de entregar sus buenos deseos al Am o alma de la criatura, para que pudiese llegar al Wenu Mapu, o espacio superior.

El día terminó de manera normal, aunque se anunció una ceremonia para la mañana siguiente. Ale tenía el primer turno de guardia de la noche, de apenas media hora. Era uno de sus momentos favoritos de cada día. Desde la entrada a los barracones tenía la vista de las montañas y de los cerros que subían hasta el Choshuenco, un hermoso volcán de la zona. Pero lo que más le daba calma era el bosque. Siempre le entretenía pensar en lo infinito que era ese bosque en el tiempo, y lo poco que parecía importarle las desventuras de los hombres. Sus árboles milenarios allí seguían y allí seguirían. En ese momento le tocaron el hombro, su turno terminaba y podía ir a dormir.

Canciones del Alma - La ErupciónWhere stories live. Discover now