The Doll House | Capítulo Uno

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¿Has escuchado una puerta crujir?

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¿Has escuchado una puerta crujir?

Es un sonido inquietante y aterrador. Pero es aún más inquietante y aterrador escuchar ese mismo sonido en un mar de silencio, y saber que no fuiste tú quien abrió esa puerta.

Eso fue lo que sintió Nik al llegar a las puertas de The Doll House, un viejo caserón abandonado hacía décadas que yacía olvidado al final de un largo sendero en el bosque del norte.

Alguna vez había pertenecido a una familia adinerada, pero esta desapareció una noche, sin dejar un solo rastro, y el misterio había dado paso a las leyendas: decían que en sus pasillos no solo vagaban los fantasmas de quienes habían yacido en su interior, si no también su sangre y la de aquellos que se habían atrevido a cruzar sus puertas, adentrándose en aquel lugar maldito.

Nik miró a su alrededor, hacia los árboles que se agitaban con la brisa fría del invierno y que retorcían sus ramas en su dirección, como esqueléticos brazos que intentaban alcanzarlo. Buscó con su mirada entre las sombras, casi esperando encontrar a alguien siguiéndolo, pero, ¿quién sería, además de él, tan estúpido como para adentrarse hasta la verja de The Doll House?

La respuesta era obvia, nadie. Pero mentirse, imaginar lo contrario, era el placebo para calmar su mente. Había estado haciendo eso durante las últimas semanas: se mentía constantemente, cada vez que la voz se arrastraba por sus oídos, en la oscura soledad, y susurraba su nombre.

Alzó la vista mientras caminaba despacio sobre el sendero cubierto de hojas húmedas hacia la puerta de la mansión, fijándose en las ventanas. Adentro no había luz alguna, eso era seguro, pero eso no le quitaba de encima la sensación de que algo, o alguien, estaba observándolo desde ahí. Por un instante, se planteó la idea de dar media vuelta y echar a correr, tan rápido como pudiera, y no volver jamás, pero sabía que aquello era inútil. Él podría huir, pero esa voz jamás dejaría de susurrar.

Subió los escalones y tomó el pomo de la puerta. El hierro estaba frío, pero eso no fue lo que lo hizo estremecerse.

Nick, ¿Estás ahí?

Cerró los ojos, su corazón latiendo deprisa.

Nick, ven a jugar.

Nick se llevó las manos hasta las orejas, un intento inútil y desesperado de silenciar la voz, mientras contaba en silencio.

Cuando los abrió de nuevo, tanto la voz como el aullido del viento se habían detenido, dejando en su lugar un silencio abrumador. Hasta que este se rompió lentamente frente a él. El pomo gélido giró sobre la vieja madera, protestando ante los años de desuso, y la puerta se abrió, desgarrando su valor con un tétrico rechinar.

Las sombras en el interior le dieron la bienvenida. Aquella era la entrada a su tumba.

No  tengas miedo. Ella se alimenta del miedo. No la alimentes, y morirá de hambre.

Dió un paso dentro, una señal de que aceptaba la invitación, de que se rendía ante ella, y el suelo crujió, anunciando su llegada. Antes de dar un segundo paso, el viento del bosque corrió de nuevo con furia y un par de manos invisibles lo empujaron. Trastabilló, cayendo al suelo al tiempo que la puerta se cerraba con un estruendo detrás de él.

Un intenso dolor invadió su cabeza, y tambaleante, se puso de pie. Los tablones de madera crujieron bajo su peso y el olor a moho se mezcló con la sangre que goteaba de su nariz.

«Maldición».

Llevándose una mano a la hemorragia y la otra a su bolsillo, buscó a tientas la linterna que había traído consigo. La escasa luz que se filtraba por la ventanas no hacía nada para iluminar los rincones y un nuevo miedo creció en la boca de su estómago.

La puerta se había cerrado. Ella lo había atrapado. Y el anochecer estaba a solo unas horas.

«Está bien, está bien. Debe haber otra salida».

Dió un paso y los tablones volvieron a crujir. Encendió la linterna y estudió su alrededor. Estaba en una recepción, y frente a él, unas escaleras enormes que ascendían al segundo piso. El tercer escalón estaba podrido y roto. Probablemente todos lo estaban.

Un chillido resonó a su derecha y apuntó la linterna hacia allí. Unos pasos más allá yacían los restos de lo que alguna vez había sido una sala de estar, y más allá, una estantería con libros que el moho y las ratas habían reclamado. Apuntó hacia el otro lado, dónde una pared y lo que parecía un comedor formal estaban ocultos entre las sombras. Caminó con cautela hacia ahí. El aire estaba cargado con una espesa capa de polvo que le hacía doler aún más la nariz.

Otro chillido. Su linterna iluminó la pared del fondo, detrás de las escaleras, y sus ojos se posaron en la luz cálida que provenía de las ventanas de lo que parecía una cocina. Un aroma dulzón, como a rosas y pan de almendras, emanaba de aquella habitación. Casi con prisa, caminó hacia ahí, como una polilla atraída por la lumbre. Pero el extraño alivio que estaba sintiendo se disipó al instante, y su sangre se heló cuando, deslizándose en el silencio, aquella voz infantil y áspera lo llamó:

Nick.

—Nick

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The Doll House ( Completa )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora