Capítulo 3

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Segundo día de clase y la misma rutina de ayer, excepto por Chloe, que esta vez no está esperando el ascensor. Eso en parte me decepciona, y parece que a mi hermano también.
Cris y Paul están esperándome en el mismo sitio que ayer. Ambos me saludan al verme, y los tres nos dirigimos al edificio, donde, en la entrada, Paul y yo nos separamos de Cris, al igual que ayer.
Tanto Paul como yo estamos en humanidades, y Cris está en ciencias, aunque ella no sabe qué va a hacer con su vida en un futuro. Paul tampoco está muy seguro, le gusta la carrera de diseño de interiores, y, en ese caso, debería haberse cogido la rama de artes, pero decidió venirse conmigo por si al final no entraba en esa carrera. 
Antes de llegar a clase, creo ver a Chloe en la zona de secretaría, pero antes de que ella girase su cabeza en mi dirección y así poder reconocerla, choco contra alguien, provocando que ambos caigamos al suelo.
No puedo ser más torpe.
Me disculpo con el chico con el que había chocado mientras Paul se ríe a carcajadas, llevándose un puñetazo en el brazo de mi parte.
—Ay… —se queja y yo le respondo con una amplia sonrisa.
Según llegamos a clase, el profesor ya nos empieza a meter prisa para que saquemos todo el material y poder empezar la clase cuanto antes. Pero, antes de que pueda empezarla, una señora lo interrumpe.
—Tiene una nueva alumna —dice esta, dirigiéndose al profesor, y tras ella aparece mi vecina.
Chloe pasa al interior del aula, con expresión neutra, buscando un sitio libre entre todas las miradas. Solo hay dos mesas libres al fondo, en la fila donde nos encontramos Paul y yo, y ella parece dispuesta a sentarse lo antes posible, pero el profesor la detiene.
—¿Podrías decirnos tu nombre? —pregunta este.
—Me llamo Chloe —contesta, soltando un pequeño suspiro —. Chloe Torres.
Su mirada se cruza con la mía mientras camina hasta el fondo del aula para sentarse en su sitio, pero, enseguida, aparto la mía, mirando hacia el frente, donde el profesor empieza a escribir en la pizarra.
—¿Sabes quién es? —pregunta a mi lado Paul, utilizando un tono de voz bajo para que solo yo pueda escucharlo.
—Es mi nueva vecina —contesto—, pero supongo que tú tendrás más información sobre ella que yo —no sé cómo siempre acaba enterándose de toda la vida de todo el mundo—. Cuéntame.
—Estás en lo correcto —sonríe—. Por lo que me han contado la han echado de casi todos los institutos de la ciudad, en ninguno ha durado más de un trimestre —eso me sorprende—. Es toda una chica mala —miro disimuladamente hacia la derecha, donde se encuentra ella anotando algo en el cuaderno que tiene sobre su mesa—. Y jodidamente sexy.
—Paul... —pongo los ojos en blanco.
—Tranquila, soy gay, es toda tuya —no le pegues, no le pegues…
De nuevo, la miro disimuladamente, observando cada trazo que da con el bolígrafo en su cuaderno. Dudo que sean apuntes, porque no ha levantado la cabeza de la hoja en todo lo que llevamos de clase.
Me siento tan rara cuando está presente, no puedo evitar mirarla a cada minuto, cada segundo. Toda ella me atrae como si fuera un imán del polo opuesto, y es la primera vez que siento esto por una persona. Nunca me había parado a pensar sobre mi orientación sexual, no me ha atraído tanto un chico o una chica como para mantener relaciones de ningún tipo. Siempre he sido la rarita del grupo.
Como todos los viernes, después de las clases acordamos la hora y sitio para quedar por la tarde. Esta vez será en casa de Paul, a las cinco y media de la tarde.
Soy una persona muy puntual, por lo que a esa hora estoy en el portal de mi amigo, a punto de tocar el botón del telefonillo, pero alguien grita mi nombre. Doy media vuelta, sabiendo quien es la dueña de esos chillidos.
Cristina corre en mi dirección bajo la mirada de varias personas que se encuentran en la calle. Cris es Cris, no le importa llamar la atención, ella es directa y natural.
Ambas subimos al piso de Paul, donde este nos abre con una amable sonrisa y nos invita a pasar. Parece que sus padres y hermana no se encuentran en casa, está todo demasiado silencioso y no han salido a saludar como acostumbran.
—¿Queréis algo de beber o comer? —pregunta Paul—. Barra libre señoritas —ambas negamos con la cabeza mientras caminamos tras él hasta su habitación—. Entonces al lío. Cris coge la lamparita y apunta con ella a Meg.
Mi amiga hace lo que pide, cogiendo la pequeña lámpara que está sobre la mesilla de la habitación y encendiéndola para apuntarme con ella. La luz me da directamente a los ojos, haciendo que tenga que cerrarlos para no deslumbrarme. No entiendo a qué viene todo esto.
—¿Esto es necesario? —gruño, intentando arrebatarle la lámpara a Cris para que no siga dándome de lleno la luz en los ojos, pero ella consigue esquivarme.
—Muy necesario —contesta ella—. Vamos a hacerte una serie de preguntas… —miedo me da—, ¿Qué se siente al tener a la chica más sexy del instituto y malota de la ciudad como tu vecina?
—¿Qué pregunta es esa? —mira a Paul, y en ese momento aprovecho para quitarle la lámpara y apagarla—, ¿Tan rápido le has dicho lo de la Chloe? —ahora soy yo quien mira al chico.
—Oh, Chloe... —susurra, intentando poner voz sensual—. Un nombre sexy como ella, ¿No crees? —levanta varias veces las cejas y yo respondo negando con la cabeza. Tengo demasiada paciencia con estos dos.
—Admite que te gusta —dice Paul, mirándome primero a mí y después a Cris—. Se ha tirado toda la clase mirándola.
—No me gusta.
O tal vez sí.
—Haz caso al destino Meg, primero como vecina y ahora como compañera de clase —añade Cris.
—No me gusta —insisto.
O tal vez sí.
¿Te puedes callar voz interior?
Concéntrate Megan.
—Por eso te interesaste por saber quién era, cuando nunca me pides que te diga los cotilleos sobre la gente —ahora habla Paul.
—Hoy me he levantado curiosa —alzo ambos hombros, restándole importancia—. Además, tampoco sé lo que es que te guste alguien, no sé qué es lo que debo sentir.
—Te sientes rara cuando está presente —empieza Cris.
—No puedes evitar mirarlo o mirarla continuamente —continúa Paul.
—Sientes la necesidad de hablar con él o ella, da igual el tema de conversación.
—De conocer a esa persona, de saber quién es.
—De estar cerca, tocarlo o tocarla.
—No puedes parar de pensar en esa persona.
Ambos me miran, esperando que afirme que me ha pasado algo de lo que han dicho, y lo cierto es que me ha pasado todo. Siento todo eso cuando la veo, o incluso cuando no está. Desde que la vi en el ascensor no he podido parar de darle vueltas para entender qué me estaba pasando, y ahora lo sé.
Chloe me gusta de verdad.
—Creo que tenemos una tortillera en el grupo —dice Cris mientras aplaude.
—Me pueden gustar los chicos también —añado, a lo que ella me responde levantando una ceja.
—¿Te gustan los chicos?
—No lo sé, nunca me he fijado en uno.
—Entonces de momento eres tortillera.
—Deja de ponerle etiquetas a todo —le reprocha Paul—. Lo importante es que por fin le gusta alguien a esta mujer.
—Es verdad, hay que decírselo a las demás —dice mi amiga, sacando enseguida el móvil del bolsillo de su pantalón.
Dios mío, dame paciencia.
Sobre las ocho y media mi madre ya me estaba llamando para saber dónde estaba, por lo que decido que ya era hora de volver a casa. Cristina me acompaña hasta la mitad del camino, donde se desvía por otra calle para ir a su casa.
Por lo menos no está muy lejos mi edificio, llego en apenas unos diez minutos. Entro en el interior del ascensor, apretando el botón de mi planta, pero antes de que se cierren las puertas, alguien entra corriendo. Levanto la mirada hasta encontrarme con el rostro de mi nueva vecina, y ahora compañera de clase, aunque su expresión no resulta muy agradable.
Su mirada, fría como el hielo, se fija en mí, esperando a que se cierren las puertas del ascensor por completo para empujarme contra una de las paredes de este y ponerme ambas manos a ambos lados de la cabeza, acorralándome. Está a escasos centímetros de mi cara, siento como su respiración golpea mi piel y eso me pone nerviosa, tenerla tan cerca hace que mi corazón vaya más rápido de lo normal.
—No sé quién te has creído que eres para pasarte el día como una psicópata acosándome con tu mirada —gruñe, y yo, sin saber que está ocurriendo, me quedo inmóvil—. No vuelvas a mirarme, hablarme o siquiera pasar cerca de mí, ¿Entendido?
Escucho como las puertas del ascensor se abren, y, a continuación, ella sale rápidamente de este, dejándome petrificada contra la pared, sin entender nada de lo que acaba de suceder.

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Parece que alguien tiene mal humor.

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