Día Dos: Háblame acerca de ti.

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La enfermera de cabellos teñidos le había dejado una pastilla calmante, una por si le dolía la cabeza y otra para dormir; según ella, los cinco días que pasó inconsciente no contaban como un descanso apropiado. Él agradeció a medias y ella se marchó casi en seguida, se tomó todas las pastillas de una con dos grandes tragos de agua para que pasaran al estomago y terminó durmiéndose en los siguientes quince minutos. Cuando lo despertó Layra, ya eran las nueve, necesitaba hacerle un chequeo matutino. Revisó sus costillas, las fisuras seguían allí pero no eran tan desastrosas como para impedirle caminar con muletas por su pierna esguinzada, sin embargo Kamminway, en otras palabras Layra, se lo prohibió rotundamente porque si lo hacía su recuperación de esa aérea iba a tardar más de tres semanas; si quería mear, que se suba a la silla de ruedas al costado de su cama y maniobre al baño que compartía con Chris. Sus dedos iban a tardar en sanar, como mínimo, una semana; a su pierna le dio el mismo diagnostico y su cuello y brazo serían lo último en sanar. A Chris, ahora vestido con una bata naranja deslumbrante y la misma yoguineta, le habían dado su medicación en la mañana, Layra, hoy menos decaída, le relató que recibía tres al día, cuatro cuando había recaída; ayer habían descubierto que, de hecho, había sufrido una pero no era tan grave. A Michael le dio algo de lastima el joven, este le había recibido como si lo conociera de toda la vida, no pudo evitar pensar que fue un poco grosero con Mr. Sonrisas, como lo llamaba en su mente; ¿quién no hubiera hecho lo mismo si desde los seis estas internado en un hospital? Debía de sentirse solitario; Obberful simplemente se estaba comportando como crío. Por eso, cuando Kamminway abandonó la habitación con una familiar despedida que indicaba que en unas horas regresaría a chequear, luego de la comida, el castaño metió su orgullo bien dentro y se subió, se subió a la maldita silla de ruedas del demonio y se dirigió directamente a la cama contraría, detrás de las cortinas y frenó delante del dopado muchacho; este le observaba un segundo y luego se reía suavemente, no estaba tan mal como ayer, pero tampoco era el mejor momento para hablar.

-Hola, Chris- Dijo, todavía observando el lugar al que el chico podría llamar su habitación. Tenía algunas cosas que hacían ver el lugar más como un hogar o algo más personal para Torrens, había unos que otros adornos pequeños, espejos, dos mesas de luz blancas en vez de una como en un cuarto normal, un placar que abría sus puertas desde la pared pero lo que más impresionó a Michael fueron la cantidad de libros y dibujos que había ahí; estaban por todos lados, en las paredes, en las mesitas, estaba casi seguro de que si abría el placar, en vez de ropa, habría libros con dibujos entremezclados en las hojas.

-…Ho…neey…- Dijo más animado, de los caídos que estaban sus ojos parecía que casi los tenía cerrados y lo que él podía ver de aquellos hacía que su corazón se partiera de pena por el joven, no es que lo quisiera, tan solo lo conocía de un día, pero él no creía que nadie mereciera una vida encerrado entre medicamentos; sus rendijas estaban completamente negras por el gran tamaño de la pupila y se encontraban totalmente cristalizados, una sonrisita bobalicona cruzaba sus labios.

-¿Cómo estás hoy?- Preguntó interesado, seguramente, si veías la imagen completa, era la escena más patética de la historia. Un chico con el brazo, los dedos y costillas rotas, una pierna esguinzada, el cuello desgarrado y en silla de ruedas preguntándole a un joven completamente dopado y con una enfermedad desde los seis cómo se encontraba en el día de la fecha. Pero el azabache parecía ignorar esto y, viendo directamente a los ojos de Michael, le sonrió de oreja a oreja; no era una risita de intoxicado sino una real, como la primera vez.

-…Bien…b’en mar’ado- Había tardado unos segundos en responder pero de todas formas ambos soltaron una carcajada ante el comentario –Ten’s ‘in’a son’i’a- Michael negó con la cabeza lentamente, frenando cuando el dolor agudo acudió a él; maldito cuello.

-No te entiendo nada, idiota- Dijo divertido. El de ojos negros frunció un poco el ceño y abrió su boca, modulando exageradamente.

-Lin…dah…son…sonri…saa, Honey- Exclamó y volvió a sonreír al darse cuenta que le había entendido, Obberful optó por cambiar el tema.

-Háblame acerca de ti- Chris negó divertido, articulando una especie de ‘tu primero’. Michael tampoco quería hablar acerca de él pero no podía negar si él mismo había cambiado el tema –Bueno, estoy terminando mi primer año en la universidad; en historia del arte- Los ojos del chico parecieron encenderse en llamas de emoción con el solo comentario –Fue difícil, ya sabes, convencer a mis padres de todo esto, de hecho, no los convencí; me escapé- Dijo un poco avergonzado por lo inmaduro que aquello sonaba en voz alta, Alan se rió –Pero me dieron una beca completa, así que supongo que debo ser bueno en esto; aparte, me encanta- Comentó con una sonrisita boba, Torrens, con un poco de torpeza, le dio una hoja en blanco, un lápiz y goma.

-Di…bu…jame- Michael notó que lo decía muy en serio, los medicamentos iban cediendo, sus ojos recobraban su estado normal, y ya no estaba tan torpe con los movimientos y las palabras como cuando comenzaron la conversación. De algún modo, sus dedos empezaron a escocerle de anticipación, de repente encontró la belleza escondida en el lugar, en la luz de la mañana que se colaba por la ventana, brindando sombras exactas en las filosas y cuadradas facciones de Christian, a su ancha espalda que lograba que una simple bata de hospital dejara poco a la imaginación, los libros y dibujos regados por el cuarto daban un toque formidable a todo y las sabanas enredadas en las piernas largas del chico solo completaba la imagen; todo era perfecto, el inescrutable y repentinamente serio rostro de su compañero, todo tan inigualable; sublime. Se quedo sin respiración por un momento, su garganta se seco en una fracción de segundo, su corazón se aceleró y la voz solo le dio para tartamudear un quedo: ‘Esta bien’.

Las horas pasaron divertidas, Michael dibujaba y Chris posaba, este último había accedido a contarle sobre su vida, ya que el efecto de la droga había sucumbido. Al parecer siempre había estado enfermo, nadie sabía de qué se trataba o cómo había sucedido, por eso tenía que ingerir grandes cantidades de medicamentos, para atrasar la evolución o intentar que con algo nuevo, desapareciera. Sus padres vivían en un pueblo, no era exactamente lo que se puede aclamar como pobre, él y sus padres no se llevaban muy bien, por lo que estos consiguieron una médica especializada; Layra Kamminway. Esta le acompañó desde sus seis años de hospital en hospital, en algunos duraba un año, en otros algunos meses, había incluso unos que solo los habían albergado una semana por la falta de medicamentos. En St. Junior Fausth, el hospital donde se encontraban, ya estaba durando dos meses. Ninguno de los dos entró en mucho detalle, Michael le contó que tampoco tenía una relación estrecha con sus padres y lo estructuralmente molestos que podían llegar a ser; también de algunos de los inconvenientes que cruzó para llegar a su universidad y algo de sus amigos. Por otro lado, Christian le reveló que le encantaba pintar e inventar cosas, porque como jamás salía excepto que sea para un traslado de hospitales; le gustaba proyectar su imaginación en invención. También relató algunas de las anécdotas que le habían ocurrido con sus compañeros anteriores, gente que tenía dados en la nariz, una chica que tuvo que operarse por saltar a la soga y algún que otro incidente con la tabla de planchar. Se rieron mucho y se disculparon con Layra cuando llegó y vio el lio de sabanas que se había vuelto la cama de Chris porque este había insistido en que esa silla de ruedas debía ser incomodísima y en que él lo dejaría recostarse en su cama; después de todo, él si podía caminar. Escucharon muchos, ‘¡Christian Alan Torrens!’ y unos recientes ‘¡Michael Libidius Obberful!’ Christian estaba muerto de risa con su segundo nombre y él le había dicho que al menos su apellido no sonaba a un programa para descargar cosas; Chris no había entendido y Michael, llevado en la silla de ruedas por Chris, tuvieron que ir a recepción a pedir un portátil prestado para que le enseñara a qué se refería. Fue un día realmente divertido para el castaño, luego de la conversación no había tenido que esforzarse para pasarla bien; después de todo, pensó Michael mientras veía cómo le ponían su última inyección del día y caía dormido, quizá podrían convertirse en buenos amigos.

31 Días en CamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora